Sabe y reconoce que aunque suele vivir de las desgracias de otros, él nunca ha propiciado dichas calamidades.
En este negocio son iguales las chatarras y las maquinarias impresionantes y costosas que tienen por marca el emblema de un caballo, se trata de un modesto pero funcional negocio de grúas que es capaz de arrastrar cientos de automóviles con el poder de su chasis.
José Estrada tiene 43 años, casi la misma edad que su primera grúa, su más cercana pertenencia y a quien debe más de 20 años de esfuerzos al límite de los caballos de fuerza que ésta es capaz de ofrecer. Sin ella, asegura José, su vida sería completamente distinta. No sería tan feliz.
A pesar de que las cicatrices están marcadas en múltiples reparaciones y ‘sacadas de golpes’, “La nena”, como es conocido el antiguo automotor continúa ayudando a los desafortunados conductores que, sin desearlo y muchas veces por mala suerte requieren del apoyo de este equipo de rescate automotriz.
Aunque no presumen de una vida lujosa, José y su hijo Leonardo agradecen a “La nena” y a los sacrificios que hicieron posible la adquisición de una segunda unidad, de modelo más reciente y que les permite atender una cantidad mayor de percances.
Los estigmas de una industria irregular
Ante la sobrepoblación vehicular que gobierna las grandes urbes de México, una industria que resulta tan necesaria como irregular, es la de las grúas particulares que en muchas ocasiones termina por caer en el descrédito y la estigmatización por lo elevado de su costo al prestar el servicio.
Recientemente en la capital del estado de Puebla, se dio a conocer el descontento general en cuanto a los altos precios que manejan las tres grandes empresas dedicadas al arrastre vehicular. Los ciudadanos denunciaron costos hasta un 50 por ciento arriba de los que la ley de ingresos de la entidad establece.
Este tipo de situaciones, afirma José, no solo afectan a la industria en Puebla sino que, al volverse noticia, alimenta la idea generalizada de que los servicios de arrastre son demasiado caros y por ello, quien los requiere utiliza hasta el último recurso para evadirlos.
Sin embargo, José confía en que se trata solamente de la falta de oferta que suele existir en lugares alejados a la Ciudad de México, en donde, asegura, los precios que se ofertan son moderados e incluso se llegan a abaratar.
Como mínimo, el entrevistado cobra 400 pesos por servicio. Eso, confirma, es un precio justo siempre y cuando sea local, pero cuando la distancia rebasa los 5 kilómetros de arrastre, los precios se elevan y pueden llegar a rebasar los 4 mil pesos, dependiendo del origen y el destino.
Con estas tarifas, la empresa puede alcanzar hasta los 20 mil pesos de ganancia en una semana. Sin embargo, advierte, la mala suerte de algunos es la fortuna de otros y, por desgracia para José, no siempre hay tantos desdichados que contribuyan a su buena suerte.
Ese es el principal obstáculo para el negocio familiar. La economía nunca ha sido tan bondadosa, aunque también se debe reconocer que el negocio surgió a raíz de antiguos problemas de solvencia económica.
22 años al servicio del desafortunado
Con la llegada de la dramática devaluación de 1994 que agitó todos los sectores económicos en México, José se convirtió en uno de los tantos desempleados que buscaron en las sombras de la informalidad el respiro que le permitiera sacar a flote a su familia en un país en donde lo único certero era la incertidumbre.
Fue entonces cuando se acercó a sus primos, quienes desde esos tiempos tenían un par de grúas que utilizaban como negocio familiar. Gracias a la independencia laboral y a la rutina que los obligaba a recorrer todos los rincones del otrora Distrito Federal nació su gusto por el oficio de ‘gruyero’, como se autodenomina.
A solo un año y medio de haber ingresado al negocio, José adquirió su primera unidad: “La nena”. A pesar de lo que se puede pensar, en ocasiones la independencia que le brinda fundar su propia empresa también se ha convertido en su debilidad pues, confiesa, los gastos en las reparaciones y el mantenimiento de su fiel compañera en ocasiones han rebasado su poder adquisitivo.
Aunado a estas complicaciones, algunos aspectos normativos como el famoso programa Hoy no Circula implementado en la Ciudad de México hace varias años y endurecido recientemente afectan al negocio y obligan a José a buscar oficios alternativos. La hojalatería ha resultado ese complemento que asegura la tranquilidad económica a su familia.
A pesar de saber que en alguna corporación gubernamental podría tener mayores ingresos, José se deslinda de otros operadores de grúa, esos que se llevan a quien se estaciona en doble fila, en lugares para discapacitados sin serlo, en pasos peatonales, etcétera.
Ellos, a quienes comúnmente les llueven insultos al atrapar con su tenedor a quien osa aparcar en territorio prohibido, pertenecen al gobierno y José los detesta tanto como quien recoge su auto en algún corralón luego de haber pagado una enorme multa. Sabe y reconoce que aunque suele vivir de las desgracias de otros, él nunca ha propiciado dichas calamidades.