Aunque el “muertómetro” ha dejado sin empleo a contadores y estadísticos y ha sido sustituido por el trasero de alguna modelo de ocasión, la cantidad de cadáveres a casi diez años del inicio de la “guerra” contra el narcotrafico sugiere la creación del Secretariado de Mártires y Desaparecidos, (especializada en cierre de expedientes sin pesquisas), como ha sucedido en naciones donde el desarrollo de la industria del “levantón” funerario ha sido mucho menor al nuestro.
Son 9 años, 10 meses y días, casi una década trágica ya, hemorrágica, con cerca de 180 mil víctimas (101 mil 199 con Felipe Calderón y 78 mil 109 en lo que va del gobierno de Enrique Peña -hasta septiembre pasado-, según datos del semanario Zeta a partir del cotejo de cifras del INEGI, procuradurías “y algunas referencias del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública” de la Segob)
Si se mantiene la necedad, como es previsible, con otros 40 mil difuntos (20 mil por año, de acuerdo con el promedio) la decena trágica se convertirá pitagóricamente en docena, alcanzando el número de esqueletos de la guerra civil de Siria sumados entre los años 2011 y 2015 (220 mil) y multiplicado los registrados en otra guerra civil, la de Libia (50 mil) tras el derrocamiento de Muamar Gadafi y su clan.
Nada mal para un país que enarbola la bandera pacifista (a final de cuentas, la versión original de la “Decena Trágica” está sustentada en la traición), donde más de 400 soldados y casi 200 marinos han caído en combate, igual 500 policías federales y cerca de 2 mil elementos estatales y municipales, según conteos fidedignos, a partir de que Felipe Calderón (21 del diciembre del 2006) se pintó la cara y sacó el tomahawk.
Parafraseando a Guy Debord, ha sido un espectáculo sin sociedad, esa “vieja especialización del poder que habla por todas las demás” (el engaño) y en la que “lo más moderno resulta al mismo tiempo lo más arcaico”; “espectáculo como pesadilla de la sociedad moderna encadenada que no expresa finalmente más que su deseo de dormir”.
Es el espectáculo como “guardián del sueño” colectivo, apoyado en la exposición, con fruición morbosa etiquetada de “nota periodística”, de cadáveres chorreando sangre, al cual se suman música, telenovelas, programas especiales con fugas houdinescas, literatura chatarra, alimentos, bebidas y hasta arquitectura, conformando así la “narcocultura”.
Ahí está la necesidad soñada socialmente que, como apuntó Debord, hizo del sueño realidad indispensable (en 2012 se estimó que los cárteles daban empleo a 450 mil personas en forma directa, e indirecta a 3.2 millones) y el tráfico de armas se elevó a “acuerdo” de libre comercio (neoliberal) sin tratados (70 por ciento de arsenal de bandas criminales proviene de Estados Unidos).