Nancy Roldán, una historia de superación

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“Yo quiero que mi historia se conozca para que muchas mujeres se den cuenta que sí se puede romper el ciclo de la violencia y para que muchas otras sepan que sí se puede salir adelante, ser autosuficiente a pesar de que padezcan una discapacidad. Sólo hace falta quererse un poco a sí misma y tenerse confianza”.

Nancy Roldán Iturbide, de 29 años de edad, una joven madre de dos niños, padece parálisis debido a una mala praxis médica; además de haber sufrido violencia familiar extrema a manos de quien debía haberla cuidado y protegido, pues la discapacidad fue producto de haberle dado la vida a su primer hijo; fue ignorada por las autoridades y despreciada por los médicos que debieron velar por su salud.

“Mi infancia fue bonita, tuve cariño, aunque no mucho de parte de mis padres, ellos eran unas personas cerradas que no manifestaban sus afectos, pero a su modo me hicieron sentir querida. Fui a la escuela, tuve compañeros y amigos como cualquier niña o adolescente de mi edad”.

“No pude terminar de estudiar mi preparatoria por la economía de mis papás, yo soy la mayor de cinco hermanos y al ver que mis hermanos tenían ganas de estudiar, dejé los estudios a los 16 años y me puse a trabajar para poder tener dinero para mis gastos personales. Empecé a trabajar en negocios, primero una tortillería, después una pastelería, pero cumplí 18 años, la mayoría de edad, me fui a trabajar a las fábricas”.

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“Quería seguir estudiando, pero me casé y dos años después quedé embarazada, se me practicó una cesárea pero cuando desperté ya no pude mover las piernas; de la cintura para abajo perdí la movilidad.

Al principio no sabían qué me había pasado, luego me hicieron una resonancia magnética, la cual reveló que me habían bloqueado mal, me pusieron demasiada anestesia y me hicieron el bloqueo en el lugar que no era el indicado. Después me dijeron que volvería a caminar, que necesitaba una operación y terapia”.

Nancy fue atendida en una clínica particular en Villa Cuauhtémoc, cabecera municipal de Otzolotepec y los médicos responsables no se quisieron hacer cargo de su error, sólo le ofrecieron 30 mil pesos como indemnización, “yo no acepté, ninguna cantidad me iba a devolver la movilidad y la oportunidad de ser una mamá normal con su primer hijo”.

“Sentirme diferente, sin movilidad fue algo muy fuerte para mí, demandé pero no procedió, me comentaron que aquí en Villa había un médico legista que era de Toluca y fui a pedirle una opinión, sólo me dijo: ‘no te metas en problemas, tú eres una gente humilde, no vas a poder con ellos y le dejas los problemas a sus familias y a tu familia ¿quieres eso? Yo mejor que tú no hacía nada’, no recibí la ayuda que esperaba de él, sólo recuerdo que su nombre era Alberto”.

Esto fue hace nueve años y ya no hice nada, en ese momento se me cerró el mundo por la depresión; además, mi esposo estaba sin trabajo y ya no insistí, lo dejé, ya no hice nada.

Al principio no contaba con silla de ruedas, me tenían que cargar para moverme de la cama. Entonces me enteré que en el DIF apoyaban a personas como yo trasladándolas al DIF de Temoaya para recibir terapia, allá sólo pagábamos 20 pesos por sesión de rehabilitación y luego de un año empecé a caminar apoyada de los muebles o de una andadera, pero entonces tuve un retroceso, debido a un quiste en la médula.

Me operaron en el Hospital Adolfo López Mateos, ahí, como parte de la terapia, el médico me mandó tener relaciones sexuales para estimularme de la cintura hacia abajo, quedé embarazada y me dieron como alternativa para continuar con la rehabilitación hacerme un legrado porque mi matriz no tenía fuerza para resistir la gestación y la terapia. Decidí por mi hija, porque soy católica, a pesar de saber que no volvería a caminar. Mi esposo estuvo en contra de mi decisión y me abandonó, pero regresó a los siete meses”.

Después de que nació la niña regresaron al domicilio conyugal, donde Nancy aprendió a atender a sus hijos, a su marido y su hogar, pero sin salir de su casa por el maltrato psicológico de su esposo traducido en insultos y groserías, lo cual duró dos años, pero como suele suceder, la violencia fue escalando y llegó a los golpes, a las amenazas y a desearle la muerte, incluso utilizando a los dos pequeños hijos con mensajes como “mamá nos das pena ¿por qué no te mueres ya?”.

Las manifestaciones de violencia llegaron hasta el punto de tirarle la comida al piso “para que la comas a donde perteneces”, de golpearla sin pretexto e incluso, de llevar hasta su casa a otra mujer para tener sexo en la cama conyugal, mientras las familias de ambos lo toleraron, en parte porque están acostumbrados a vivirla, es parte de la cultura familiar y comunitaria, reconoce Nancy.

Se fue a la casa de sus papás, a donde la siguió Fernando y se quedó con la anuencia de padres y hermanos de Nancy, viviendo episodios de violencia que llegaron al extremo de tratar de matarla por estrangulamiento, lo cual la hizo denunciarlo en el Centro de Atención para Mujeres Víctimas de Violencia y ser trasladada a un refugio donde recibió asesoría legal y psicológica, la cual le permitió asumir que tiene derecho a una vida digna, con amor y respeto.

Le faltó muy poco para cumplir los tres meses reglamentarios porque sus hijos estaban enfermando, no querían comer y estaban deprimidos. Regresó a casa de sus padres y una de sus hermanas le avisó a Fernando, quien llegó a pedirle perdón. “Te perdono, no soy quien para juzgarte, pero no vuelvo contigo nunca más”, le sostuvo Nancy de frente, mirándolo a los ojos por primera vez en mucho tiempo.

Su mamá también le pidió perdón, pero le aclaró que tampoco ella era consciente de ser una víctima de violencia doméstica y por eso, aunque le dolía, veía normal que Fernando la maltratara y prometió no permitirlo nunca más ni dejarse violentar ella misma.

Más tarde llegó el padre de Nancy, al verla en la casa se acercó, le dijo que estaba contento de volverla a ver y le pidió que no se fuera nunca más, que la apoyaría en todo lo que necesitara y “por primera vez en mi vida me abrazó y me besó”, comenta con la voz quebrada por las lágrimas contenidas.

A pesar de buscar trabajo en las fábricas cercanas, nadie la aceptó por su imposibilidad de moverse, pero cuando su mamá fue a inscribir a sus hijos Kevin Jesús y Lissette Guadalupe, de nueve y seis años a la escuela primaria, le platicó a la directora la tragedia de Nancy, quien a su vez acudió con la veterinaria de Villa Cuauhtémoc, la doctora Lucila San Juan Dávila, quien ha gestionado y conseguido apoyo con los gobiernos estatal y municipal para personas vulnerables.

“En esta ocasión busqué a la presidenta del DIF municipal, Verónica López Torres, quien luego de conocer la historia de Nancy ofreció buscarle un puesto de trabajo, por eso hoy es la recepcionista de la Unidad de Rehabilitación e Integración Social (URIS) de Otzolotepec y es un verdadero gusto verla ahora, llena de vida y ganas por salir adelante”, refiere la médica Lucila San Juan, quien también es promotora educativa de la Secretaría de Educación.

“Hoy tengo la satisfacción de contar con un salario gracias a mi esfuerzo personal, me doy el gusto de comprarles cosas a mis hijos, voy al DIF de Temoaya una vez a la semana para recibir terapia, mi familia ha reaccionado positivamente luego de la terapia psicológica que recibimos luego de la denuncia en el Centro y mi permanencia en el Refugio. Hoy tengo un futuro y dos ángeles que me han ayudado, la licenciada López Torres y la doctora Lucy, como le decimos todos”, concluyó Nancy.

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