Basta estar un día, unos minutos, unas estaciones en el Sistema de Transporte Colectivo Metro para entender las deficiencias que existen. Una de ellas, acaso la más molesta de todas, es la de los vagoneros.
Y es que además de los gritos o la música a alto volumen, este grupo de personas ha ido creando formas de sacar dinero de forma fácil, incluso jugando con los sentimientos de la gente o utilizando niños.
La estafa más reciente, registrada en estaciones de la Línea 3 (Universidad-Indios Verdes), involucra a un hombre y un niño.
El caballero, zapato de vestir y pantalón bien planchado. Camisa lisa, por debajo de un suéter que regularmente es negro o azul marino se sube al vagón con un niño -también bien vestido-, en los brazos.
Espera a que cierre la puerta y comienza una historia.
“Mi hijo y yo venimos de Michoacán, al llegar a la ciudad de México nos quitaron nuestras cosas. Nos asaltaron, me golpearon. Fuimos con la policía para que nos ayudaran y nos mandaron a un refugio. En los últimos días nos han dado de comer, pero necesitamos dinero para regresarnos.
El costo del boleto es de 400 pesos, ya tengo 100, pero me falta mucho porque vengo con mi esposa. Mi hijo tiene hambre y por eso me veo en la necesidad de salir a la calle a pedirte una moneda, por piedad”.
Acto seguido, estira la mano y casi con lágrimas en los ojos pide que lo ayudes. El niño está dormido o se hace el dormido. Un reportero de Letra Roja ofreció su ayuda al hombre que rápidamente se molestó.
Puso pretextos y dijo que quería seguir pidiendo, aún cuando se le ofreció dinero suficiente para comprar los dos boletos que necesitaba.
Ante la negativa del hombre, el reportero quedó sorprendido, pero el caballero no se inmutó. Acomodó al niño en sus brazos, limpió una lágrima de cocodrilo que tenía en el ojo derecho, dio un respiro, le dijo que dejara de estar chingando y subió a otro vagón.
Acaso en este, los usuarios se dignen sólo a dar dinero y a evitar hacer preguntas incómodas.