La mayor preocupación del político más importante del mundo no pasan por las discusiones con China o Rusia, sino los problemas que le ocasionaron su sus affaires mediáticos y su vida privada.
Donald Trump nació rico y a pocos años de nacer, ya tenía miles de rascasiones con su nombre en pleno Manhattan.
Adicto a la fama y muy extrovertido, encontró su lugar en la televisión con su programa The Apprentice.
Sin embargo, lo que parecía una salida más en su vida, terminó siendo el principio de los problemas que sufre hoy en día.
Un día de junio de 2006, durante una fiesta en la Mansión Playboy de Los Ángeles, se topó con la modelo Karen McDougal. Cuenta la mujer que unos días después charlaron por teléfono, que quedaron en un hotel de Beverly Hills para cenar y que, en un momento dado, se desnudaron. Así comenzó un supuesto idilio que se prolongaría hasta 2007, cuando, dice, la culpa se apoderó de ella: el millonario apenas llevaba casado un año con su tercera esposa, que acababa de dar a luz un hijo. Por aquella época, ese empresario también conoció a Stormy Daniels, nombre artístico de una actriz de cine pornográfico con la que coincidió en un torneo de golf. Años después, ella también reveló un affaire.
En 2016 se lanzó a la carrera electoral. Cuando unos meses antes de la votación aquellas dos mujeres amagaron con contar sus historias —que él niega—, su abogado sacó la chequera. A la actriz porno le pagó 130.000 dólares (114.000 euros) por su silencio. Pero para la modelo de Playboy echó mano de un viejo conocido de las cloacas de Manhattan: David Pecker, dueño de varios tabloides de cotilleos. Pecker compró la exclusiva del romance que McDougal quería contar por 150.000 dólares. No la publicó.
Ambos pagos acabaron saliendo a la luz poco después de que el millonario hubiera jurado ya como presidente, en medio de una investigación federal. Las transacciones se convirtieron en presuntos delitos de financiación ilícita de la campaña electoral, ya que el objetivo de silenciar a esas mujeres era proteger la imagen del candidato durante las últimas semanas antes de la votación.
El abogado que prometía dar la vida por su jefe acabó contando todo a la policía y señaló al cliente como instigador. Este trató de negarlo, pero no contaba con un detalle: el empleado había grabado en secreto la conversación en la que hablaban del pago a la modelo.
El fiscal especial Robert S. Mueller se topó con el asunto mientras exploraba las posibles conexiones entre el círculo de Trump y el Kremlin para interferir en los comicios de 2016, con el objetivo de favorecer la victoria del republicano frente a la demócrata Hillary Clinton. Tras más de año y medio de pesquisas, el asunto judicial más peligroso para el magnate no procede de reuniones en embajadas o teléfonos rojos con fines perversos, sino del Manhattan del sexo, el dinero y las conversaciones grabadas.
“Recuerden, Michael Cohen solo se convirtió en un soplón después de que el FBI hiciera algo que era impensable hasta que comenzó la Caza de Brujas. ALLANARON LA OFICINA DE UN ABOGADO”, escribió Trump en su cuenta de Twitter el pasado 15 de diciembre, cuando Cohen se había declarado culpable ante el juez. Aceptó una pena de tres años de cárcel y señaló a su ilustre excliente como instigador de los delitos. Trump le llamó “rat” (rata), la expresión que utilizaban mafiosos como Al Capone para referirse a los chivatos.
En otra ocasión también usó las palabras flipper y flipping, que en la jerga del crimen identifica la forma en la que las autoridades pueden forzar a un testigo a acusar o delatar a un ex socio mediante tratos o amenazas. “He visto a flippers durante 30 y 40 años. Todo es maravilloso cuando les caen 10 años de cárcel y entonces acusan al siguiente más alto que haya”, se quejó Trump.
(Con información de diario26)