Farabi Temenov, de origen kazajo, lo admite sin ningún empacho: “Estoy muy nervioso”. Al estudiante de la maestría en comercio internacional le quedan menos de dos horas para tomar un vuelo en el Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci, ubicado a 33 kilómetros del centro histórico de Roma.
“Es mi primer viaje en avión desde el lockdown”, dice a EL UNIVERSAL Temenov usando equipo de protección personal contra el Covid-19. El residente en Roma explica que el viaje se había aplazado a causa de la pandemia, pero se encontraba en un punto que resultaba imposible seguir postergándolo. La alternativa virtual no era opción, subraya.
“Mi mujer era la más preocupada, me dijo en varias ocasiones que me cuidara. No me gustó dejarla así, pero no había de otra”. Sostiene que fue tanta la inquietud de su pareja, que le armó un kit anti-Covid: mascarillas desechables, mica de careta facial, guantes de látex, gel desinfectante y toallitas sanitarias. Como medida adicional, el nacido en Almaty, la ciudad más poblada de Kazajistán, llevó un cambio de ropa extra para ser usado exclusivamente durante el vuelo internacional.
El acceso al Aeropuerto de Roma-Fiumicino es controlado. Todo el que ingresa pasa por cámaras térmicas que toman a distancia la temperatura de la gente, así como por un filtro de control personalizado para permitir únicamente la entrada de quienes tienen vuelo programado.
“No es momento para andar acompañando familiares, por favor retírese”, se le escucha decir a un oficial aeroportuario a una pareja que se encuentra al frente de la fila. Al interior de la terminal aérea lo primero con lo que se topa el pasajero es con un tablero de salidas que recuerda la severa crisis por la que pasa el sector de la aviación a causa de las medidas restrictivas para contener la expansión del Covid-19.
El reloj ha superado el mediodía y el aeropuerto más importante de Italia tiene programados sólo 37 vuelos en las próximas 10 horas, de los cuales 11 son internacionales; teniendo a Londres y Ámsterdam como los destinos más lejanos. Igual de inusual es el silencio que reina en la terminal 3, a donde acuden los pasajeros a cuentagotas y sin percatarse que en el área de embarque pueden contemplar la exhibición “Leonardo y el viaje. Más allá de los límites del hombre y el espacio”, la cual está compuesta por seis obras que conmemoran el quinto centenario de la muerte del genio.
Plegarias y cascos futuristas
Previo a la zona de control de pasaporte, las casas de cambio lucen abandonadas, así como los puntos de servicio de embalaje del equipaje con plástico. La estancia dedicada al cuidado de los infantes exhibe el letrero de “cerrado”, al igual que el destinado a la asistencia de viajeros que requieren de atención especial. Las islas de carga eléctrica de equipo portátil han sido deshabilitadas para evitar la concentración de personas.
El módulo de información está en operación, al personal se le ve resguardado tras placas de acrílico transparente. También está abierta la capilla del aeropuerto, para quien le gusta orar antes del desplazarse, aunque la fuente no contiene agua bendita y las bancas de madera muestran en cada fila carteles en los que se lee: “Ayuda a garantizar el respeto de la distancia personal de seguridad”.
Hay servicio de baño, son desinfectados regularmente con equipo hospitalario. En el de caballeros, los urinarios están clausurados.
En el puerto aéreo abundan los dispensadores de gel antibacterial, así como los recordatorios a través de pantallas gigantes sobre las nuevas reglas. Aquí el tapabocas es obligatorio en todo momento, debe mantenerse la mínima distancia de un metro entre personas y está prohibido saludar de mano. En caso de dudas adicionales se ofrece un número telefónico operado por el Ministerio de Salud. Para el viaje, se aconseja obtener la tarjeta de abordar vía online o realizar el check-in en las estaciones automatizadas, aunque el mostrador de la aerolínea es inevitable debido a que los compartimentos superiores del avión están clausurados como medida sanitaria y no es posible portar consigo la maleta de cabina. Sólo se puede acceder al avión con un accesorio personal, como el bolso o el maletín de cómputo.
Los carros de acero del aeropuerto son sanitizados tras su utilización, lo mismo ocurre con el equipaje antes de ser recogido por las personas que arriban. La posibilidad de trasnochar queda por el momento descartada debido a que el aeropuerto cierra al público de las 24:00 a las 5:00 de la mañana para las actividades de desinfección. Como medida preventiva adicional, por los corredores deambula personal que parece sacado de una película de ciencia ficción. Portan un casco inteligente que permite aleatoriamente controlar la temperatura de la gente con un escáner término
Rondines en las alturas. De camino a la sala de abordaje poco a poco la actividad comercial retoma su ritmo, aunque no todos los negocios han reabierto tras el confinamiento, principalmente las tiendas de lujo, de venta de relojes, joyas y plumas exclusivas.
Aquellos negocios en operación, como librerías y artículos esenciales de viaje, muestran a su entrada el número máximo de capacidad de clientes para evitar aglomeraciones; lo mismo ocurre en las cabinas para fumadores. En las cafeterías el personal lleva doble protección, cubrebocas y careta para coronavirus. Antes de la pandemia, por el altavoz del aeropuerto se solía escuchar información de vuelos o el último aviso a pasajeros extraviados, ahora, sólo se transmite en inglés e italiano un mensaje reiterado: “Por disposición del Ministerio de Salud invitamos a todos los pasajeros a guardar distancia de un metro entre uno y otro. Por favor, usar cubrebocas en todo momento durante la estancia en el aeropuerto”.
En la puerta B8 se escucha al personal de tierra anunciar el abordaje del AZ8160. No hay la clásica hilera, los pasajeros se quedan mirando los unos a los otros. Fue al tercer llamado y hasta ponerse de pie el “primer valiente”, cuando lentamente comenzó la gente a dirigirse hacia la aeronave. Una pareja de la tercera edad se esperó al último para abordar, el nervosismo era tal que no reaccionó al deseo del personal de tierra de “buen viaje”.
El proceso de abordaje fue rápido, involucró a unas 30 personas, juntando los pasajeros de dos vuelos, Ámsterdam y Bruselas (este último destino fue suspendido). La capacidad del Airbus 320 es de 186 asientos. De acuerdo con la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA), para que un vuelo, con una configuración de 3-3 asientos por fila, sea económicamente viable requiere tener un promedio de carga superior a 79% en Europa y América Latina.
Al interior de la aeronave algunas cosas han cambiado, la tripulación usa guantes y mascarilla, y en los asientos han desaparecido las revistas de destinos turísticos y de los artículos de venta en el avión. Se mantiene el recibimiento por parte del jefe de cabina de pasajeros, así como la exposición física de las medidas de seguridad. El servicio de alimentación se ha simplificado a una botella de agua y un paquetito de galletas que se proporciona durante el vuelo, al tiempo que la interacción entre la tripulación y los pasajeros se ha reducido al mínimo.
Como si fuera vigilante nocturno, durante las dos horas y media de vuelo, el jefe de la tripulación se da sus rondines por el pasillo para llamarle la atención a quienes intentan hacer trampa ante el uso obligatorio del cubrebocas. Al aterrizar, el servicio concluye con un último llamamiento: “Se les solicita mantener la apropiada distancia de 1.5 metros al descender, agradecemos su cooperación”.