Mayra salió de la farmacia en la que trabaja. Eran las diez de la noche.Encendió un cigarro y caminó por avenida San Mateo, en Atizapán de Zaragoza, hacia la esquina en donde debía abordar el transporte público.
Frente al club de golf que existe en esa zona, un hombre de sudadera roja y pantalón de mezclilla se le acercó por detrás, y le clavó una pistola en el abdomen.
“Vamos a caminar. Me vas a dar tu dinero”, dijo. “Tenía la voz ronca, no sonaba tan joven”, recordó ella. Mayra llevaba en la bolsa 30 pesos, unas galletas para sus hijos, un teléfono celular y algunos cosméticos. “Nomás traigo para el pasaje”, dijo.
El sujeto la golpeó en la cabeza y la obligó a seguir de frente. “No hagas nada. Obedece”. Llegaron a un baldío cercano al Teatro Zaragoza. “Empiézate a meter por la milpa y no hagas ruido”, agregó el hombre de la sudadera.
Era la noche de terror que el Edomex le deparaba a Mayra. El hombre le arrebató la bolsa y comenzó a revisarla. “Como no me gusta lo que traes, te vas a tener que hincar”, le dijo.
Mayra obedeció, temblando de miedo. El hombre de la sudadera le puso la pistola en la cabeza y se bajó la bragueta. “Por pendeja”, escupió.
Minutos más tarde, ordenó a la joven que se desnudara. “¡Empínate!”, rugió. Mayra quiso ver el rostro del desconocido, y recibió un puñetazo. Fue violada en medio de golpes e insultos.
Cuando todo terminó, el hombre le ordenó vestirse (aunque se guardó sus prendas íntimas en la bolsa de la sudadera). Luego, revisó el teléfono de la joven. Halló en el álbum la foto de un compañero de trabajo. Vino este diálogo: “¿Luis? ¿Es tu esposo?”. “No, es un compañero de trabajo”. “Vamos a hablarle”.
Cuando Luis tomó la llamada y oyó la voz de Mayra, el hombre dijo: “Necesitamos cinco mil pesos antes de las tres de la mañana, porque tengo aquí a tu compañera”.
Salieron de la milpa. La muchacha fue obligada a caminar con la vista baja. “No voltees a ver a nadie, no hagas nada, porque te mato”. Ella alcanzó a ver las luces de la avenida, una gasolinera, una fuente, una glorieta.
Caminaron por la avenida durante casi una hora. Mayra lloraba en voz baja. Llegaron al fin al laberinto de calles de la colonia Peñitas. El hombre le ordenó marcarle a Luis: “Dile si ya tiene el dinero”.
Luis había llamado a la familia de Mayra. La familia reunió seis mil pesos. El esposo de ella intentó averiguar si, efectivamente, estaba secuestrada, y le marcó. Mayra, con el arma en la cabeza, dijo que todo estaba bien: “No te preocupes, me van a llevar al rato”.
Por la tensión en la voz, el esposo supo que el secuestro había ocurrido. El agresor había pedido que Luis dejara el dinero en un callejón, al pie de una larga escalinata. “Ven solo, si veo algo que no me gusta, me la chingo”, advirtió.
Mientras llegaba el dinero, exigió: “Quítate otra vez la ropa, te voy a dar tu despedida”. La joven fue violada de nuevo.
La familia decidió pedir auxilio a la autoridad municipal. Un policía vestido de civil acompañó a Luis a Peñitas. Dos patrullas rondaban en la oscuridad. Luis avanzó por el camellón, y dejó el dinero. El hombre, cuenta Mayra, mandó a un cómplice a recogerlo. Cuando tuvo los billetes en las manos, le ordenó a la muchacha que corriera sin voltear, y soltó un tiro al aire.
Los policías no lo encontraron. Mayra terminó en el hospital, seriamente lastimada. Vinieron entrevistas, la dolorosa declaración ante el agente del ministerio público Betel Solís Sánchez, y una larga serie de exámenes médicos. Le pidieron un retrato hablado del agresor. “Nunca le vi la cara”, contestó ella. La respuesta fue: “¿Cómo quieres que agarremos a alguien que no tiene cara?”.
En compañía de su esposo, la joven recorrió la ruta del horror. Localizó diez cámaras de vigilancia en la glorieta, la gasolinera, la fuente, un sitio de taxis, varios negocios y una taquería. El agente encargado del caso le dijo que no podía revisarlas todas. “Elijan solo dos”. Como siempre, el caso no ha avanzado.
El agresor se quedó con el teléfono y con todos los contactos de la joven. Una noche llegó un mensaje de alguien que dijo ser El Castigo del Oriente.
El municipio gobernado por Ruth Olvera le ofreció a Mayra un dispositivo de seguridad: una patrulla vigilaría su casa durante algunos días.
La patrulla nunca llegó. Ella dice que la voz del hombre no la va a olvidar: que nunca más la podrá olvidar.
Nota. El Universal