Agnes Gonxha Bojaxhiu, mejor conocida como Madre Teresa nació en Uskub, una ciudad del imperio otomano el 26 de agosto del 1910. Murió el 5 de septiembre de 1997 en Calcuta, India. Fue una monja que fundó una congregación, Misioneras de la Caridad, y que tras ser beatificada llega a Santa por decisión del Papa Francisco en 2016.
“Hay algo bello en ver cómo los pobres aceptan su suerte de sufrir como en la Pasión de Cristo. El mundo gana mucho de su sufrimiento”, dijo la Madre Teresa al periodista Christopher Hitchens. Su campaña cristiana en la India no está exenta de detractores, pese al esfuerzo del Vaticano de elevarla en vida a una condición sobrenatural.
El colonialismo racista.
Krithika Varagur, en un artículo del Huffington Post, cita al historiador Vijay Prakash quién hizo una desfavorable comparación de la figura de la Madre Teresa. La llamó “la imagen por antonomasia de la mujer blanca de las colonias que trabaja para salvar a los cuerpos negros de sus propias tentaciones y fracasos”. “Su imagen se encuentra completamente circunscrita en la lógica colonial: la del salvador blanco que enciende una luz entre los negritos más pobres del mundo”.
La Madre Teresa fue una mártir, pero no por India y los pobres del sur, sino por la culpa blanca y burguesa. Como afirma Prakash, funcionó así en vez de como un “desafío auténtico a las fuerzas que provocan y mantienen la pobreza”.
¿Y cómo ayudó a esa gente pobre? Con recelo, si es que los ayudó en algo. Tenía un “motivo ulterior” persistente para convertir a parte de la población hindú más vulnerable y enferma al Cristianismo, como afirmó un trabajador del gobierno indio el año pasado. Incluso existen registros que apuntan a que ella y sus monjas intentaron bautizar a personas agonizantes. (Krithika Varagur)
Por ese mismo sendero el periodista argentino Martín Caparrós rompe la ilusión mágica de la divinidad de la Madre Teresa y la transforma en un instrumento de oscuros intereses:
Algo me molestó desde el principio. Llegué al moritorio de la madre Teresa de Calcuta, en Calcuta, sin mayores prejuicios, dispuesto a ver cómo era eso, pero algo me molestó. Primero fue, supongo, un cartel que decía “Hoy me voy al cielo” y, al lado, en un pizarrón, las cifras del día: “Pacientes: hombres: 49, mujeres: 41. Ingresados: 4. Muertos: 2”. En el pizarrón no existía el rubro “Egresos”. En el moritorio de la madre Teresa, su primer emprendimiento, la base de todo su desarrollo posterior, no hay espacio para curaciones.
La señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu, también llamada Madre Teresa de Calcuta, consiguió en sus últimos veinticinco años una fama y un apoyo internacional extraordinarios. Le llovieron medallas, donaciones, premios, subvenciones, todo tipo de dinero para que ayudara a los pobres del mundo. La señorita Bojaxhiu nunca hizo públicas las cuentas de su orden pero se sabe, porque ella se jactó de eso muchas veces, que fundó, con ese dinero, alrededor de quinientos conventos en cien países. Pero no fundó una clínica en Calcuta.
Hay un par de ideas fuertes detrás de todo eso. Sobre todo, la idea de que la vida —ellos dirían “esta vida”, como si hubiera muchas— es un camino hacia otra, mejor, más cerca del Señor: si no fuera así, a nadie se le ocurriría dedicarse a que esa gente muriera mejor y, quizás, en cambio, pensarían en mejorar sus vidas. Y la idea de que el sufrimiento de los pobres es un don de Dios: “Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la pasión de Jesucristo —dijo la madre Teresa—. El mundo gana con su sufrimiento”.
Por eso, quizás, la religiosa les pedía a los afectados por el famoso desastre ecológico de la fábrica Union Carbide, en el Bhopal indio, que “olvidaran y perdonaran” en vez de reclamar indemnizaciones. Por eso, quizás, la religiosa fue a Haití en 1981 para recibir la Legión de Honor de manos de Baby Doc Duvalier —que le donó bastante plata— y explicar que el tirano “amaba a los pobres y era adorado por ellos”. Por eso, quizás, la religiosa fue a Tirana a poner una corona de flores en el monumento de Enver Hoxha, el líder estalinista del país más represivo y pobre de Europa.
