Allá por los años de 1950 y 1951 Atizapán aún tenía un sabor provinciano; entonces, la única calle pavimentada era la avenida Juárez-Hidalgo principal, la cual era vialidad de doble sentido.
Para entonces, los automotores eran muy escasos, pues había tan solo una veintena de autobuses de pasajeros, y el Ferrocarril Monte Alto había terminado sus recorridos por estas tierras tan solo 10 años atrás.
En ese entonces había llegado una familia a vivir a Atizapán, cuya procedencia era Michoacán; compuesta por el papá, la mama y dos niñas gemelas de unos 6 años de edad. Se dice que vinieron de su natal Michoacán porque querían que sus hijas estudiaran, oportunidad que no había en su tierra.
El jefe de familia se había ocupado como albañil en el Rancho de la Condesa, donde hoy se ubica el fraccionamiento Las Alamedas; la familia vivía allí precariamente, pero el papá trabajaba duro para mantenerlos y la señora trabajaba como sirvienta en el mismo rancho, tarea que complementaba con el cuidado de sus hijas.
Las niñas vestían ropa por debajo de las rodillas, su cabello era peinado en trenzas, y siempre estaban limpias, pues su mamá era muy escrupulosa. A diario, las niñas acudían a la escuela primaria Emiliano Zapata, ubicaba entonces a un costado del antiguo palacio municipal. En cierta ocasión, cuando la madre de las niñas iba a dejarlas a la escuela, al pasar por el Parque de los Cedros o Balneario de Atizapán, oyó una voz de una mujer que le gritaba por su nombre y le decía: “¡Dona Josefina, doña Josefina vaya a ver a su marido al rancho, porque se cayó del caballo y está muy lastimado!”.
Asustada, la señora les dijo a sus hijas que se fueran con cuidado a la escuela, pues tan solo faltaba una cuadra y media para llegar a su salón de clases. Mientras ella dio la vuelta para regresar, de repente oyó un ruido atroz a sus espaldas y vio con horror que sus hijas estaban debajo de un autobús, destrozadas, pues habían sido atropelladas cuando intentaron atravesar la calle sin precaución, y no vieron un autobús que las atropelló. Por desgracia, las gemelas murieron de forma instantánea.
Con el tiempo, la pareja de esposos superó el dolor de la pérdida de sus hijas, regresando a su vida normal; y tan solo un año después volvieron a procrear unas niñas gemelas, muy parecidas a las que habían muerto tan solo un año atrás. Las pequeñas llevaron una vida normal y fueron inscritas al jardín de niños, que para entonces estaba al lado poniente de donde hoy se ubica la Primaria “Dr. Mariano Gerardo López”.
Como siempre, la mamá se preocupaba por ellas, las bañaba y
vestía con vestidos claros, como solía hacerlo con las gemelas muertas años atrás. De la mano, las llevaba a la escuela y les daba su bendición antes de entrar a clases, frente a la tienda de “La Vencedora”, propiedad del expresidente municipal don Manuel Zepeda, donde la madre iba a comprar lápices o cuadernos, no sin antes verificar que sus hijas no se fueran a atravesar la calle, porque era muy peligroso.
Cuando iban a cruzar la calle, la señora tomó a las gemelas de la mano y al momento una de las niñas le dijo: “Mamá aquí nos quedamos, porque ya una vez nos atropellaron y no queremos que vuela a pasar”. Al oír esto, la mamá quedó estupefacta y no supo que decir.
Finalmente doña Josefina murió en el año de 1990, sin mencionar jamás el incidente ocurrido; pero un día su papá, que aun vive, les contó a las gemelas cómo habían muerto sus hermanas años atrás. Una de las gemelas es hoy eminente Cardióloga, y la otra es exitosa Ingeniero y Doctora Investigadora de Ciencias Biomédicas; ambas viven en la ciudad de México y están al pendiente de lo que sucede en su natal Atizapán de Zaragoza.