Algunos tienen terror de salir al recreo.
David tiene 9 años, acude a una primaria pública de Tláhuac. Desde que entró a cuarto año sus compañeros le hacen bullying. Le escondían su mochila, le robaban sus colores, aventaban su goma afuera del salón, después su madre lo regañaba por no traerla de vuelta a casa.
Hace dos meses, mientras se estaba formando para los honores a la bandera, un niño lo golpeó en el ojo y lo tiró del impacto. “La maestra estaba muy cerca y me levantó, pero sólo le dijo al niño que se formara” cuenta el menor. Al principio no dijo nada, pero después el ojo se empezó a cerrar y el dolor se hizo presente.
Llamaron a su mamá de urgencia -casi tres horas después-, , y lo único que se pudo hacer es que le pagaran la consulta médica y las medicinas. El agresor no fue suspendido, ningún maestro lo pudo regañar -porque los pueden acusar de agresiones-, y la madre nunca aceptó que su hijo fuera “buly”.
David sigue yendo a la escuela, y sus compañeros de vez en cuando lo molestan, pero ahora las cosas han cambiado, si le pegan, pega. Órdenes de su mamá.
-Las niñas también sufren bullying-
Melany es una niña callada, le gusta la música pop y prefiere no decirlo porque sus compañeras le hacen burla. Tiene 10 años y cursa el quinto de primaria. Alguna vez sus compañeras le dijeron que se vestía como “tonta”, pero se hizo que no escuchó. En ocasiones le rayan su cuaderno y alguna vez intentaron ponerle tinta roja en su silla, pero otra compañera le avisó.
Ella cuenta que los compañeros de su salón les cobran un peso a los niños más chicos para no molestarlos en la hora del recreo. Unos les dan, otros sólo chocan la mano cuando la estiran para cobrar.
“Los corretean, les avientan tierra, los siguen, así los molestan” cuenta la menor. Para su fortuna, tiene un hermano con el que se junta en el recreo y entre los dos es más sencillo lidiar con el bullying.
Los padres de Sebastián se sorprendieron cuando la maestra les pidió unos minutos para platicar sobre el comportamiento de su hijo de dos años. “Es agresivo con sus compañeritos, no obedece, y hoy golpeó y rasguño a un niño de otro salón”, expresó la docente. Fue el primer aviso y lo tomaron con seriedad.
“Ha golpeado a otro niño porque no hizo lo que él pidió”, era una segunda llamada de atención y todavía llegaron dos más, es decir, cuatro en solo un mes. Cuando recién lo inscribieron en la escuela, les advirtieron de las posibilidades de que regresara lesionado. No imaginaron que su pequeño era el golpeador.
Les recomendaron llevarlo con un psicólogo de niños; rechazaron tal medida porque se trataba de un pequeño de dos años, quien estaba aprendiendo a medir su fuerza y a compartir los diferentes enseres escolares. Decidieron una estrategia de comunicación en la que platicaron y enseñaron reiteradamente a su hijo la diferencia entre un buen y mal comportamiento. Funcionó.
Eduardo de 7 años cursa el segundo grado de primaria en una escuela de tiempo completo del sur de la ciudad de México.
Todos los días uno de sus compañeros lo insulta, golpea y/o acosa, la experiencia más marcada que tiene hasta el momento fue cuando a la hora del recreo uno de sus compañeros de clase le bajo los pantalones en el patio de la escuela a la vista de todos.
“Todos se rieron de mí, me sentí muy triste y avergonzado porque todos me vieron los calzones, aunque mis amigos intentaron cubrirme para que la vergüenza fuera menor, todos los niños de la escuela continuaron burlándose”.
El agresor junto con un grupo de “amigos”, han tenido diversos reportes de indisciplina y aunque en diversas ocasiones sus padres fueron citados en la dirección escolar, no ha presentado mejoría en su comportamiento.
El chico y su hermano fueron adoptados por lo que sus padres adoptivos no ejercen control sobre ellos. Su justificación es que debido a la demora del proceso de adopción les quitó tiempo valioso para su educación.
Los padres de familia están considerando pedir su expulsión ya que su nivel de agresividad ha sobrepasado los límites, en una ocasión estuvo a punto de lesionar el ojo de un compañero con un lápiz. Motivo por el cual se le canalizó al psicólogo.