Pero quizá no fue por eso que salió a defender a Charles Keating. Keating era un buen amigo de los Reagan —que recibió a la religiosa más de una vez— y uno de los mayores estafadores de la historia financiera norteamericana: el fulano que se robó, por medio de una serie de maniobras bancarias, 252 millones de dólares de pequeños ahorristas. Keating le había donado a la religiosa 1.250.000 dólares y le solía prestar su avión privado. Cuando lo juzgaron, la religiosa mandó una carta pidiendo la clemencia del tribunal para “un hombre que ha hecho mucho por los pobres”. Fue enternecedor. Pero cuando el fiscal le pidió que devolviera la plata que Keating le había dado —robada a los pequeños ahorristas—, la religiosa no se dignó contestar nada. (Martin Caparrós)
Tu dolor me enriquece.
Todo parece indicar que a los poderosos les gusta la caridad porque los acerca a Dios. Sin sufrir obtienen la indulgencia plenaria, igual que en el Medioevo cuando literalmente “pagaban por sus pecados” reyes y aristócratas y quedaban eximidos de cualquier castigo de Dios. Así nació el poder económico de la Iglesia Católica.
Hay capitales que podrían erradicar pobreza, hambre y enfermedades pero solventan instituciones que ayudan a morir y su relato mágico. Es verdad que hay otras organizaciones que luchan contra los flagelos de la humanidad, pero imaginemos lo que sería posible si todos actuaran en el mismo sentido, si dejáramos de glorificar a la muerte dando valor a la vida.
El sistema político y económico que castiga a millones del planeta encuentra en la religión su forma de perpetuarse. Mientras convencen que hay una vía rápida para llegar al Poderoso, a la vida eterna y que son privilegiados los que sufren y mueren, sobrevive un puñado de humanos con beneficios inmensos y el poder de hacer lo que se les antoja.
Todos —los países, los grupos de amigos, los equipos de voleibol, los grupos de tareas— necesitan tener un Bueno: un modelo, un ser impoluto, alguien que les muestre que no todo está perdido todavía. Hay Buenos de muchas clases: puede ser un cura compasivo, un salvador de ballenas, un anciano ex cualquier cosa, un perro, un médico abnegado, un pederasta con buena verba en púlpito: en algo hay que creer.
El Bueno es indispensable, una condición de la existencia.
Y el mundo se las arregla para ir buscando Buenos, entronizarlos, exprimirlos todo lo posible. Así que, pese a que algunos intentamos contar un poco de su historia, nadie lo escucha: es mejor y más cómodo seguir pensando que la señorita era más buena que Lassie. La señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu, también llamada Teresa de Calcuta, consiguió ser la Buena Universal.
Y consiguió, incluso, lo más difícil que puede conseguir una persona, un personaje: entrar en el lenguaje como síntesis o símbolo de algo. Decimos un Quijote cuando queremos hablar de un héroe destartaladamente franco; decimos un Craso cuando tratamos de definir a alguien riquísimo; decimos —desde hace unos años empezamos a decir— una madre Teresa cuando queremos significar que alguien es realmente bueno. Y así ha quedado registrada en nuestra cultura la señorita también llamada madre, amiga de tiranos y estafadores, militante de lo más reaccionario, facilitadora de la muerte. (Martín Caparrós)
Escrito por: Claudio Scabuzzo
Referencias:
https://www.vice.com/es/article/vdkv8y/la-madre-teresa-era-una-zorra-despiadada-666
http://www.soho.com.co/opinion/articulo/por-que-detesto-a-la-madre-teresa-de-calcuta/9158
http://www.corazones.org/santos/teresa_calcuta.htm
https://es.wikipedia.org/wiki/Caridad_(virtud)
http://humanitas.cl/html/biblioteca/articulos/d0050.html
https://teologiayfilosofia.com/tag/madre-teresa/
http://www.huffingtonpost.es/krithika-varagur/madre-teresa-santa_b_9477678.html