De acuerdo con algunos vecinos de la colonia Lindavista, hasta hace un par de años el lugar estuvo habitado por indigentes y vagabundos.
La historia de Juan Diego, el indio mexicano que llegó al podio en la escala de cercanía a Dios según la iglesia católica, impulsado principalmente por el papa Juan Pablo II, podría ser considerado el ejemplo más concreto de la fusión entre dos culturas separadas por una brecha marina de más de nueve mil kilómetros.
La beatificación en 1990 y su posterior canonización, a principios del nuevo milenio, han alimentado la leyenda del chichimeca, quien, de acuerdo con el documento titulado Nican Mopohua, fue testigo y portador de la primera aparición en la historia de la virgen de Guadalupe, en el cerro del Tepeyac.
Fue en ese montículo que se encuentra al norte de la Ciudad de México en donde se erigió uno de los templos católicos más importantes de América Latina: la Basílica de Guadalupe, lugar en el que, al año convergen millones de feligreses devotos de la virgen de Guadalupe y de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
EL INDIO
Nacido en Cuautitlán, dentro del antiguo reino de Texcoco, en lo que actualmente es la periferia de la Ciudad de México, Juan Diego vivió durante 74 años. En su longeva existencia fue dos personas diferentes: el indio Juan Diego y la leyenda que se convertiría en santo cinco siglos después de las enigmáticas apariciones de Guadalupe, la virgen mexicana.
Versiones históricas afirman que antes de ser convertido al catolicismo por medio del bautismo, Cuauhtlatoatzin estuvo casado con Malitzin, una joven chichimeca, madre de sus dos hijos y quien posteriormente adoptara el nombre de María Lucía, fallecida dos años antes de la primera aparición sagrada en el Tepeyac.
Luego de darse a conocer los acontecimientos, Juan Diego pasó a ser uno de los mayores símbolos de comunión entre las culturas española y mexicana y un referente en el desarrollo religioso en México, país en el que, de acuerdo con datos del INEGI, en el año 2010 existían más de noventa y dos millones de católicos.
A pesar de que el propio Vaticano ha rechazado dichos dígitos, afirmando que la cifra ofrecida por la dependecia es inferior a la realidad, INEGI posee registros históricos que demuestran una considerable baja en cuanto a población católica en el país, de al menos el 12 por ciento desde el año 1895.
Por los antecedentes históricos recientes, la canonización del prehispánico nativo de la zona norte del valle de México representa una pieza clave para la iglesia católica en su intento por aumentar o cuando menos mantener la cantidad de feligreses mexicanos. La apresurada pero accidentada edificación del primer templo en su honor es una muestra de ello.
EL TEMPLO EN RUINAS
A unas cuadras de distancia de la Basílica de Guadalupe, en el año 2002 fue puesto en marcha el proyecto para edificar el primer templo dedicado especialmente al nobel santo, sin embargo, la obra, autorizada por el ahora también santificado Juan Pablo II se estancó y la empresa que comenzó como un tributo al mexicano, hoy es un proyecto malogrado.
Entre la sede principal del Instituto Politécnico Nacional, Zacatenco, y el cerro del Tepeyac, se planeó el establecimiento del Santuario de San Juan Diego. Aprobado por Juan Pablo II, uno de los principales promotores de la canonización de Juan Diego, el templo no fue concluido y actualmente se encuentra prácticamente en ruinas donde hasta hace dos décadas funcionaba el cine Lindavista.
A un costado de la nave principal de lo que debería ser el santuario, en un pequeño cuarto contiguo, se ofician misas con normalidad. La actual administración del recinto confirmó a Letra Roja que diversos problemas de orden económico, así como de organización y de desinterés, han sido factores clave para la no culminación del templo.
Sin techo que proteja su interior, el cascarón del edificio tiene como fachada un portón de madera envejecido, a espaldas de una improvisada cruz de madera en las mismas condiciones. Sobre la puerta se distingue una lona con la imagen del santo en la que se puede leer: “Te alabamos, te bendecimos, te damos gracias, padre bueno, por el regalo de Nuestro Santo Indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin” (sic).
A pesar de la lógica importancia que debería poseer la edificación por parte de la Arquidiócesis mexicana, debido a encontrarse casi en abandono total y de acuerdo con algunos vecinos de la colonia Lindavista, hasta hace un par de años el lugar estuvo habitado por indigentes y vagabundos.
Algunas instituciones como el Instituto Nacional de Antropología e Historia han trabajado en conjunto con los interesados en la conclusión del santuario, sin embargo, estos argumentan que se ve lejana la construcción del mismo pues hace meses que el proyecto se encuentra finalizado y aprobado pero no cuenta con el respaldo necesario para ser logrado.
Fuente : Letra Roja