Se calcula que en México existen al menos 250 mil personas que padecen autismo
Aunque no es considerado una enfermedad, el autismo afecta a miles de personas alrededor del mundo. El síndrome, cuyas principales afectaciones recaen en las relaciones sociales de quien lo padece, es irreversible y en muchos casos el afectado puede llegar a sufrir una vida tortuosa.
La magnitud de esta condición es tal que en ocasiones resulta difícil diferenciarlo de otros síndromes, ya que prácticamente pueden presentarse en cualquier aspecto de la vida de una persona. Desde la incapacidad de comunicarse hasta la imposibilidad de tomar un baño de manera independiente, el autismo permea el cerebro violentamente y de manera permanente.
El trastorno del espectro autista (TAE) es irreversible y no se sabe a ciencia cierta si se trata de un mal congénito, neurológico o psicológico. Existe gran cantidad de teorías desde el punto de vista clínico, así como desde el enfoque del psicoanálisis, sin embargo hasta la fecha no se ha podido demostrar el origen de tan intrigante condición mental.
Se calcula que en México existen al menos 250 mil personas que padecen autismo pero son pocos los centros de estudio y tratamiento especializados en atender este tema, aunque existen personas que dedican su vida al mejoramiento de las condiciones de vida de quienes se enfrentan día con día al síndrome.
No es lo mismo síndrome que enfermedad
Para Daniela Ocaranza, psicóloga y maestra en Intervención educativa con acentuación en atención a la discapacidad, el autismo se trata de un problema formado por la conjunción de tres grandes factores que impiden el adecuado desarrollo de algunas capacidades psicológicas y motrices de quien padece dicha condición.
“Se trata de un síndrome, una serie de síntomas que se caracterizan por hacer que el sujeto no comprenda el espectro simbólico, que puede ocasionar también problemas en la comunicación, de lenguaje, y al socializar. No se trata solamente de una cosa. Es muy grande en tamaño pero existe nivel bajo, medio y avanzado”, aseguró la especialista.
De acuerdo con Ocaranza Abascal, el autismo es detectable a partir de los dos o tres años, cuando un niño comúnmente debería interesarse en establecer mayores relaciones con la gente que lo rodea pero en estos casos no lo hacen.
“El autismo se detecta a los 2 o 3 años. No hay una característica física muy aparente, como en otros síndromes”, dijo la maestra, quien además agregó que dentro de la lógica del aprendizaje de un niño, existen ciertas conductas que indican la gravedad o profundidad de la condición como puede ser el mutismo.
Otra de las conductas que más se presenta en quien sufre de autismo son algunas obsesiones con ciertas cosas o actividades. En la película Rain Man, Dustin Hoffman protagoniza el papel de un autista que hereda una fortuna y que está obsesionado con los números y las matemáticas. Esta condición suele ser habitual entre la comunidad autista.
“Una característica del autismo es el pensamiento obsesivo: películas, animales, direcciones […] Sus obsesiones son muy particulares. Generalmente, si el autista se obsesiona con ser tocado, por ejemplo, la forma en que le gusta que lo toquen será muy particular”, explicó Daniela Ocaranza.
Generalmente, cuando se piensa en una persona con este síndrome, se relaciona la condición con una pasividad e indiferencia extrema, misma que puede verse volatilizada en arranques de desesperación por parte de quien padece el TEA ante ciertos estímulos.
Esto se debe a que, por lo general, a quien se diagnostica autismo, puede presentar una hipersensibilidad ante algunos estímulos que le molestan. “Es muy curioso ver cómo un niño con autismo puede perturbarse muchísimo con el sonido de un perro ladrando y, por el contrario, ni siquiera voltear a ver los fuegos artificiales”, agregó la experta.
La enternecedora historia de Andrea
Andrea es una niña de tan solo cinco años de edad que fue diagnosticada con autismo hace casi tres años. Actualmente asiste a terapia en una institución especializada en tratar a gente que padece este síndrome. Desde que llegó a la institución, la vida de la pequeña cambió radicalmente.
Cuando Andrea, cuyo nombre es ficticio debido a la privacidad de los datos de la nena, cumplió dos años, fue llevada por su familia a diversos centros de estudios mentales ya que presentaba una escasa muestra de interés por las interacciones sociales, incluso con sus propios padres.
Fue entonces cuando la familia recibió la amarga noticia de que la menor poseía la condición mental conocida como TEA. Al principio, los padres no supieron cómo afrontar la cruda realidad. En un instante se modificaron las expectativas sobre el miembro menor de la familia.
Pronto la incertidumbre se convirtió en alivio para la familia pues, al menos, el diagnóstico les indicó el camino que debían seguir para ver a la pequeña Andrea enfrentar el síndrome. En el Instituto Domus la atendieron y, cuenta su terapeuta, a partir de ese momento, se nota una gran mejoría en la vida de Andrea.
Andrea no posee, hasta ahora, la capacidad del lenguaje, una característica que dificulta aún más la inclusión de la niña entre los niños de su edad, pero ese no ha sido motivo para no lograrlo. De hecho, Andrea es muy bien aceptada en los diferentes grupos sociales con los que interactúa.
“Desde que la diagnosticaron, se notan muchos avances. Su intención comunicativa es mucho más grande. Con algunas estrategias se comunica muy bien, a falta de lenguaje. A nivel social, con sus compañeros se relaciona muy bien. Los busca, se ve que es parte del grupo y hasta ubica a sus maestros”, comentó quien ha tratado durante dos años con Andrea y su familia.
El apoyo con materiales didácticos que facilitan la comunicación a Andrea ha sido indispensable. Interactúa utilizando un sistema alternativo de comunicación, que se trata de una carpeta que sirve para que ella pueda solicitar lo que sea que requiera a través de imágenes.
Aunque el problema de lenguaje es una asignación pendiente, actualmente la independencia con que maneja diversos aspectos de la vida cotidiana es la evidencia más clara del gran avance que ha presentado la pequeña desde que comenzó el tratamiento integral.
“La relación de la niña con el resto de su familia es muy buena. Puede jugar todo, sobre todo en esta etapa escolar que se trata de puros juegos. Le gusta que le hagan cosquillas, las canciones de juego, le gustan las burbujas, las muñecas y sus compañeros la incluyen sin problemas”, finalizó la terapeuta de Andrea.