De López Obrador debería esperarse una regeneración ética de su país y de una izquierda latinoamericana que se quedó sin referentes
No sé si AMLO (Andrés Manuel López Obrador) sigue siendo un soñador, una de las esas personas que quieren cambiar el mundo. El 1 de diciembre, cuando asuma la presidencia de México que ganó en las urnas, tendrá la oportunidad de demostrarlo. Sus críticos no es que le nieguen los cien días de cortesía, es que ni han esperado a que entre en el despacho. Le acusan de alinearse con el poder real de toda la vida, el dinero y los militares, y de olvidarse de los pobres que le votaron. Hay prisa por enlodarlo.
Le espera una realidad brutal: una tasa de 25 homicidios por cada 100.000 habitantes, superior a la de Colombia, uno de los países que tienen la fama de violentos, y la sensación de que el narcotráfico campa a sus anchas en las calles y dentro del Estado. Las presidencias de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto suman cerca de 250.000 muertos. Lo que empezó en la época del primero como una guerra contra el narco ha terminado en la corrupción generalizada de las instituciones y los organismos encargados de combatir a los delincuentes.
No vamos a dar credibilidad a las declaraciones de Jesús Zambada, uno de los lugartenientes en el cartel de Sinaloa. En la primera semana del juicio al Chapo Guzmán, que se celebra en Nueva York., accionó el ventilador contra el Gobierno de Calderón y contra colaboradores de AMLO cuando era alcalde del Distrito Federal (DF). Se mezclan posibles verdades y cortinas de humo. El juicio puede durar cuatro meses.
Lo cierto es que la cruzada lanzada hace 11 años ha sido un fracaso. Los dos cárteles más importantes se han atomizado en decenas de subgrupos que luchan entre sí por el dominio de las áreas de negocio. Hay zonas de México en las que ha desaparecido el Estado. Dos de los libros del escritor estadounidense Don Winslow –’El Cartel’ y ‘El poder del perro’— describen las dificultades de la lucha contra organizaciones con un poder corruptor enorme en uno de los países más desiguales del mundo.
El gran mercado de la droga
Una vez le pregunté al presidente Miguel de la Madrid, al final de su mandato (1982-1988), cómo era posible que no se detectara el paso de la droga a través de la frontera con EEUU. “Es curioso –dijo– los camiones que son invisibles a este lado lo deben ser también al otro”. Norteamérica es el gran mercado. La droga no solo proviene de México y Colombia, el 92% de la producción mundial de opio se encuentra en Afganistán donde hay presencia militar de EEUU desde 2001.
Los beneficios de la droga se mueven por los mismos paraísos fiscales en los que se esconde el dinero que evade impuestos. AMLO se enfrenta a un problema global. No existen respuestas nacionales. Tal vez lo más efectivo, como proponen numerosos expertos, entre ellos los de la revista británica ‘The Economist’, sea legalizarlas, quebrar los precios y el negocio.
De AMLO debería esperarse una regeneración ética de su país y de una izquierda latinoamericana que se quedó sin referentes. Para algunos lo era el fallecido Hugo Chávez; para otros, el brasileño Lula da Silva, encarcelado por corrupción tras un proceso polémico. A nadie se le ocurre mentar a Daniel Ortega, devenido en un vulgar tirano banderas. Ni a Nicolás Maduro. Quizá el único a salvo sea el expresidente uruguayo José Mujica, entró y salió pobre del cargo, y rico en experiencias.
Enorme simpatía
Después de perder dos elecciones torpedeado por la campaña del miedo de sus rivales, AMLO llega a la presidencia aupado por una enorme simpatía. Su prioridad es la lucha contra la corrupción, algo vinculado al narcotráfico. No solo consiste en colocar a funcionarios honestos, que los habrá, en los puestos clave, es que se debe resetear todo un país, y eso solo se logra desde la revolución educativa y la incorporación de la mujer a las esferas de poder.
México es un país lleno de energía que padece una frontera de 3.000 kilómetros con su vecino del norte. Al otro lado le aguarda uno de los presidentes menos presidentes de la historia de EEUU. Hay peligro de contaminación, que AMLO se aficione a los gestos y boutades de Trump, en vez de promover la unidad entre los mexicanos. Tienen rasgos comunes, como el narcisismo.
Para los aztecas, el rostro era la identidad, y en eso están los 116 millones de habitantes, en buscarse, en decidir qué son dentro de una extraordinaria mezcla entre el pasado indígena, el hecho de lo español (no solo Hernán Cortés, también el exilio republicano) y su papel en un mundo global. AMLO quiere pasar a la historia como un buen presidente. Para conseguirlo solo tiene que aprobar una asignatura, la de la decencia.
RAMON LOBO
(Con información de elperiodico)