JUAN HERNÁNDEZ, ESCULTOR Y ORGULLO #NAUCALPENSE

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El escultor Juan Hernández lo afirma con seguridad, la vocación artística es innata y él se siente afortunado por haber nacido con ella, pues desde los 10 años descubrió la pasión que lo definiría toda su vida.

Durante los últimos 40 años, el maestro ha elaborado piezas de su autoría y fundido proyectos de otros artistas, que después se han exhibido en universidades, recintos culturales y galerías.

Su taller, en San Rafael Chamapa, en el Municipio de Naucalpan, es el principio de todas sus creaciones. Este espacio de trabajo no solo es el origen de sus obras, también representa la realización de un sueño que tenía desde su adolescencia, cuando el dinero era escaso.

“A los 18 años me metí a una fundidora para aprender el oficio de fundir las esculturas, también estudiaba en la Unidad Cuauhtémoc, donde conocí a Yvonne Domenge, yo le decía que quería poner un taller de fundición y ella me decía que estaba loco”, expresó el artista.

Cuatro años después llegó el taller de fundición que se había propuesto. Su amiga Yvonne Domenge, quien pronto se convertiría en una artista de talla internacional, fue su primera clienta.

Si bien su pasión era la creación de esculturas propias, el trabajo como fundidor de otros artistas le brindó los recursos económicos necesarios para elaborar sus piezas. Durante su carrera, ha trabajado con maestros célebres como Jan Hendrix, Rivelino e Yvone Domenge. La relación con estos personajes le permitió mejorar su técnica.
“Yvonne era muy perfeccionista y eso me ayudó a disciplinarme más”, añadió el escultor.

EL PROCESO

Innumerables horas se esconden detrás de cada figura, con procedimientos agotadores y una extensa serie de pasos antes de obtener el resultado final, que llega a valuarse entre los 30 y los 200 mil pesos.

Los materiales que utiliza Juan Hernández son variados, como madera, resina, ónix, mármol y bronce, estos dos últimos son sus predilectos.

En el caso del bronce, el trabajo puede prolongarse por más de cinco meses, en los que se incluye la elaboración del molde, su acondicionamiento, el vaciado del metal, la estilización de la superficie y su pigmentación final.

En este último paso se requiere de conocimientos sobre química, pues el escultor obtiene los colores a partir de la degradación de distintos materiales, por ejemplo, el verde lo obtiene de la oxidación del cobre, el café del acero y el rojo de la grana cochinilla.

“Debes de saber hasta de química para sacar los colores, estos pigmentos están hechos para durar 500 años en un interior, en el exterior cambia por la lluvia ácida o el sol, para proteger las esculturas utilizo un poliuretano”, explicó Juan Hernández.


Más allá del tiempo de creación, durante el proceso se requiere atención precisa a los detalles y precaución, ya que se trabaja con materiales peligrosos y un horno que alcanza los mil 200 grados de temperatura.

MÉXICO EN SUS OBRAS

Entre sus obras, la figura del caracol se sitúa como una constante en su trabajo. Al respecto, explicó que en el mundo prehispánico el caracol representaba el agua y la vida, conceptos con los que él se identifica. Hernández retoma las formas adoptadas en tiempos prehispánicos como un esfuerzo para reivindicar nuestros orígenes.

“En los 43 años que he estado en el mundo del arte, he conocido muchos artistas franceses, alemanes, italianos, todos esos artistas explotan nuestra cultura, así que dije ‘yo voy a seguir nuestras raíces, voy a seguir ese camino’”, expresó.

Después de cuatro décadas, el ímpetu y la pasión no se agotan, desde su taller, Juan Hernández continuará modelando, esculpiendo e imaginando, hasta que la vida se acabe como él lo proyecta.

“Mi pasión es la escultura, yo les digo a mis hijos que yo creo que el tiempo que voy a vivir va a ser corto para todo lo que tengo pensado hacer, es corta la vida”, finalizó.

Actualmente, una selección de la obra de Hernández se exhibe en el Ágora del Parque Naucalli, en la exposición Convergencias, homenaje a Yvonne Domenge, la cual estará vigente hasta el 29 de febrero.

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