El deficiente sistema de salud capitalino nos regaló una noche que nunca vamos a olvidar.
Muchos ciudadanos nos vemos obligados a acudir a las áreas de urgencias de los hospitales de gobierno y sin duda es una experiencia de terror. Narramos la historia.
Mi madre se cayó en una coladera abierta, su pierna sufrió una herida expuesta, su cabeza azotó con el piso y acaso por eso sufrió un desmayo que le dejó inconsciente unos minutos. No recordaba lo que había pasado, la memoria le traía únicamente la imagen de dos hombres que le ayudaron a levantarse.
Alcanzó a hablar por teléfono y pedir auxilio a su pareja minutos después del accidente. En seguida la llevaron a casa, la atendimos con los primeros auxilios. El llanto y el dolor no la dejaban explicar los hechos.
Se decidió llevarla a urgencias, sin saber que nos arrepentiríamos por siempre.
Llegando al Hospital de Tláhuac cerca de las once de la noche, el primer obstáculo fue un policía rebelde.
-“No joven, no pueden meter el carro” Comentó el oficial apenas me vio bajar. Todavía no decía una palabra.
-“Señor, mi mamá sufrió una caída fuerte, viene vomitando, se golpeó la cabeza. La traigo a urgencias”
A regañadientes abrió la puerta, no sin antes advertir, “en cuanto la dejen, sacan el carro”. Como si ocupar un espacio del estacionamiento vacío fuera más importante que la atención del paciente.
Segundo obstáculo, policía con visión médica.
Apenas bajó del carro, nos recibió un policía en la puerta de urgencias.
-“Viene caminando, no está grave” aseguró con visión curadora.
-“Señor se golpeó la cabeza, vea su pierna” le advertí.
-“Que se pase, ahorita le toman los signos vitales”
La dejaron junto a otras personas que igual que ella necesitaban atención urgente. Acaso no se dan abasto, acaso no hay médicos suficientes, acaso no han pedido apoyo, pensé. En fin, ellos saben lo que hacen.
Me registré con un hombre cuya característica es ser déspota, lugo comprobé que debe ser requisito para obtener ese trabajo.
“Pendejeó” como literalmente se dice, a la mujer que estaba enfrente, le dijo que si no sabía leer, que si no sabía escribir y que si no quería esperar se podía ir a otro hospital.
Por ese motivo me cambié de fila con una mujer no menos déspota, pero sí más accesible. Me tomó los datos y me dijo que me fuera a sentar, en unos momentos alguien me llamaría.
La primer hora fue muy sencilla, el celular, los pendientes y las llamadas para dar aviso a familiares, hicieron que se pasara de volada.
La segunda hora fue más difícil, es ese tiempo me tocó ver: dos embarazadas casi pariendo que no fueron atendidas, según ellos, no había ginecólogo. Un joven epiléptico que esperó como los demás. Una madre que se metió la fuerza para que su pequeño de 6 años fuera atendido, dos borrachos con cortadas de navaja, entre otros.
Una señora usó toda la banca para dormir un rato, llevaba varias horas esperando. Minutos después vi salir a mi madre, pensé que ya todo estaba bien, pero me equivoqué.
“Apenas me tomaron los signos vitales, me duele la cabeza, me duele la pierna, se me está durmiendo” fue su primer comentario.
Una señora que me vio molesto me advirtió que no reclamara porque cuando lo hacen, menos los pasan, así le pasó a su hija y a su nuera hace unas semanas.
Me aguanté el coraje, y sólo toqué la puerta pata decir que el dolor de cabeza se hacía más intenso.
Dos horas después la llamaron. Y en cinco minutos estaba afuera.
“Que vayas a comprar un disco, que necesito unos Rayos X”
“¿Y dónde voy a conseguir un disco ahorita?” Le dije a mi madre – casi a las dos de la mañana-
“Me dijeron que afuera venden” exclamó mi madre mientras se sostenía de un muro porque no podía apoyar la pierna.
En efecto, una funeraria que está enfrente vende los discos. Funeraria de día, papelería de noche.
Inmediatamente llevé el disco, aunque me hicieron que firmara que había recibido uno. Le dije a señorita que no me habían dado el disco, que yo lo había comprado y se molestó. Tiene que firmar de recibido me dijo enérgica. Firmé.
Salimos de las Rayos X y mi madre regresó con el doctor para que valorara las placas. Tardó 20 minutos y salió con dos inyecciones.
Nos fuimos a casa. Cuatro horas de espera y acaso 20 minutos de consulta después. En ese transcurso muchas personas se fueron, iban mal y no fueron atendidas.
Así deben de horribles deben ser las noches de muchos ciudadanos, así de terrible es el sistema se salud capitalino. Y lo peor, nadie hace nada. Ni Mancera, ni Ahued se atienden en estos hospitales. Son los jefes que ellos van a hospitales particulares y muy caros.