Los espejos nos rodean desde el comienzo de la civilización. Incluso antes de que inventáramos el primer espejo propiamente dicho, ya podíamos ver reflejos en al agua. No importa el momento, los espejos reflejan a cualquier persona y cualquier cosa. Incluso son capaces de reflejar aquellos rostros que pertenecen a los locos, asesinos y ladrones.
A mitad de la noche me desperté completamente empapada en sudor – era la tercera vez aquella semana. No pude dormir más pensando en el ente que pretendía lastimarme y lastimar a mis hijos. Vivía en un miedo constante, y nadie podía ayudarme, ni la policía ni mucho menos un psiquiatra. Lo más terrible era que no podía decirle la verdad a nadie, pues si lo hacía terminaría presa en un manicomio. Alejarían a mis hijos de mí y los entregarían a otra familia para cuidarlos… después de todo, eso sería mucho mejor que vivir con una madre esquizofrénica.
Todo empezó hace más o menos un año, cuando encontraron a mi esposo muerto en una habitación de hotel que había alquilado durante un viaje de negocios. Solía viajar todo el tiempo, y nunca me pasó por la cabeza que algo tan horrible pudiera sucederle. Todavía recuerdo aquella mañana en que recibí la llamada, aún recuerdo aquella voz que me comunicaba la noticia. Lo encontraron frente a un espejo roto, con un pedazo de cristal en sus manos: le habían cortado la garganta y tenía algunas laceraciones en el cuerpo. La policía pensó que se había hecho aquello él mismo pues la puerta estaba asegurada por dentro… Sin embargo, yo sabía que él sería incapaz. Él jamás nos hubiera abandonado, e incluso si pretendía suicidarse, ¿por qué de una forma tan grotesca?
En los primeros meses que precedieron a su muerte nunca imaginé que alguien pudiera amenazarme. Claro, estaba deprimida y mi vida se complicó bastante, pero nada fuera de lo normal había sucedido – hasta esa noche, cuando un miedo inexplicable se apoderó de mi mente.
Desperté, y cuando fui al baño vi algo extraño reflejado en el espejo mientras pasaba por delante.
Había algo mal con mi reflejo.
Quizá se trataba de una ilusión óptica, lo que no es nada raro cuando intentas ver las cosas en ambientes con poca iluminación… Pero, cuando me aproximé al espejo, vi algo que me dejó paralizada.
No era yo en aquel reflejo – en realidad, se trataba de una versión grotesca de mí. Estaba jorobada y el cuello parecía demasiado largo y flexible. Algunas partes del rostro de aquella cosa parecían asemejar mis facciones, y si miraba con cuidado podía ver mi rostro distorsionado de una forma tenebrosa. La cosa en el espejo se movió, y el movimiento no parecía nada humano.
Asustada como nunca antes en mi vida, intenté ver las cosas desde un punto de vista racional y encendí las luces.
La cosa desapareció del espejo, ahora sí podía ver mi “verdadera” forma, aunque evidentemente aterrorizada. Me dije a mí misma que había sido una ilusión, una mala jugada de la poca luz en mi visión… Pero, a la mañana siguiente, cuando recordé lo que había visto, simplemente me fue imposible aproximarme a cualquier espejo, o por lo menos nunca más estaría sola en una habitación donde pudiera observar mi reflejo.
Ahora imagina que tu trabajo implica conocer a muchas personas y que para tener éxito debes vestirte bien, pero la sola idea de mirarte en un espejo te vuelve loco.
Lo peor es que no solo tenía miedo de que algo malo sucediera conmigo, sino también con mis hijos. Les ordené que no se vieran en un espejo cuando estuvieran solos, evidentemente soltaron la carcajada y bromearon con que me estaba quedando loca. ¿Qué podía hacer? No sabía nada sobre aquel ente, ni siquiera sabía si era real. Mi lógica intentaba convencerme de que aquello nunca existió, que no sería posible que existiera bajo ningún punto de vista, pero no podía librarme de la idea de que atrás del espejo había algo o alguien esperando que cometiera un solo error.
Una noche mi hija y sus amigas decidieron organizar una pijamada. Llevaron a cabo algunos juegos tontos. Algo relacionado con Bloody Mary, o cualquiera que fuera su nombre… mi hija tenía que permanecer en la oscuridad, parada frente a un espejo. Ella sabía que les había prohibido aquello y, sin siquiera creerme, esta vez vaciló sin motivo aparente. Las amigas se burlaron y le dijeron: “tu mamá no está aquí… puedes hacer lo que quieras”.
La convencieron.
Hasta el día de hoy ignoro los detalles de lo que sucedió, personas diferentes me informaron cosas diferentes, pero en algún momento de la fiesta la escucharon gritar y, cuando finalmente la alcanzaron, estaba sentada en el piso del baño con diversas quemaduras en los brazos y hombros.
