Descubrió que le gustaban los hombres a los 35 años, casado y con hijos…

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Era un estudiante cuando empezó. En una ocasión, cuando estaba en la alberca, me chocó que un amigo tuviera ya pelos en el pecho. Un jueves, en educación física, me noté muy raro, excitado entre mis compañeros, que se estaban cambiando de ropa en el vestuario. Me sentí atraído por los hombres. Sabía que eso no era normal, pero, como no se había notado, hice “como si no hubiera pasado nada”. Estaba tan avergonzado de lo que había sentido que me dije: “No lo tiene que saber nadie”

¿Por qué fingí ser como los otros? No es algo que decidiera yo. No sopesé los pros y los contras.

Las chicas con los chicos era lo natural, lo evidente, lo que se esperaba de mí. Por lo tanto, no me decía a mí mismo: “Soy homosexual”. Era una palabra que me asustaba demasiado. Era demasiado duro decirme que lo era. Demasiado duro decirlo, provocarles semejante pena a mis padres, aguantar las miradas de los demás… No quería ser distinto de mis amigos. Al final, empecé a representar un papel y a creérmelo. Son mentiras que al final se acaban creyendo de verdad. Supongo que es así como funciona el cerebro. Sabía que tenía a mis espaldas los fantasmas de la homosexualidad y ni siquiera eso me impidió considerarme un hombre heterosexual.

Conocí a una mujer, nos enamoramos de verdad y tuvimos varios hijos, que son lo más importante de nuestra vida.

Tiempo después, con 35 años, estaba en París y vi por la calle, delante de mí, a dos hombres enamorados paseando de la mano, algo que me causó mucha impresión. Todos mis deseos ocultos resurgieron de golpe y me explotaron en la cara. Al verles felices, de repente, me dije: “Eso que estoy viendo es lo que deseo”. Y, también de repente, me di cuenta de que ya hacía 20 años que sentía vergüenza de mí mismo, 20 años viviendo con miedo de que descubrieran mi secreto. Y me di cuenta de lo dura que era esa situación. ¿Cómo se puede vivir con miedo? ¿Cómo es posible acostumbrarse a vivir avergonzado de uno mismo?

No quería seguir teniendo vergüenza de mí mismo y empecé a soñar con vivir con otro hombre, pública y libremente.

Estoy viviendo a los 35 años lo que muchos viven entre los 15 y los 25. El descubrimiento de la propia identidad, la búsqueda de información por Internet, la puesta en contacto con quienes son como yo. El foro online et-alors.net (en francés) es para mí un lugar maravilloso en el que puedo contactar con otras personas que también se cuestionan su orientación sexual. Al principio, me decía: “Estoy casado, he sido feliz con una mujer, no soy gay”, pero luego me di cuenta de que, en ese foro, los hombres homosexuales también habían pasado por un periodo en el que se consideraban heterosexuales.

De sentir impulsos homosexuales a decir “soy gay” hay un largo camino de aceptación personal.

Es una aventura dolorosa porque hace falta primero guardar luto por el heterosexual que pensaba que era y hacer frente a todo lo negativo que había interiorizado acerca de los homosexuales. Después, a medida que fui leyendo y conociendo gente, me di cuenta de que no valgo menos que los demás. En particular, pasé del “soy diferente de los demás” al “soy como esos que son como yo”. Pienso que los homosexuales tienen que pasar un tiempo entre ellos para dejar de avergonzarse de sí mismos. Al final, deja de ser molesto decir que somos distintos en algo. Acaba siendo incluso un orgullo aceptar que eres diferente, y qué maravillosas personas he conocido gracias a ello. Incluso hemos creado un foro en Internet para facilitar que los “exheteros” se conozcan y se den apoyo.

Si me quedo con mi mujer, al final de mi vida pensaré que he dejado escapar lo que de verdad merece la pena.

Darse apoyo es importante, porque pasamos por situaciones complicadas. Por ejemplo, mi problema: estoy casado con una mujer a la que quiero y con la que me entiendo maravillosamente, pero he llegado a un punto en el que no puedo dar media vuelta. Imposible dar marcha atrás. Sé que soy gay, no bisexual: gay.

Si me quedo con mi mujer, el resto de mi vida tendré la impresión de haber vivido la vida de otra persona. Si me quedo con mi mujer, al final de mi vida pensaré que he dejado escapar lo que de verdad merece la pena: vivir una vida auténtica y en consonancia con la persona que soy. De aquí surgen otros duelos, dolorosos pero necesarios. Me han dicho cosas como: “¡Vas a romper tu familia para tener sexo!”, y me he sentido terriblemente culpable, pero me concedí el derecho de vivir la vida que me corresponde. Porque no se trata de sexo, sino de ser yo mismo.

He intentado que las cosas salgan lo mejor posible para mi mujer y mis hijos.

Quiero que mis hijos sepan quién soy y, al mismo tiempo, ser un modelo a seguir de alguien que acepta sus diferencias.

A veces, cuando la gente habla de los homosexuales delante de mí, aún me sonrojo. Sé que no hay que avergonzarse por ello, pero mi cuerpo, al parecer, opina distinto. Así son las cosas.

Actualmente vivo con el hombre que amo y soy feliz, al contrario que aquellos que tardaron en encontrarse a sí mismos.

El nombre del autor ha sido modificado a petición propia.

Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Francia y ha sido traducido del francés por Daniel Templeman Sauco

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