Letra Roja platicó con una vecina de la menor enmaletada que hace un par de días fue sepultada.
Cuando decidimos bajar del árbol y erguirnos, el planeta suspiró. Fue uno de esos suspiros de resignación que se dan cada vez que la mala fortuna se apodera de la vida. Comenzamos a caminar, a guardar el salvajismo en una mochila de cuero y a fabricar armas que pusimos tras el hombro. Luego, decidimos conquistar la geografía; después, las urbes; continuamos con las conciencias, y en el camino asesinamos a cualquier humano que se atravesara. Para lograr todo ello, se impuso el fuerte sobre el débil.
A las 11pm del 25 de abril, es decir hace dos días, una mujer parecida a un mapache se acercó a mí y me preguntó con impaciencia: ¿Eres periodista? ¿Eres periodista? Sí, qué quieres, le respondí. La oscuridad de la noche me puso paranoica, así que ante su turbación impuse mi agresividad. La mujer dijo que se llamaba Margarita y que traía una urgencia. A uno de sus hijos lo metieron al Reclusorio Oriente y ella necesitaba dinero para sacarlo. Entonces supuse que quería contar la injusticia por la que atravesaba. ¿Cuánto me das si te cuento lo que le pasó a esa niña Ángela?, dijo. Me hice la tonta y pregunte: ¿Cuál Ángela? Con enojo, ella respondió: Pues la chamaquita que enterraron hoy. La niña que encontraron en una maleta. Propuse una cifra, y ella aceptó. La cité para el siguiente día a las 3pm en un café cercano a Letra Roja.
Margarita llegó 3:15pm. Le dije que grabaría la entrevista y ella se negó. Te cuento la historia que sé, y tú escribes lo importante. No tengo mucha información, pero la que tengo está buena. Sin más que decir, saqué la libreta de siempre.
La chamaquita se llamaba Xóchitl. Vivía al lado de mi casa, pero ni busques nada porque su mamá se fue con el padrastro unos ocho días antes de que apareciera la maleta. Xóchitl vino mal, y su mamá se quejaba de ella todo el tiempo. Su mamá se llama Reyna y cada vez que podía le pegaba a la niña, o sea que todo el día se la estaba chingando. El padrastro no sé cómo se llama. En la colonia decían que era ratero de casas, y pues yo ni los buenos días le daba, lo que sí, es que era chemo. La niña se veía chiquitita, pero la Reyna decía que ya tenía como tres años. A veces decía que Xóchitl no crecía porque estaba enferma, pero más bien era porque no la alimentaba.
Eran bien pobres, a veces Reyna iba con las vecinas a pedirles un huevo o una tortilla. Tocaba de casa en casa y al final tenía unos seis huevos y medio kilo de tortillas. No trabajaba, decía que no sabía hacer nada. No se bañaba, menos aseaba a la niña. Y un día, de la pinche nada, llegó la Reyna con bolsas del Aurrera retacadas de despensa. El malviviente de su esposo, novio o lo que fuera, llevaba zapatos, pantalón y camisa estilo norteño. Vestido con ropa nueva, invitó a unos de ahí a tomar tequila, y hasta mi hijo, el que está en la cárcel, fue a tomar. Pero eso sí, mi hijo no tiene nada que ver, él está en el reclu por su pinche esposa.
Ya luego me contó mi chamaco que el ese hombre había conseguido trabajo y que le habían pagado su quincena. No lo creímos. Pero cada quien sus jales. Y ya desde ahí no volvimos a escuchar llorar a Xóchitl, ni a su mamá mendigar con las vecinas. Un día Reyna fue a despedirse de los otros que vivían ahí, pero de mí no porque nos caíamos gordas. Cuando se fue, empezaron a salir los rumores. Unos decían que fue a dejar a Xóchitl con la abuela, otros comentaban que la fue a dejar a un orfanato, y sólo una vecina dijo que la habían vendido. En cuanto salió el retrato en las noticias de una niñita como malita abandonada en la Juárez, luego supe que era la Xóchitl. Y hace como tres meses, me contaron que a Reyna la mató a trancazos el malviviente de su esposo. Y a veces me da un poco de gusto, porque esa no era madre.
El día que guardamos el salvajismo, sólo hicimos eso: guardarlo, porque a la primera oportunidad lo sacamos para imponerlo. Y ahí sí que la cosa se pone grotesca. Ensangrentamos al débil con la bandera del poder. Y como los débiles no bufan, nada más se lamentan en gotitas de tristeza, es fácil destruirlos. Así que no imaginemos tanto, no vayamos a las guerras que asolan al planeta, o las guerras del narco; vayamos simplemente a la barbarie que vive en casa. Y pese a que lo anterior es ficción, no olvidemos que la realidad mexicana es peor.
Fuente : Letra Roja