La llevaron al hospital y no despertó hasta la mañana siguiente. Los médicos no pudieron descubrir el motivo de aquellas lesiones, de la misma forma que los policías que investigaron la muerte de mi esposo. Con lágrimas en los ojos la llevé a casa sin la menor idea de lo que había sucedido. Lo único de lo que estaba segura era que no era la misma.
Al principio, pensé que fue una consecuencia de aquel accidente tan traumatizante, y los médicos concluyeron lo mismo. Pero después de un tiempo me convenció de que había algo realmente mal.
Mi hija nunca fue del tipo de las que hablan demasiado, pero después del accidente se volvió mucho más retraída. Intentaba hablar con ella, pero lo único que obtenía como respuesta eran insultos. Después de un tiempo, descubrí que había estado faltando a diversas clases y que uno de los vecinos la vio torturando animales. No lograba comprender lo que le estaba pasando, pero sabía que no tenía nada que ver con una enfermedad.
Empecé a creer que algo había matado a mi hija y había tomado su lugar. La idea en sí era muy absurda, y yo estaba consciente de eso. Pero al mismo tiempo, mi temor no hizo más que crecer.
Una noche la encontré en la puerta de la habitación de su hermano con unas tijeras en la mano, le pregunté que pretendía hacer, pero ella se limitó a sonreír. Le quité las tijeras de la mano y le ordené que fuera a dormir, pero me atacó y golpeó. Sus golpes eran extremadamente fuertes, especialmente para una niña de su edad. Fue en ese momento que mis dudas se esfumaron y un solo pensamiento se anidó en mi mente.
Mi hijo era tres años menor que ella y temía que algo le pudiera suceder. Decidí que si esa cosa se había llevado a uno de mis hijos, no dejaría que lastimara al otro. Solo una madre demente dejaría a su hijo solo y solo una madre más demente aún viviría en el mismo techo que un ente sediento de sangre. Así, un día tomé a mi hijo y viajamos hasta la casa de mi madre. Le dije que la visitaríamos solamente unos días y que su hermana no iría pues tenía que estudiar para los exámenes. Mentí de forma descarada, pero fue para bien.
Así lo creí.
Pasamos algunos días a salvo; no podía superar el miedo que sentía, y el hecho de que esa cosa se hubiera llevado a mi hija hacia que la culpa me consumiera permanentemente. En repetidas ocasiones el pensamiento de que mi hija necesitaba ayuda me cruzó por la mente. Aquello estaba mal, no había nada en el espejo y dejar sola a mi hija había sido un error imperdonable. Necesitaba asegurarme de que había hecho lo correcto.
Un día caminé hasta uno de los espejos de la sala y lo encaré. Sí, evidentemente recuerdo la forma en que me veo. Pero no me había visto en un espejo por lo menos desde hacía un año. Mi piel estaba rara y mis manos temblaban – sentí algo extraño, algo… fuera de lo común. “No tengo nada que temer, no tengo nada que temer”, susurré.
Estaba al borde del llanto, mi hija podría estar siendo víctima de un ataque de pánico y quizá era por mi culpa, no le había puesto atención… ella estaba en una edad tan complicada. Odiaba aquel miedo irracional y me odiaba a mí misma por haber renunciado a todo. Todo lo que quería era volver, encontrarla donde sea que estuviera y abrazarla, incluso a sabiendas de que quizá nunca me perdonaría.
De repente recordé que el ente solo aparecía cuando había poca luz y ese pensamiento me desorientó, tenía que asegurarme, tenía que ver mi reflejo durante la noche.
Encendí una vela frente al espejo y me aseguré de que nadie me escuchara, vi a mi reflejo a los ojos, mi rostro estaba cubierto de sombras y mis ojos estaban completamente negros, pero era yo. Siempre yo. Intenté ver desde otro ángulo y noté que ya no tenía control de mi cuerpo… parecía estar hipnotizada.
Mi reflejo empezó a desfigurarse, el cuello parecía mucho más grande y la espalda más jorobada; los dientes parecían crecer a la velocidad de la luz y yo solo quería salir corriendo, pero todavía me mantenía paralizada. Quería gritar, pero mis gritos se ahogaban. El ente sacó los brazos del espejo y pude ver la corriente de aire moviendo la llama de la vela.
Los dedos de aquella cosa tocaron mis hombros y la quemadura hizo que saliera de la hipnosis. Grité y sacudí los brazos, pero él me mantuvo en un “abrazo” imposible de romper. Algo me empujó hacia el frente y pude verme a mí misma cayendo en un espacio vacío. No tenía más poder sobre mi cuerpo y podía verme avanzando en dirección a una luz que, al principio, creía que venía de la vela. Encaré la luz y me engulló completamente.
Yo era nada. Nada había quedado de mí. Ahora lo único que puedo hacer es pensar, pensar en mi vida destruida. Pensar en las cosas terribles que esa criatura que porta mi rostro y habla con mi voz puede hacer con mi hijo. Pero guardo esperanzas, esperanza de que algún día entres en un baño oscuro y veas a tu reflejo a los ojos.
Recuerda que a la que estás mirando es a mí.