Los letreros en los límites de la ciudad que dicen “Bienvenidos a la Ciudad de México”, más que un saludo deberían ser una advertencia: bienvenidos al caos, bienvenidos a su suerte, bienvenidos a la ciudad de la movilidad.
Letra Roja presentará durante varios días la odisea de viajar en transporte público, micro, tren ligero, Metrobús o nuestro querido y odiado Metro. ¿Cómo vivimos los capitalinos o los vecinos del Estado de México esta aventura? ¿Te ha tocado algún manoseo? ¿Algún asalto? ¿Cómo vives a diario el llegar al trabajo o a la casa?
Viajar en Metro… en primera persona
Es la rúbrica de esta ciudad la que me tiene atada a ella. Cada vez que me subo al Metro o al microbús o al tren ligero o a cualquier transporte público, noto nuestra fatalidad. Veo con curiosidad a cada pasajero extraviado por el cansancio de soportar tanta Ciudad de México. Merodeo uno por uno los olores de nuestros trabajos. Soporto con indignación que un cojo vaya parado como garza, mientras un chamaco usurpa su lugar. Me angustia pensar que los zopilotes trepados al final de la puerta se desplumen. Eso hago: soportar y cavilar que por más que nos esforcemos en entrar en tallas pequeñas, seguimos siendo unos obesos; que por más que le echemos ganas en tener hijos, a veces no salen bonitos; que por más que trabajemos todo el día, seguimos con deudas; y lo peor, por más que resistamos nunca pasaremos de esa etapa.
Corro, corro para que no me regañe el jefe. Corro para ser la última que entra antes del cierre de puertas del Metro. Y ya una vez en el Metro, estación tras estación suben personas, se acabaron los asientos desde el inicio. Hay tanta gente que no percibo bien si ese señor se está pegando al cuerpo de aquella señorita o bien no tiene de otra, ya no hay espacio para donde moverse.
El traslado en la Ciudad de México, o como le gusta decirle al Jefe de gobierno: la movilidad, es un infierno. Y cuidado, en temporada primaveral son un horno nuestros transportes públicos. La mezcolanza del humor, del olor y del cansancio hacen pensar que estamos en el inframundo, pero ni Hades imaginaría que su reino llevaría de sobrenombre: estación Hidalgo, Pantitlán o Pino Suárez.
Sin embargo, nadie crea que los microbuses a hora pico son una perita en dulce. Los señores chafiretes buscan meter a 50 personas en un espacio que es para 30, así que en cada viaje se escucha decir a una señora enojada: “échale segundo piso a tu micro”. Si acaso ya no logras entrar ni por la puerta de atrás, verás cómo el microbús va lento y pandeado, y tal vez te alegres de no haber encontrado lugar.
Los letreros en los límites de la ciudad que dicen “Bienvenidos a la Ciudad de México”, más que un saludo deberían ser una advertencia: bienvenidos al caos, bienvenidos a su suerte, bienvenidos a la ciudad de la movilidad.
Ya cuando llego al trabajo, ya estoy cansada. Pero la vuelta, esa también es un remolino de humanidad.