No era un día común. No era una petición normal. Joaquín maneja un Uber desde hace unos meses, pero lo que vio esa tarde lo dejó marcado.
Llegó a una zona de alta plusvalía, prefiere no decir el lugar. Una mujer se subió al carro y sin hablar colocó una silla portable en el asiento trasero. Hasta ese momento no había nada extraño.
Minutos después bajó una mujer con un bebé en brazos. Lo colocó en la silla, puso una pañalera a su lado y pidió que se lo llevara. Sí como lo lee, mandaron a un bebé de meses en un Uber.
La sorpresa llegó después cuando la mujer le dijo, no lo toque, el bebé es muy quieto. Lo va a llevar a la dirección indicada, le van a dar algo y lo regresa a esta dirección por favor.
Eso hizo, todo el camino se fue pregutando quién sería capaz de mandar a su hijo, solo y con un desconocido.
Llegó al lugar, dos mujeres recibieron al bebé, lo quitaron de la silla, agarraron la pañalaera, lo metieron a la casa y le pidieron que esperara. Minutos después salieron con dos mochilas. Las dejaron en el asiento de atrás y se fueron sin decir nada.
Joaquín no lo podía creer, no tuvo el valor para decir nada, menos para revisar lo que había en las mochilas y siguió con el viaje. Al llegar al punto de partida un hombre bajó las mochilas y también se fue sin dirigirle la palabra.
No dejó de pensar en el bebé, platicando con su esposa llegó a una conclusión. Y es que piensa que tal vez, sólo tal vez, ese bebé no era de ellos. Usaron Uber para vender a un niño.
Hasta aquí la historia de hoy, nos leemos la próxima.