El “Club del 1 por ciento”, ese que acumula por acumular la riqueza del mundo, está en serios problemas frente a los “desterrados”, llamados por la propaganda alcahueta como “migrantes” o “los sin papeles”.
En congresos mundiales o “cumbres” de esas del tipo “G-20” que, por cierto, no han servido para nada o para muy poco, el fenómeno ha sido envuelto en una terminología de ficción con aires de ciencia social para intentar sacudirse el problema: es la “movilidad mundial”, dicen.
No hay que hacerse bolas ni caer en la trampa con esto: hace mucho el escritor irlandés Jonathan Swift hizo la aclaración pertinente: “Hay destierro económico y destierro espiritual”. En el primer caso trata de seres que abandonaron su país en busca de pan y en el segundo del alimento interno para lograr que su país siguiera viviendo.
Son, pues, “desterrados” como consecuencia de su miserable condición, no por algún mandato judicial.
Vale la pena recordar, nuevamente, que antes y durante la Segunda Guerra Mundial, los acólitos nazis de Hitler provocaron que alrededor de 50 millones de personas fueran deportadas, exiliadas o expulsadas. Unos ocho millones tuvieron que sufrir el martirio de los trabajos en los campos de concentración.
Pues bien, actualmente y presuntamente sin ideologías totalitarias como resorte, en el mundo unas 200 millones de personas enfrentan situaciones semejantes a las que vivieron 50 millones a mediados del siglo pasado, de acuerdo con cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). No son deportados, exiliados o expulsados, sino “migrantes”, y 48 por ciento son mujeres.
Ante ello, todos los jefes de estado y hasta “inversores” dicen estar de acuerdo en enfrentar las consecuencias, más a punta de muros o amagos tipo Donald Trump que de inversiones o planes de desarrollo, o son estos los mismos que se han anunciado década tras década, dando manga ancha a depredadores de la riqueza de las naciones, generadoras de “desterrados”.
Porque en nombre de la democracia, la libertad y otros parapetos ¿cuántas naciones de Centro y Sudamérica, lo mismo que de Medio Oriente y otros puntos de la tierra, no han sido saqueadas en sus riquezas, dejando a la población con una mano adelante y otra atrás? Son años, siglos en algunos casos (México, en forma especial) de saqueo sistemático.
A cambio, como presunta compensación, a lo mucho se siguen promoviendo medidas piadosas a denominadas “crisis humanitarias”, enviando “ayuda”, en especie o efectivo, pero sin que eso signifique dejar de levantar muros casi iguales a los que dividieron a la vieja Alemania para buscar frenar, sin éxito, el intenso “oleaje” de desterrados, tal como ha sucedido en Calais, en Francia; en Ceuta y Melilla, en España, Hungría y otros países de Europa.
Los viejos y nuevos “imperios”, todos “civilizadores”, simplemente quieren fingir que cargan con las consecuencias pero continúan simulando las causas porque, como se dice, “no hay borracho que trague lumbre”.
Mientras prevalezca el espíritu depredador que ha caracterizado a todo proyecto de desarrollo y no se combata con rigor el tufo nazi que supone la construcción de muros, los “desterrados” continuarán con su “movilidad social”, saltando bardas, toreando a comisarios y guardias fronterizos por la simple pero gran razón de la necesidad.