El riesgo al adquirir estos productos es latente pues se trata de comercios completamente fuera del marco de la legalidad
En la actualidad, los teléfonos celulares pertenecen aL grupo de herramientas indispensables para el desarrollo de prácticamente cualquier actividad. Tal característica incrementa la demanda que existe sobre estos productos, volviéndolos un objeto de deseo para los amantes de lo ajeno, quienes desde hace unos años se enfocan en estos objetos.
“A toda acción, corresponde una reacción”, reza una de las leyes propuestas por Isaac Newton hace varios siglos y puede ser aplicada a la perfección en esta situación. El robo de celulares ha generado un extenso mercado negro en donde casi cualquier modelo de teléfono se obtiene a precios mucho más bajos que en los establecimientos oficiales.
A solo unas cuadras de distancia de la plancha del Zócalo capitalino, sobre la transitada avenida Lázaro Cárdenas, mejor conocida como Eje Central se encuentra un foco rojo de la comercialización ilegal de objetos presumiblemente robados, principalmente de teléfonos celulares. A plena luz del día, frente a decenas de policías, cualquiera que lo desee puede aprovechar la ventajosa oferta del informal negocio.
En la historia contemporánea de la Ciudad de México, la citada avenida ha sido aprovechada por el comercio informal para reinsertar al mercado millones de productos obtenidos, en su mayoría, de manera nebulosa. Las autoridades lo saben y por ello se han llevado a cabo vistosos operativos que hasta el momento no han erradicado la problemática.
Hartazgo
El año pasado salió a la luz un video en el que se aprecia el modus operandi de una banda de ladrones, quienes hábilmente despojan a un joven de su teléfono. La grabación, publicada hace exactamente un año, provocó indignación en redes sociales, donde los usuarios criticaron la pasividad de las autoridades y la permisividad hacia la habitual práctica.
Según cifras oficiales, el 2015 cerró con un total de 609 mil 547 reportes por robo de celular en México, lo que equivale a la escandalosa cifra de mil 670 delitos diarios de este tipo, lo que lo convierte en uno de los abusos más recurrentes a lo largo y ancho de la República y, también, por lo tanto, en uno de los que mayores ganancias reportan a la delincuencia.
Aunado al fácil acceso del público a estas mercancías, los altos costos con que se comercializan oficialmente en México adhieren un extra al impulso de este mercado. Mientras que en la principal compañía de telefonía celular del país el modelo más reciente de Iphone tiene un precio de casi 14 mil pesos, afuera de la Plaza de la Tecnología es posible conseguirlo incluso por 6 mil pesos, es decir, menos de la mitad.
El riesgo al adquirir estos productos es latente pues se trata de comercios completamente fuera del marco de la legalidad, lo que vuelve poco segura cualquier inversión. A pesar de la aparente obviedad que envuelve tal situación, resulta muy común observar a todo tipo de personas acercándose a preguntar por el precio de celulares de modelo reciente.
Lo barato sale caro
Angélica es una ama de casa que hace cinco años halló en los celulares y las tabletas electrónicas el entretenimiento perfecto para los momentos en los que las múltiples labores del hogar le permiten concentrar su atención en las pequeñas pantallas táctiles de sus dispositivos.
Consciente de las dificultades que representa la adquisición de casi cualquier aparato tecnológico, encontró en los alrededores del cuadro central de la Ciudad de México la opción perfecta para conseguir modelos más recientes, que le permitan explotar de mejor manera su destreza en videojuegos y otras aplicaciones recreativas.
Pero eso cambió hace un par de meses, cuando intentó cambiar por última vez su celular por uno de mejores condiciones. En aquella ocasión, acudió con su teléfono de la marca Nokia y 3 mil pesos en efectivo, con lo que pretendía obtener un iPhone 5 en más o menos buenas condiciones.
Se acercó a uno de los improvisados comercios y preguntó por el modelo de su interés. “Él chico parecía decente”, asegura Angélica con una mueca de ingenuidad. El vendedor aceptó el teléfono y dos mil pesos de la interesada, quien presurosa por la propia inquietud de conocer a fondo su nueva adquisición dejó de prestar atención a los detalles del aparato.
Una hora después, al llegar a su casa, la emoción que predominaba en ella era de preocupación pues a pesar de haberlo visto en funcionamiento cuando realizó la compra, el celular no encendía. Al siguiente día fue a buscar a quien le había “garantizado” el teléfono hasta por 6 meses, pero no encontró ningún rastro del espigado vendedor.
Durante los días siguientes, intentó comunicarse a un teléfono que el propio vendedor le proporcionó “por cualquier cosa”, pero sin resultados. Al final, la lección que asegura haber aprendido la señora de unos 45 años de edad, es que nunca se debe confiar en alguien que podría estar ligado a actos delictivos, como el robo de celulares.