Camina con la seguridad de un rey de la selva pero no es un león, más bien su afinidad animal está del lado de los osos. Desde los ocho años le quedó pequeño el nombre de Marco Antonio González García y se convirtió, por su regordeta, bonachona e inquietante figura, en el Oso de la Guerrero.
Luego de vivir en la calle, en uno de los barrios más identificados con “la maña”, como dice él, encontró en marzo de 1976, a sus 19 años, un modus vivendi en la reventa de boletos para eventos culturales y recreativos.
Su presencia domina el espacio, todo mundo le conoce, sabe de su origen, su oficio, es reconocido por miembros de su pandilla, por amigos que incluso cayeron en el alcohol y hoy son “teporochos”. En la Guerrero hay de todos, malos y santos, él asegura, con una risa en los labios, que le tocó ser malo, por lo menos así lo ve la sociedad por tener un negocio poco lícito como revendedor.
“Me ven afuera del Auditorio Nacional, Bellas Artes, el Teatro de la Ciudad, Metropolitan, Plaza Condesa y hasta en el Estadio Azteca y me miran feo los padres de familia cuando les dicen a sus hijos que soy delincuente sin saber que con esto mantengo a mi familia y le di carrera a mis dos hijas”, explica.
Como si se tratara de un pecado, confiesa que en el oficio ya se estacionó en la tercera edad, que no es lo mismo de hace ocho años, “antes me quedaba a dormir en las taquillas, pero ahora ya padezco de las reumas, la diabetes, me dio la vejez”.
La última vez que hizo esa locura, la de acampar por unos boletos, fue durante la más reciente gira del grupo irlandés U2.
“Nos quedamos en un taquilla mi esposa, mi hija y yo, invertimos todo el dinero de la colegiatura de mi chaparra y salimos tablas porque según íbamos a ganar por el concierto final y abrieron otra fecha”, se enorgullece de salir adelante entre tanta mala suerte.
Ahora está por cumplir 60 años y sigue trotando las calles en busca de clientes, cuenta a Hoy Estado de México que lo han buscado hasta “gringos para conseguir entradas a Bellas Artes”. Ahora se apoya en su celular y su cuenta de Twitter.
Además de vender las entradas, el Oso se considera un revendedor culto, “he entrado a ver Carmen, Madame Butterfly, Rigoletto, Iron Maiden y, recientemente los Rolling Stones, no puedo vender sin saber, hay que tener conocimiento de lo que hacemos, conocer al público”.
La reventa en la capital del país ha crecido en los últimos años y el Oso lo sabe al decir que hay poco más de mil trabajadores de la ilegalidad que se despliegan en los principales centros de espectáculos, aquellos recintos donde se puede ubicar a estos hombres y mujeres cuando te dicen: “te sobran, te faltan boletos”.
“Yo nací para ser revendedor, es mi negocio y no es malo, aprendí a golpes y a golpes me voy a morir, me han llevado muchas veces al juzgado cívico, caigo de una a dos veces al mes, cuando me va bien en los operativos solo me quitan los boletos. Antes pagábamos hasta mil 500 pesos de fianza o un arresto de hasta 15 días, hoy es directo al Torito (Centro de Sanciones Administrativas) durante tres días, ya nada más le aviso a mi familia y pa´dentro (sic)”.
Ahora lo que busca este hombre, oriundo de uno de las colonias más peligrosas de la capital del país, es un heredero que pueda continuar con la leyenda del revendedor más famoso de la capital más grande del mundo.