Desde los doctores escolásticos, en la voz autorizada de Santo Tomás de Aquino, se ha sabido que el comercio, antecesor de eso que hoy se denomina “capitalismo”, libre mercado o neoliberalismo, siempre ha tenido “algo de vil”.
Las justificaciones en la obtención de las ganancias las dejó al “aire” ese famoso “Doctor de la Humanidad”, según cuenta el economista Joseph A. Schumpeter (“Historia del Análisis Económico”, Ariel, p.p. 129-130) aunque empeños posteriores acuñaron el concepto de “utilidad social”, coartada para toda clase de saqueos, despojos, latrocinios, crímenes y grandes despropósitos.
Antes de su llegada al país, Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco, para su feligresía) ofreció algunas pinceladas de lo que sería su visita, y si bien no describió un infierno joyceano con sus torturas crueles y espantosas (Retrato del Artista Adolescente), sus primeros lances en suelo nacional contienen algo de eso y de la vieja pero vigente escolástica:
“El beneficio de unos pocos en detrimento de las mayorías se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia, el tráfico de personas, secuestro y muerte”, dijo Bergoglio en Palacio Nacional, para quien esos privilegios están “causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.
En definitiva, el bien común “en este siglo XXI no goza de buen mercado”, aseguró, y exigió luego a los dirigentes “de la vida social, cultural y política”, trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino”, que eso les corresponde.
Después, frente a obispos y otros su discurso fue para fustigar al narco y a aquellos que siempre tendrán las manos “manchadas de sangre”, y “los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada”; es decir, a esa industria que en los hechos es una modalidad “vil” de ese comercio que, por razones de interés y la hipocresía añadida, mantiene intactas sus estructuras.
En suma, el líder religioso llego tumbando caña, haciendo una radiografía casi precisa de la situación en el país (que puede ser la de cualquiera con ese modelo libertino de capitalismo). Lo de asumirse como “misionero de misericordia la paz e hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Vírgen de Guadalupe” fue sólo para cumplir el protocolo.
Eso sí, los caraduras de siempre habrán de mostrarse compungidos, con algunos gestos de grave contrición, haciendo suyas hasta las palabras de Bergoglio mientras está de visita; pero casi de inmediato volverán a lo suyo, igual los altos jerarca de la iglesia Católica, a quienes el Obispo de Roma demandó, no por mera retórica, “no dejarse corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa”, ni poner su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales.