Despiden a Juan Campos, el uniformado que fue atropellado cuando laboraba en apoyo vial.
El riesgo que supone la seguridad de las personas es inminente cuando una persona decide dedicar su vida al servicio de las personas en una sociedad convulsionada por la violencia o víctima del descuido de un tercero.
Ayer por la mañana, se dio a conocer el deceso de Juan Campos, policía adscrito a la Unidad de Protección Ciudadana Taxqueña, mientras desarrollaba labores de apoyo vial en la congestionada calzada de La Virgen, al sur de la Ciudad de México, en la delegación Coyoacán.
Juan era el cuarto de cinco hermanos, cuyo padre también pertenece a una agrupación policiaca y quien ahora lamenta la que se dice es la pérdida más dolorosa a la que cualquier persona se puede enfrentar: la de un hijo.
Por la noche se llevó a cabo una misa de cuerpo presente en donde se rindió homenaje a quien, según sus conocidos, siempre se desempeñó con gran eficiencia, honradez y con grandes deseos de superación.
A sus 27 años, Campos Palma estudiaba la licenciatura en Derecho en la Universidad Humanitas. Su verdugo, quien, de acuerdo con versiones extraoficiales manejaba su camioneta sin placas en completo estado de ebriedad, fue advertido momentos antes de impactar la humanidad de su víctima, sobre un evidente exceso de velocidad. Advertencia que el conductor ignoró por completo.
¿Por qué a nadie le importa la muerte de un policía? ¿Por qué muchos políticos y medios militantes inventan supuestas ejecuciones de criminales a manos de policías, militares, marinos o federales y nada dicen cuando las bandas criminales matan policías, marinos, militares y federales?
La respuesta tiene dos vertientes; ambas producto de una tara social que nacen, crecen y se reproducen en la democracia y la pluralidad. Nos referimos a la perversión política de la lucha del poder por el poder y a la doble moral social producto del periodismo militante, que se presta al montaje fácil y engañabobos.
Así, como parte de la lucha por el poder, políticos y/omedios imaginan y difunden supuestas ejecuciones a manos de la fuerza pública. Ese imaginario lo repiten hasta convertirlo en verdad –sin pruebas–, hasta debilitar la imagen y la credibilidad ciudadana en el gobierno en turno.
Este policía murió en cumplimiento de su deber. ¡Descanse en paz Juan Campos!