Allá por el año de 1955, las calles del antiguo pueblo de Atizapán, hoy colonia Barrio Norte, sus pequeñas veredas por donde caminaba la gente, eran de tierra y delimitadas por hileras de magueyes, solo se caminaba, cuando había,con luz de la luna, las casas de los habitantes casi en su totalidad eran de tepetate, con techos de losa valenciana, algunas más con láminas galvanizadas o de cartón.
Las familias acudían como cada domingo, a surtirse de sus canastas básicas al pequeño tianguis o mercado que se hacía en el antiguo paradero de lo que fue el ferrocarril de Montealto y que sería también parte del balneario de Atizapán, también entre semana se abastecían de los alimentos básicos en las pocas tiendas que había en la localidad. Las panaderías existían en la colona Barrio Norte y de ese lugar se llevaba pan a Chiluca, San Mateo y Calacoaya, así como el mismo Atizapán y cuyas actividades comerciales del querido pueblo cesaban al caer la noche.
En la Colonia Barrio Norte una señora a la que llamaremos “Juana”, para entonces tendría unos 28 años de edad aproximadamente, avecindada de ese lugar. Siendo un pueblo dormitorio, casi oscureciendo le gente cenaba y a se metía a dormir y, prepararse para el trabajo del día siguiente, levantarse a las 5 de la mañana a preparar el desayuno por parte de las mujeres, los hombres al campo y al oficio que se tenía, tlachiqueros, peones, ayudantes de albañil o albañiles panaderos, comerciantes. El camino de Leandro Valle que parte desde Atizapán y que comunica actualmente con la Colonia México Nuevo, sus clásicos límites naturales a los lados de las veredas, terrenos de maizales y magueyales, algunos, baldíos delimitados con varas secas y donde transitaban a pie los vecinos, algunos otros de la localidad cuidando sus animales como borregos vacas.
En la colonia había (existe aún) una panadería que fue propiedad de don Alvaro Rodríguez González, hoy trabajado por los descendientes.
Un día de ese año de 1955 la señora “Juana” que pidió guardar el anonimato, recuerda que le urgía comprar pan para el desayuno del día siguiente de sus hijos como y para su marido que se iría a trabajar temprano a la ciudad de Tlalnepantla, serían como las 9 de la noche cuando caminando por la calle de la Palma y luego subir por la calle Leandro Valle hacia la panadería, como a unos 100 metros antes del establecimiento, sobre la vereda ó camino, sintió un escalofrío, de esos como cuando se presiente algo malo para uno, acto seguido de entre la oscuridad salió una sombra grande como de algún animal, más grande que un toro, le brillaban los ojos, se delimitada la sombra y se oía una respiración jadeante, brincaba con saltos descomunales de lado a lado del camino entre las ramas, corría entre los magueyales pero sin hacer ruido, lo mismo saltaba sobre ella, que por adelante o atrás, solo se sentía una turbulencia de aire no muy fuerte, a veces se veían los magueyes con el resplandor de la luz de los ojos, a veces se olía como a azufre por donde saltaba el animal, desesperada la señora Juana que en el 2006 tenía 78 años, desesperada corrió hasta la panadería, pero no contó nada de lo sucedido por temor a que fuera burla.
De regreso ya con su pan y por supuesto con bastante miedo, pidió a don Alvaro Rodríguez, dueño de la panadería, le prestara una lámpara llamada “Coleman” (de esas que eran de petróleo y con una bomba se le da aire y salga el petróleo) para alumbrase, también que le prestara o le dejara llevar un perro mugroso, pulgoso que tenía Don Alvaro, según nos cuenta la señora para poder regresar a su casa sobre la calle de La Palma, solo que no regreso por ese lado de Leandro Valle, sino por entre las milpas y magueyeras que había terrenos al sur de la calle y cuesta abajo, durante el trayecto, el perro que era dócil, empezó a ladrar y a rugir su clásico grrrrrrrr, se mostraba inquieto, tenso, y como se le enchinaba los pelos al perro.
Al llegar a su casa, la señora Juana soltó al perro que había llevado cargando y éste se quedó afuera de la casa, dando vueltas inquieto y no fue sino hasta que ameneció cuando el pequeño perro regreso a su casa.
Al día siguiente la señora fue a ver que había pasado o de donde había salido la sombra, pero de los dos lados estaba cercado con varas y magueyes como se dijo antes, no había forma de que alguien normal hubiera podido brincar de lado a lado y sin hacer ruido. Pasaron los días y por las noches se oían ruidos extraños fuera de su casa, de repente las gallinas y los pollos que tenía la señora Juana en el patio, aparecían muertos, degollados, lo mismo los guajolotes. Dos años después aproximadamente le regalaron un perro criollo (corriente) al que le llamaban el “oso”, era un perro negro grande de color café, de esos perros bravos que están fuera de casa.
Una noche serían como las doce de la noche, el perro empezó a ladrar, inquieto daba vueltas, el esposo de la señora con pistola en mano salió a ver qué pasaba, tan solo vio una sombra negra y le disparó dos veces, sin saber a qué le “tiraba” los balazos, acto seguido el perro se abalanzó sobre la sombra y se oía como algo o alguien aullaba de dolor, no se sabe si por las mordidas del perro o por las lesiones de los proyectiles, luego todo fue en silencio, pero el perro no regresó.
Al día siguiente la señora Juana y esposo fueron a ver que había pasado y solo vieron rastros de sangre regados por el patio, no hubo señal del Oso y nunca más volvió a parecer, ni saben que pasó. Hoy pidió se publicara su relato, sin saber que fue realmente lo que brincó sobre su humanidad hace 5l años, ni que pasó en el patio de su casa, jamás dijo nada hasta el día de hoy y pensando que fue el nahual.
Fuente : Facebook, René Rodriguez Vasquez