Durante la época revolucionaria, en Atizapán de Zaragoza, la población vivía principalmente de la agricultura, y la arriería era una actividad que proliferaba entre quienes bajaban leña y carbón de las haciendas de la región, como la de Apasco y Sayaavedra; rancherías como Espíritu Santo, San Miguel Chiluca, Rancho Blanco y Xinté, y algunos poblados de Santa Ana Xilotzingo, ubicadas en las sierras de Monte Alto y Monte Bajo, y cuya trayecto era el antiguo camino a Jiquipilco hacia el viejo pueblo de Atizapán, y de aquí a Tlalnepantla y la ciudad de México.
El camino viejo a Jiquipilco estaba trazado desde la época prehispánica, y por ahí bajaban y subían los habitantes de la región otomí de Jiquipilco y los mazahuas de Ixtlahuaca; este camino se respetó durante La Colonia y fue usado para la comunicación de los habitantes de las haciendas con la región del hoy Distrito Federal.
Este camino a Jiquipilco era una antigua vereda de terracería, cuando llovía era casi imposible el tránsito a pie o a lomo de mula. Fue hasta el año de 1970 cuando se pavimentó este camino hasta la naciente Zona Esmeralda, y poco tiempo después, entre 1974 y 1976, se trazó como “Boulevard Doctor Jorge Jiménez Cantú”, y finalmente entre l995 y l997 fue ampliado el camino.
En tiempo de la Revolución, Antonio Reyna se dedicaba a acarrear carbón que se producía en las haciendas de Sayaavedra y Apasco; siempre subía como a las 3 de la mañana de su casa en Atizapán con sus burros y mulas hacía esos lugares productores de carbón y leña, y luego bajaba hacia Atizapán para venderlo, para finalmente utilizar el Ferrocarril de Monte Alto como transportaba hacia la ciudad de México, para su consumo.
En una ocasión don Antonio no podía dormir, pues algo le preocupaba y no sabía que era, pero no le tomó importancia y se levantó como de costumbre a las 3 de la mañana para iniciar su trayecto; su esposa le preparó su “itacate” y salió con sus animales. Al subir por el camino a Chiluca compró su carbón y de regreso, ya para amanecer, al pasar por el paraje conocido como las “Borregueras”, ubicado unos 150 metros arriba de la actual autopista Chamapa-Lechería, vio lumbre a la orilla del camino, lo cual se le hizo extraño pues a esas horas no había nadie por allí; pero al seguir caminando arriando a sus recuas notó que los animales no querían seguir el camino y tomaron otra vereda.
Don Antonio intentó guiarlos por el camino original, pero los animales se reusaban; y de momento éstos se echaron a correr hacía el monte, aun solitario del Cerro Grande. Desesperado, don Antonio fue a pedir ayuda a donde se veía la lumbre en las “Borregueras”, pensando que allí había personas que le ayudaran; pero al acercarse solo vio el fuego. Como aún era de noche y no se podía ver mucho, conforme se acercaba al fuego pudo oír un quejido o mugido de animal, pero en su mente solo le interesaba recuperar sus animales.
Ya muy cerca del fuego, habló fuerte y preguntó si había alguien ahí, pero no tuvo contestación; sin embargo aquel raro jadeo no cesaba. Al acercarse más, de pronto vio como saltó una mula, y con sorpresa vio que ésta no tenía cabeza, y pasó a su lado corriendo. A Antonio Reyna le impactó ver como por su cuello, a la mula le salía lumbre y un olor a azufre; entonces don Antonio quedó estático, no supo que pasó, y cuando recuperó el sentido era ya más del medio día y estaba en su casa comiendo. Entonces le preguntó a su esposa qué había pasado, y ella le dijo que nada, que lo único extraño es que los animales habían llegado solos, ya con un poco de sol, y él regresó como dos horas después, y que ya había ido a dejar la leña y regresó a comer. Pero no recordó mas. Después de este episodio, el señor Reyna empezó a bajar de peso, palideció y por mas que quería seguir trabajando, los animales se rehusaban a ir a por ese camino. Seis meses después y antes de morir, don Antonio le contó a su esposa lo que pasó aquel día: le dijo que a lo lejos se veía lumbre y se oían muchos ruidos. Finalmente al morir, esa lumbre dejó de aparecer en ese sitio, y según testimonio de algunas personas hasta antes de la construcción del Boulevard Jorge Jiménez Cantú, allí se veían bolas de fuego que estaban casi a la altura del piso.
Relato de Antonio Reyna, bisnieto de Don Antonio Reyna
Fuente : Facebook, René Rodriguez Vasquez