Hace días que no veo a mi esposo. A últimas fechas su agenda se ha vuelto terrible, los turnos en el trabajo son de 12 y 13 horas. Sin contar el tiempo que le toma conducir hasta su lugar de trabajo, un recorrido que agrega entre una hora y media y dos horas en cada recorrido. Para cuando llega por las noches, ya estoy dormida, y se va antes de que salga el sol. La compañía tiene una política muy estricta de no permitir llamadas telefónicas, por lo que me resulta imposible comunicarme con él durante el día. La Navidad pasada le obsequié un manos libres Bluetooth para que pudiéramos conversar mientras manejaba, pero hace casi un mes que dejó de funcionar.
Sé que no tiene la culpa, pero lo extraño demasiado. En ocasiones me despierto cuando se sube a la cama y me abraza, y vuelvo a dormir sintiéndome protegida entre sus brazos. Siempre que despierto ya se ha ido, pero sé que estuvo en casa porque deja la luz del porche encendida. Esta mañana pude escucharlo mientras se preparaba para ir a trabajar. Cuando desperté lo encontré de pie a mi lado, acariciando delicadamente el cabello sobre mi frente. Todas las luces estaban apagadas, así que lo único que pude distinguir fue su silueta. Se inclinó y me dio un beso en la sien.
“Te amo”, le dije.
Me respondió con otro beso en el cuello. “Ya falta poco”, susurró. Sabía que esto quería decir que su horario de trabajo pronto regresaría a lo habitual y tendría oportunidad de pasar más tiempo conmigo. Después se fue, y rápidamente volví a caer en el sueño.
Al despertar encontré un nuevo mensaje de texto que decía “Buenos días, hermosa. ¡No puedo esperar a esta noche!”. Me sonrojé un poco. Siempre había sido tan encantador. Le respondí con un corazón y me dispuse a prepararme para el trabajo. El día transcurrió con perfecta normalidad. Recibí varios mensajes de texto de mi esposo a lo largo del día, la mayoría diciendo: “¡Estoy emocionado por esta noche!”. Y la verdad es que yo también me estaba emocionando. Quizá lo dejarían salir un poco más temprano y tendríamos la oportunidad de salir juntos. Terminé mis deberes y me dirigí a casa con una sonrisa en la cara.
Me preparaba para la cena cuando escuché que tocaban a la puerta. Creí que se trataba de un agente de ventas, así que me apuré a abrir para decirle que no estaba interesada. En lugar de un vendedor, me encontré cara a cara con un oficial de policía de rostro solemne.
“Buenas noches, señora. ¿Es usted la señora de Norrington?
“Sí. ¿En qué le puedo servir, oficial?”.
Me mostró su placa y se presentó. “Soy el oficial Markus. ¿Me permite entrar? Se trata de su esposo”.
El corazón empezaba a acelerarse dentro de mis costillas. “¿Mi esposo? Por supuesto, pase”. Me aparté para permitirle el ingreso y el policía se quitó la boina. “¿Hay algún problema?”.
“¿Hay algún sitio donde podamos sentarnos?”.
Lo llevé a la sala de estar. La televisión aún estaba encendida transmitiendo una repetición de Modern Family. La apagué y me acomodé en uno de los sillones. El oficial Markus se sentó frente a mí.
“Lamento ser quien tenga que comunicárselo”, empezó a hablar mientras luchaba por respirar. “Encontramos el automóvil de su esposo abandonado a un costado de la autopista 95”.
Mi mano derecha temblaba violentamente mientras intentaba cubrirme la boca. La carretera 95 era la que tomaba mi esposo para ir al trabajo todos los días. “¿Él no estaba ahí?”. Pregunté mientras la voz se amortiguaba con la palma de mi mano.
“No, señora. Lamentablemente lo encontramos a 400 metros de distancia. Su cartera, llaves y teléfono celular habían desaparecido. Lo siento mucho, pero está muerto”.
La vista se me nubló y pude escuchar mi voz distante. “¿Qué? No. ¿Qué sucedió?”
“Todavía no estamos seguros”, dijo el oficial Markus. “Aún se encuentra en el forense. Pero señora. ¿Por qué nunca denunció la desaparición?”.
“¿Desaparecido? ¿Por qué habría de hacerlo? Lo vi apenas por la mañana, cuando se fue al trabajo”.
Lo que el oficial me dijo a continuación me congeló la sangre. Incluso ahora intento procesar la información. Nada tiene sentido.
“Señora”, dijo en un tono generalmente reservado a los familiares ancianos. “Su esposo murió desde hace tres semanas”.