Thursday 28 de March del 2024

Sobrevivir a la influenza A-H1N1

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“¡Póngale lo que sea para que viva!”, suplicaron a los médicos los padres de Tomás Quevedo, quien estaba a punto de morir a causa de la influenza A-H1N1. El joven llevaba 30 días en un coma inducido y no mostraba signos de recuperación a pesar de todos los medicamentos que le habían sido administrados.

Tomás fue sólo una de las 72 mil 548 personas en México que enfermaron de influenza A-H1N1 de abril de 2009 a agosto de 2010, en lo que se consideró la primera pandemia del siglo XXI.

–Emergencia sanitaria

A pesar que desde el 23 de abril el gobierno mexicano había anunciado la emergencia sanitaria, los médicos que Tomás visitó habían descartado la posibilidad de que tuviera influenza: unos desconocían la enfermedad y otros no creían que existiera.

“Cada vez me ponía peor. Me empezaba a poner morado de la gravedad”, recuerda a 10 años de la pandemia.

En México la influenza afectó mayormente a los jóvenes, “los cuales empezaban a fallecer a los dos o tres días de empezar un cuadro gripal”. Esto alertó a los médicos, señala el neumólogo y consultor en influenza de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) José Luis Sandoval.

Tomás, de entonces 27 años, recibió el diagnóstico de influenza A-H1N1 en un hospital privado de la Ciudad de México y, posteriormente, fue trasladado al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) debido a su gravedad. Sus pulmones estaban tan llenos de agua que fue necesario realizarle dos agujeros en ambos costados del cuerpo para que por ahí drenara también la pus.

Así, en estado de coma, permaneció un mes, lapso en el que los médicos del INER probaron diversos fármacos que no funcionaron. Sin embargo, había uno experimental que había sido probado en muy pocas personas, pero sus padres, ante el miedo de que muriera, lo aceptaron y la salud de su hijo comenzó a mejorar.

“Después me quisieron despertar y yo no despertaba. De hecho, llegó un momento en el que les dijeron a mis papás: ‘pues piénsenlo para desconectarlo’. El cuerpo ya estaba bien, pero ya no reaccionaba”, cuenta Tomás.

Al despertar del coma, tuvo que volver a aprender a comer, caminar y hasta ir al baño. Para él fue como volver a nacer. “Valoras cosas que haces, como caminar, moverte por todos lados, no depender de alguien. Me daba pena que a mis 27 años mis papás me tenían que estar bañando y llevarme al baño”.

Tomás volvió a trabajar como comerciante en la Central de Abasto seis meses después de abandonar el hospital.

Un documento de la Universidad Nacional Autónoma de México identifica a un niño residente de la comunidad de La Gloria, en el municipio de Perote, Veracruz, como el primer caso de influenza. El menor había enfermado durante la primera semana de abril y su prueba había resultado positiva.

“Los primeros muertos de esta presentación fueron aquí en México, pero en realidad había un reporte previo de dos o tres semanas en el boletín epidemiológico de los Centros de Enfermedades Infecciosas en Estados Unidos, donde había casos pediátricos en California y Texas”, indica Sandoval.

–El país en los tiempos de la influenza

En las primeras semanas de la llegada del virus, el trajinar de la Ciudad de México se detuvo. Escuelas, cines, museos, recintos para conciertos y cualquier lugar de esparcimiento fueron cerrados por el gobierno de la Ciudad de México. Incluso, los partidos de futbol UNAM contra Guadalajara y América contra Tecos fueron realizados a puerta cerrada como una medida precautoria tomada por la Federación Mexicana de Futbol.

En las calles y en los lugares cerrados las personas transitaban con cubrebocas y el gel antibacterial fue aplicado a miles de manos. El entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, sugirió a los restauranteros considerar el cierre temporal de sus locales y muchos hicieron caso a la recomendación.

En mayo de ese mismo año, cuando la alerta de pandemia se encontraba en fase cinco, cada vez más países confirmaban casos de influenza A-H1N1, por lo que algunas naciones del mundo, como Cuba y Argentina, suspendieron los vuelos aéreos con destino a México, mientras que otros reforzaron sus medidas de seguridad en las terminales aéreas, como fue el caso de Perú y España.

