Ayer, aquí en Forbes México, Carlos Morales publicó una entrevista con Manuel Molano, director general adjunto del Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco), quien hizo una acertada crítica al gobierno de Miguel Ángel Mancera por taxificar el servicio de Uber.
Recordará que con el primer Doble Hoy no Circula que se aplicó hace algunas semanas en el Valle de México, sus tarifas dinámicas se dispararon ante el aumento de la demanda. Mucha gente se quejó.
Pues bien, bajo un supuesto “acuerdo” –que en realidad fue una imposicióndisfrazada–, Uber aceptó poner tope a sus tarifas en caso de contingencia, Doble Hoy no Circula y emergencias naturales, de seguridad y de salud públicas. O sea, el mundo al revés.
Ahora, cuando la demanda sea más alta habrá miles de personas que aun estando dispuestas a pagar más por el servicio, no podrán encontrar un auto disponible. Igual pasa con los taxis. Si no me cree, recuerde la última vez que intentó tomar uno en plena lluvia: conseguirlo es toda una hazaña.
La tarifa de los taxis es baja y controlada, pero en la mayoría de los casos las unidades están en malas condiciones, el chofer es quien “hace el favor” de llevarnos y, claro, se reserva su derecho a escuchar la música que quiera, a fumar, llevar las ventanillas abiertas y hasta a poner los típicos pretextos como el “no voy para allá”, “está muy lejos”, etc. Todos, “logros” del intervencionismo del gobierno.
Uber no necesitó “revistas”, ni supervisión, regulación y demás controles que el gobierno impone a los taxis, para otorgar un servicio de alta calidad centrado en el cliente y sus necesidades. El concepto de “mi chofer privado” es el que aplica. Así, “de la nada”, Uber logró aumentar la recaudación tributaria (paga impuestos), dar ganancias a socios y generar miles de empleos que antes no existían. Todos, logros del libre mercado.
Por eso, que el gobierno local interfiera en precios, para el Imco no es una buena idea, e incluso considera que no tiene atribuciones para ello. Estamos de acuerdo. A Molano le resulta preocupante la taxificación de Uber y considera que no deberíamos permitirla. ¡Tiene razón! Sin embargo, está claro que la empresa aplicó la política de someterse a un mal arreglo antes que pelearse con el gobierno de la CDMX.
Molano opina, además, que el jefe de gobierno –que es abogado– no entiende de economía, pero con el golpe a Uber intenta congraciarse con el monopólico gremio taxista. Y es que, dice, ese grupo representa “un mecanismo para inducir votos y extorsionar a gente muy pobre que maneja un taxi”. Dada la creciente fuerza económica de Uber, Mancera apuesta a que en algún momento vote también por su grupo político.
Al final, el director del Imco lamenta la poca comprensión que el público tiene de este tema. No hay duda. Por eso, en este espacio no lo soltamos. El precedente que sienta tendrá alcances que van mucho más allá de una simple imposición de tarifas a una empresa PRIVADA de transporte.
Las políticas populistas de control de precios no funcionan y son muy perjudiciales para los consumidores, pero les encantan a los políticos para “quedar bien”. ¡Cuidado!
Con un candidato a la presidencia estadounidense que, si gana, promete ser muy adverso para los mexicanos, sólo hay una posible estrategia de defensa: uberizar toda la economía.
¿Qué significa esto? Que tenemos una economía que si fuera auto sería más como un taxi que como un Uber: el gobierno está metido en todo, en perjuicio de inversionistas, clientes y trabajadores. Urge un cambio de fondo.
Si queremos dejar atrás el subdesarrollo y la pobreza, es indispensable que hagamos una apertura total al exterior, que dejemos que haya competencia plena, menos regulaciones, “tarifa dinámica” en todos los precios –sin excusa–, que el gobierno recorte masivamente el gasto y baje los impuestos, etc. Mucho ayuda un gobierno que no estorba y se ocupa de lo que sí es su obligación: garantizar la libertad y propiedad de las personas, castigar a quien infrinja aquellas y hacer valer los contratos entre particulares.
Si acaso Estados Unidos se taxifica cerrándose al mundo, imponiendo controles a todo y expulsando a connacionales, allá ellos.
La única manera de responder de forma exitosa aquí sería uberizando a México.
Es el aumento de la oferta en competencia abierta total y la atracción de inversiones lo que genera crecimiento y un beneficio duradero para los consumidores –que somos todos–, sin importar tiempo, lugar ni quién gane las elecciones.
Lo que a modo de botón de muestra se está haciendo con Uber en la CDMX –y se intentó hacer con el limón en todo el país– es un pésimo antecedente en la antesala de una posible “tormenta perfecta”. Ya vamos tarde con el antídoto.