En esta región coexistieron en el pasado dos importantes haciendas: por un lado, la de San Mateo, en Atizapán; y por otra, la de San Javier en territorio de Tlalnepantla. Entre 1938 y 1940, estas dos haciendas dotaron de terrenos ejidales o comunales a los habitantes de San Mateo Tecoloapan.
En la parte poniente de la Hacienda de San Javier, hay hasta hoy un pozo de agua potable, donde antiguamente existía una pequeña laguna, de no mas de 50 metros de circunferencia, que se llenaba de agua en tiempos de lluvia; en sus alrededores salían a pastar los animales de los vecinos de San Mateo, muy cerca del Camino Real de San Mateo.
Hacia 1930 los habitantes en esa población eran pocos y la mayoría de la gente se dedicaba a la agricultura y a la crianza de ganado menor como chivos, vacas y gallinas. En esta población de San Mateo Tecoloapan, cuenta la leyenda, que vivía una dama joven, quien tenía un niño de 2 años de edad; en una noche de verano, fría y con mucho viento, ella salió a dar un paseo por la orilla de la laguna, y llevaba su bebé en brazos. A oscuras comenzó a recorrer los alrededores de la laguna; la mujer estaba en vísperas de contraer matrimonio.
Al día siguiente fue encontrado su cuerpo junto a las aguas de esa pequeña laguna temporal en los terrenos de la Hacienda de San Javier, pero nunca pudieron encontrar el cuerpo del niño y no se supo más del bebe. Durante los veranos siguientes hubo quien dijo ver a la mujer por la noche y cerca de la laguna, caminando por el Camino Real de San Mateo, vistiendo de novia, con un velo blanco impecable, quien flotaba, y solo se le veía la cara con su piel blanca y el pelo rubio; la mujer lloraba y con lamentos buscaba a su hijo perdido.
Dos jóvenes, que trabajaban en una panadería en Tlalnepantla, salían a las 11 de la noche, y para trasladarse a su casa en San Mateo usaban bicicletas, pues en esa época no había transporte público. Los jóvenes usualmente llegaban a su casa cerca de la medianoche o la una de la mañana. En su trayecto, ellos transitaban por el viejo camino colonial Real de San Mateo, que aún era de pura tierra y lodo; y aunque ellos ya sabían de la leyenda, no la creían, y entre bromas y pláticas circulaban tranquilamente a sus casas.
Una noche, cuando les faltaban unos 500 metros para llegar a sus casas, empezaron a escuchar el llanto de una mujer, y ante ello comenzaron a buscar de donde provenía; de momento vieron a la mujer del vestido blanco justo atrás de ellos, y corrieron atemorizados, dejando abandonadas las bicicletas, sin parar hasta llegar a sus casas.
Fue en ese momento, cuando la mujer vestida de blanco se paró frente a ellos, y empezó a llorar con mas pena; los muchachos creyeron abrir la puerta de su casa y entraron, pero hasta entonces se dieron cuenta que se habían metido al viejo Panteón de San Mateo y ya casi estaba amaneciendo. Los jóvenes salieron desconcertados y se dirigieron a sus casas, donde sus esposas ya los esperaban. La esposa de uno de ellos, al ver que no llegaban, fue a buscarlos por el camino donde siempre transitaban, pero solo vio las dos bicicletas tiradas en el suelo y sus morrales, los que se llevó a su casa y esperó hasta el amanecer cuando llegaron atemorizados.
Luego de este incidente, los amigos panaderos no volvieron a caminar por esos lugares, y mejor preferían dar vuelta por Atizapán para llegar a sus casas.
Episodios similares los vivieron algunos habitantes de San Mateo durante esos años; pero los lamentos y apariciones de la Novia de Blanco desaparecieron cuando en 1959 se construyó el fraccionamiento Las Arboledas. Hoy, el antiguo Camino Real de San Mateo, se llama formalmente Boulevard de la Hacienda.
Relato de la Sra. Anastacia Gómez López, vecina de San Mateo Tecoloapan.
Fuente : Facebook, René Rodriguez Vasquez