El gobernador Eruviel Ávila Villegas presume de un Plan Tres Transporte Seguro, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, asegura que de usa la mejor tecnología en contra de la delincuencia y envía militares y federales al EdoMex, solo para tomarse la foto; pero la realidad es otra.
El asalto al transporte público no sólo es grave en el Valle de México, sino también en el medio rural y lo que ocurrió la tarde del viernes 29 de octubre, es una prueba más de que los delincuentes siguen actuando en la impunidad.
Son las 18 horas, unos 50 pasajeros en autobús 5062 desean llegar a su casa, pero el chofer de la empresa Pegasso, comete el error de bajar a un vendedor de dulces en la caseta El Dorado, sobre la autopista Toluca-Atlacomulco y levanta pasaje, sin saber que son asaltantes.
Subió primero un hombre moreno, alto de aproximadamente 30 años, con aliento alcohólico dijo al chofer que: “ahorita te pagan”, y se tapaba el rostro con el cabello.
Enseguida un hombre de aproximadamente 50 años subió y pagó su pasaje, ambos traían un chamarra negra, atrás de ellos subieron otro dos sujetos, uno de ellos con marcas en la cara, y con chamarra negra ajustadas al cuerpo y ode 1.60 de estatura, moreno con un gorra roja que atrás traía el número 961, se quedó junto al chofer.
En la pantalla del televisor del autobús pasaban la película Crepúsculo al Amanecer, cuando pasando la gasolinera, se escuchó el grito, “¡ya valieron madre, este es un asalto”.
Y comenzaron los gritos en la parte de atrás del autobús, mientras que el sujeto de la gorra roja, con un arma escuadra de salva, hizo un disparo al piso para intimidad a los pasajeros y se hasta pudo levantar el casquillo.
“Haber chofer, sin hacer señales o algo sospechoso, tú sigue manejando tranquilo y dame los que traigas, deja tu celular y nada va a pasar”, comenzó a gritar el tipo de la gorra roja.
Algunas personas en la parte trasera se negaban a entregar sus pertenencia y se escucharon las amenazas, “no te hagas pendejo, entrégame todo o te meto un plomazo”.
“Ya callate vieja pendeja, no escondan nada, o van a valer madre”, eran algunos de los gritos que se escuchaban atrás.
Mientras que el de la gorra roja decía al chofer, “ya nos vamos a bajar, no hagan nada ni intenten seguirnos, aquí en la carreterita de los puentes vamos a bajar, tú sigue y yo te digo”, mientras despojaba al dulcero del dinero de la venta.
Y los pasajeros de enfrente entregaron sus teléfonos y carteras.
Aquí bajamos señalaba, mientras que seguían los gritos intimidatorios en la parte trasera del autobús.
Antes de bajar el sujeto de mayor edad revisaba enmedio de los pasajeros los asientos que no se quedará nada de valor, al bajar gritaron que no los voltearan o se atrevieran a seguirlos.
Al fin bajaron se fueron por “la carreterita” de los puentes de San Bernabé.
Un silencio sordo y angustioso quedó en el autobús, “párese en el centro de justicia de Ixtlanuaca para levantar el acta”, le dijeron al chofer, que parecía bloqueado y paro hasta el Puente en donde bajaron los primeros pasajeros espantados y sin dinero, sin saber cómo seguirían el camino para llegar a su casa.
En Pasteje y Mavoro bajaron otras de las víctimas del asalto, “ahora qué hacemos, no nos dejaron ni un quinto, ni teléfono para llamarle a mi mamá para que vengan por nosotros” decían.
En ese trayecto ninguna patrulla para auxiliar, fue hasta que el autobús pasó la caseta de Atlacomulco que el autobús se detuvo al ver a una patrulla de la policía federal, a quien se le notificó del asalto, limitándose solo a informar a su base, señalando que ese tramo no le corresponde a ellos.
“Qué pena, pero los puedo llevar al Ministerio Público de Atlacomulco, aún aunque les va a decir que le toca a Ixtlahuaca y que se tiene que trasladarse para allá”, dijo.
El conductor del autobús comunicó a los pasajeros si alguien quería denunciar, pero apenas contestaron que lo que querían era llegar a su casa, “para que ir al ministerio público, ahí solo se pierde el tiempo y ni nos atienden, ni los agarran, ni nos devuelven nuestro dinero, y si los agarran en tres meses salen libres para volver a asaltar”, señalaron con desdén.
“Mejor cuando haya oportunidad haya su matarlos para acabar con las ratas”, expresaron con coraje e impotencia algunos pasajeros, mostrando su desconfianza ante las autoridades para acabar con la delincuencia.
“Es mejor traer un “cuete” y darle, contra lo que tope”, dijo otro, mostrando su desconfianza ante las autoridades.
Así entre mil, dos mil, tres mil pesos, cinco mil pesos, fueron casi 50 pasajeros a los que despojaron del fruto de su trabajo, de un teléfono celular que por baratos cuestan mil pesos.
Además, los ladrones siempre se ponen exigentes y si traen un teléfono sencillo golpean a las víctimas, “no te hagas pendejo, esta chingadera no sirve, saca el otro” y comienzan a golpearlos.
Pero, una hora después del asalto, comienza de nueva cuenta la zozobra entre los pasajeros, “se llevaron mi teléfono, ahí van mis contactos, fotos de mi familia, puedo ser víctima de extorsion, como le aviso a mi familia para que no les vaya a a llamar en mi nombre” y con un vacío en el estómago, piden que el tiempo se acorte para llegar a su casa y que su familia sepa que están bien, aunque sin dinero, sin teléfono y con coraje e impotencia.
Aquí está solo un caso de robo con violencia que vivimos a diario los habitantes del Estado de México, un caso que sume a los trabajadores más humildes en el desaliento y la desconfianza hacia las autoridades.