Es tan triste, que si se escribiera un cuento de su historia, la crítica la tacharía de poco creíble
La historia de Guadalupe Mendoza es por demás tristísima. Es tan triste, que si se escribiera un cuento de su historia, la crítica la tacharía de poco creíble. Pues tiene acontecimientos malos, seguidos de peores. ¿Qué hacer frente a una vida de miseria económica y marginación social? Es claro que para el gobierno mexicano, los ancianos no son una prioridad aunque tampoco lo son los niños o los adolescentes o cualquier otro grupo social.
Por fortuna, alguien volteó a ver la desgracia de Guadalupe. Y ahora ese alguien le demuestra lo que deberíamos aprender todos: solidaridad. La solidaridad social es empatía y respeto. Claro que no saben qué es eso nuestras autoridades mexicanas. ¿Cuánto dinero destinan a campañas políticas? ¿Cuánta rapiña existe en las instituciones gubernamentales? ¿Cuándo han echado un vistazo a las necesidades de sus gobernados?
La realidad siempre estará un paso adelante de nuestra imaginación. La historia de Guadalupe es la historia de nuestros ancianos: pobres, deprimidos y olvidados. Alguien ha dicho: “si la vida te da limones, haz limonada”. Y ese alguien seguro tenía un árbol, porque de lo contrario no sabemos cómo hacer azúcar de la amargura. Necesitamos más que filosofías de cajón, necesitamos respuestas y hechos plausibles de mejoras sociales. De lo contrario, deberíamos tomar las armas legales y destituir a todo aquel servidor inútil, pero rico de nuestros impuestos y empresas nacionales. No está demás mirar lo que ha sucedido en Brasil, y es claro que los contextos no son iguales, sin embargo ello no quita la posibilidad de destitución.