En los hospitales de la capital del país las personas buscaban atención médica ante la sospecha de síntomas. Tan sólo entre el 23 y 24 de abril la fila de personas afuera del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán que buscaban atención médica era de más de 150 metros, recuerda el neumólogo y entonces comisionado Nacional para la Prevención y Control de la Influenza, Alejandro Macías.

Ahí, relata el especialista, se formó un “triage de guerra” en el que las personas eran diagnosticadas en la entrada, para que en caso de haber confirmación del virus los pacientes que estaban internados no resultaran contagiados.

“Eso contribuyó sin ninguna duda a la tranquilidad social, a la paz social, a que no hubiera pánico, que suele ser tan malo o peor que las pandemias mismas”, añadió Macías.

Eso mismo ocurrió en el INER, el hospital de Tomás, que fue dividido en áreas de influenza y no influenza. Así, cuando alguien era diagnosticado con la enfermedad ingresaba al instituto por un corredor especial. Y afuera, las personas dormían en la calle con veladoras encendidas. Muchos de los habitantes de las colonias cercanas les regalaron comida.

Las medidas tomadas en ese tiempo por la dependencia de salud y el gobierno mexicano, así como el plan de preparación que se tenía ante una situación así, permitieron que el número de decesos no fuera tan alto, pese a que el país fue el epicentro de la pandemia.

“En la contingencia de 2009 teníamos a nivel Ciudad de México aproximadamente 300 casos nuevos al día. Si no se hubieran tomado las medidas, probablemente, se hubieran tenido 3 mil casos nuevos. No sólo fue una decisión del gobierno y del sector Salud, sino también fue por recomendaciones de asesores internacionales” , destaca Sandoval.

Según cifras de la Secretaría de Salud (Ssa), hasta julio de 2010 cuando finalizó la pandemia, el virus A-H1N1 había causado la muerte de mil 316 personas y se confirmaron 72 mil 548 casos por pruebas moleculares. Sin embargo, estas cifras sólo representan los casos en los que se realizó una prueba diagnóstica por parte de los sistemas de Salud, siguiendo criterios de muestreo.

“Sabemos que en México por el momento y por las distancias que había de detección del virus, probablemente, hubo más casos. No había las condiciones de tipificar a todos los pacientes a nivel nacional y sacar muestras para que fueran corridos todos a nivel nacional”, asegura el consultor de la OMS.

La pandemia de influenza costó al país poco más de 9 mil millones de dólares, el equivalente a 1% del Producto Interno Bruto (PIB) de 2008, de acuerdo con datos de la Ssa.

–¿Estamos listos para otra pandemia?

A una década de la pandemia de influenza A-H1N1, el excomisionado nacional para la influenza en México Alejandro Macías asegura que no sólo es posible, sino absolutamente probable que ocurra una nueva epidemia. La OMS hizo la misma alerta en semanas pasadas.

“Es un brote que muta poco a poco, pero de cuando en cuando da una gran mutación. De manera que esa gran mutación se acompaña de una pandemia. Generalmente media una década entre pandemias, pero puede ocurrir en cualquier momento”, explica Macías.

Agrega que actualmente ni México ni ningún otro país se encuentra preparado para un nuevo brote de influenza, pero lo estamos más que hace 10 años.

“Nunca la humanidad puede estar 100% preparada para una epidemia porque siempre hay condiciones nuevas, hay cambios demográficos y sociales”, destaca Sandoval.

Ambos médicos afirman que a través de este suceso pudieron obtenerse algunas enseñanzas, como que la preparación es fundamental para presentar cualquier epidemia, además de la importancia de la vacunación.

Para Tomás vivir en carne propia este episodio, además de las cicatrices que dejaron los tubos, le brindó la oportunidad de tener más conocimiento sobre acudir al médico y no automedicarse.

Y aunque en los primeros cinco años después de padecerla no se aplicó la vacuna de la influenza, pues le dijeron que ya era inmune, cada año al llegar la temporada de invierno Tomás Quevedo acude a vacunarse una vez más.

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