En la contienda, de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) contra los grupos conservadores o promotores del neoliberalismo a la mexicana, no existen tres caídas como en nuestra popular lucha libre; solo hay una y el vencedor puede desterrar al derrotado a una sepultura política. La variante de esta confrontación va más allá de una contienda electoral y una mera alternancia sexenal en el poder público. Lo que está en juego es el proyecto de Nación para las próximas generaciones.
La verdadera lucha por quién ejerce el poder presidencial en México apenas empieza. Y será hasta conocer el resultado de las elecciones de 2021 cuando sabremos el rumbo que depara al país. La coalición electoral del Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) es una opción jurídica y política que busca quitar la mayoría al Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) que, en términos prácticos, todavía no logra consolidarse como un partido y sigue vibrando como un movimiento social nacional encabezado por el presidente de la República: su creador, mentor y guía.
Existen dos variables importantes de la coalición opositora del PAN, PRI, PRD y miembros de la cúpula empresarial que vieron afectados sus intereses luego de las elecciones de 2018. Al igual que los partidos identificados con el antiguo régimen, los grupos de la élite empresarial —ampliamente favorecidos durante 30 años del modelo neoliberal— también fueron derrotados. Nunca esperaron, tampoco imaginaron, el trato que recibirían del candidato ganador en funciones de titular del Poder Ejecutivo. Su bienvenida fue totalmente diferente a los buenos tiempos de la alternancia panista de 2000 a 2012: “No soy un florero”; “Vamos acabar con la corrupción”
La primera variable es positiva, al asumir la ruta de las elecciones; es decir, la vía democrática, para competir por las posiciones legislativas de la cámara federal de diputados. La segunda variable es negativa al pretender quitar la mayoría a MORENA, pero no hacer una mayoría opositora. Los partidos y grupos empresariales coaligados tienen una percepción altamente optimista de su propósito, pero es más emoción que el peso racional de una estrategia política. Van a la competencia con los mismos actores políticos causantes de la derrota de 2018. Son las mismas sombras bajo las mismas velas. Peor aún, en las listas plurinominales seguramente estarán los rostros de ánimas políticas del pasado, desde el salinismo al calderonismo y no precisamente para dar la batalla ideológica al gobierno federal; más bien para tratar de perpetuar intereses de orden económico a través de la presión política.
La coalición opositora invoca respeto al Estado de Derecho, pero nunca lo acató; pide respeto a la Constitución que observó bajo el principio porfirista de “acátese, pero no se cumpla”. Por mero discurso político culpan al presidente de los problemas estructurales que ellos mismos edificaron, creando un abismo profundo de desigualdad en el país. Los males de México pretenden limitarlos a que se juzgue al corrupto cuando AMLO busca acabar con la corrupción, el ADN de la pandemia que los enfermó. Es ya una constante, que en su estrategia de desgaste al presidente lo llamen ignorante, cuando lo que combate fue plasmado por grandes escritores mexicanos como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Mariano Azuela y, magistralmente, lo hizo Juan Rulfo.
En su soberbia dejaron pasar el momento de crear una organización política capaz de competir con altas posibilidades de ganar, pero fundamentalmente de convencer. Triunfar electoralmente no es suficiente para su movimiento por la pesada carga de corrupción que los alejó y los sigue alejado de la aceptación mayoritaria de los electores. No está demás, recordar a los coaligados, el hermoso poema de Sor Juana Inés de la Cruz, “hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Pueden insistir en descargar las culpas al presidente, pero esa tendencia los llevará del lado equivocado. No puedes atacar a un presidente con los niveles de aceptación social que reúne a pesar de la crisis económica y de los estragos ocasionados por una pandemia mundial.
A un presidente así, no lo metas a la boleta; no lo confrontes, no ataques a su persona, porque te va a ganar. En 1988, los disidentes al PRI y al sistema político autoritario tomaron el camino largo, se hicieron un movimiento, acto seguido lo hicieron partido político, ganaron espacios, entre ellos el gobierno de la Ciudad de México, se transformaron en MORENA en el peor momento de crisis del régimen y lo derrotaron. Ellos, los opositores, decidieron por un atajo, ni siquiera por la ruta corta, el problema es que, en el fondo, no saben hacia dónde van ni cuánto van a durar coaligados. Si únicamente lo hacen electoralmente, se habrán equivocado. Perderán en la primera caída.