A las múltiples ironías de la vida, se suma la que tiene que ver con el significado de Iztapalapa. El nombre se debe a la antigua ciudad de Iztapallapan cuyo significado es “sobre la loza en el agua”. Exacto, agua, justo lo que al moderno iztapalapense le falta.
Sin embargo hubo una época en que todo era felicidad y abundancia (casi como mi vida a los veintes) y los habitantes de la zona podían disfrutar de la ribera del lago de Texcoco. Es en esta ciudad, fundada por los culhuas, que el 6 de noviembre de 1519 las tropas de Hernán Cortés llegaron con la firme intención de conquistarnos.
Ya para entonces Cortés había convencido a totonacas y tlaxcaltecas de unirse a sus tropas y la llegada a México-Tenochtitlan estaba a la vuelta de la esquina. Cuitláhuac, el tlatoani del pueblo, fue el encargado de darles la bienvenida y los recibieron mejor que abuelita a sus nietos. Fueron tantos los presentes que recibió el conquistador, que el valor debió llegar a los 2 mil pesos de oro.
Tras una breve estancia, casi que de pasadita, Cortés regresaría dos años después cuando en verdad se puso difícil la situación. El pueblo iztapalapense puso resistencia y combatió valiente, pero al final sus guerreros cayeron y la conquista ya era inminente.
Bernal Díaz del Castillo (conquistador, gobernador, amante de los atardeceres y autor de La historia verdadera de la conquista de la Nueva España) nos dejó un lindo recuerdo escrito de lo bello que lució en algún momento, Iztapallapan (antes de la escasez de agua):
“…Y después que entramos en aquella ciudad de Estapalapa (sic), de la manera de los palacios donde nos aposentaron, de cuán grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios y cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodón. Después de bien visto todo aquello fuimos a la huerta y jardín, que fue cosa admirable verlo y pasearlo, que no me hastaba de mirar la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce, y otra cosa de ver: que podían entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenía hecha, sin saltar en tierra, y todo muy encalado y lucido…”
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