Ningún pronóstico se cumplió anoche en Estados Unidos porque ninguno se atrevió a apostar por una victoria del candidato republicano, Donald Trump. Analistas y expertos electorales le dieron hasta última hora las opciones a la demócrata Hillary Clinton, pero a medida que avanzaba la noche el escenario que los medios de comunicación calificaron como “el peor y más catastrófico” se fue haciendo realidad.
Trump comenzó imponiéndose en Indiana, Kentucky y Virginia, para luego embolsillarse Alabama, Mississippi, Luisiana y un rosario de estados que nunca tuvieron un claro favorito.
El golpe más fuerte para Clinton llegó sobre las once de la noche, cuando Trump ganó en Ohio, estado en el que Barack Obama se impuso dos veces y en donde desde 1960 el candidato que gana se queda con la Presidencia. Sobre la medianoche era Florida la que le despejaba el camino a la Presidencia a Trump.
¿Y ahora qué? ¿Qué hará un xenófobo, sexista e impulsivo empresario, sin experiencia política, al mando de la potencia mundial?
El candidato del Partido Republicano, quien no sólo consiguió contra todo pronóstico la nominación, sino que derrotó a Clinton, nunca fue tomado en serio en esta elección. O sí, para alertar justificadamente lo que podría significar un gobierno como el suyo, en momentos críticos para el liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Esto a causa de fenómenos como la pobreza e inseguridad, un Oriente Medio que lejos de apaciguarse con la tan promovida democratización, más bien arde en varios frentes de batalla, y una pérdida de legitimidad en América Latina, donde su desprestigio está en franco declive desde el nuevo milenio.
¿Qué tan claro tiene el nuevo presidente su plan de gobierno? Aunque no lo parezca, Trump ha venido consolidando una serie de ideas y prejuicios, que permiten entrever (sin certeza) cómo gobernaría.