Micaela Lazo y su familia venían de vacaciones a México. Planeaban estar cuatro días: dos en la capital y dos más en Cancún. El Instituto Nacional de Migración (INM) les negó la entrada, aunque tenían todo en orden: vuelo redondo de avión, reservaciones de hotel, solvencia económica y trabajos estables en su país, Perú.
Pasaron horas en lo que se conoce como el limbo, la burbuja o las salas de no retorno, donde migración conduce a los extranjeros que no dejará entrar en México. Ahí, cada uno, en diferentes tiempos, conoció a muchos otros ciudadanos de diversas nacionalidades en la misma situación.
No entran por mera discriminación
La familia Lazo viajó toda la noche, de Arequipa, en el sur de Perú, a Lima y de ahí a México. Estaban ilusionados, sobre todo Micaela. Había ahorrado durante dos años para invitar de vacaciones a sus padres y a su hermano.
Eran las seis de la mañana del 4 de abril de 2018 cuando llegaron al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Un vehículo los esperaba afuera de la terminal aérea para llevarlos a su hotel, donde planeaban aventar las maletas y salir a conocer.
Quizá primero irían a la plaza principal, el Zócalo, o a la Basílica de Guadalupe. En la excitación por las vacaciones, no se habían puesto bien de acuerdo sobre qué visitar primero. Tal vez elegirían empezar por recorrer Teotihuacán.
Nada de eso pudieron hacer, cuenta Micaela desde Perú. Tampoco disfrutaron de los dos días que tenían reservados en un resort todo incluido en Cancún. A las 8 de la mañana de ese mismo 4 de abril, policías los flanqueaba mientras agentes de migración los obligaban, junto con otros 16 peruanos, a subir a un avión de regreso a su país.
“Les enseñé los boletos de avión, la reservación del hotel y no les importó. No llamaron para comprobar si existía la reserva. Tampoco averiguaron si era posible que estuviera tratando de abandonar mi país. Les habría bastado con llamar a las oficinas de gobierno donde mi madre y yo trabajamos para saber que no. Yo y mi familia tenemos trabajos estables, casa propia, automóvil. Solo queríamos conocer México. No nos dejaron”.
Ni siquiera pudieron llegar al módulo de migración. Un oficial les pidió salir de la fila. Los llevó a un cuarto donde les exigió apagar y guardar sus celulares y llenar un formulario. Una de las preguntas era si necesitaban apoyo de su consulado. Pusieron que no. Pensaron que todo era algo de rutina. No se imaginaron lo que estaba por venir.
Los hicieron pasar a otra zona, en un segundo piso, al que se llega por unas escaleras de madera. Al fondo de ese lugar, Micaela pudo ver una fila de personas sentadas en el suelo. No lo sabía entonces, pero eran otros peruanos.
Un agente de migración le comunicó que ella y su familia no habían sido admitidos y que los iban a regresar. La joven pidió una explicación. “Es que ustedes no saben a qué han venido”, le contestó el agente. “No han puesto lo mismo en el formulario que llenaron sobre los lugares a los que irían en la Ciudad de México”.