La presencia de ambulantes y vendedores de drogas, se suman a la “toma” del auditorio “Che” Guevara como los grandes lastres en la icónica facultad universitaria
Llena de prosapia intelectual, reunida ahí gracias a destacados pensadores del siglo XX que pasaron por sus aulas en calidad de profesores y alumnos, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM es considerada por muchos como el bastión del espíritu crítico y combativo que caracteriza a la máxima casa de estudios.
Sin embargo, la apertura otorgada por las autoridades universitarias provocó que con el tiempo este recinto se ha contaminado con manos externas que lucran con los espacios comunes de los alumnos. Ahí se venden cualquier cantidad de productos, sin dar un solo peso a la administración como sucede en casi todas las facultades.
Como si ello no fuera suficiente, la Facultad tampoco ha podido hacer frente al consumo de drogas y bebidas alcohólicas que se produce en las instalaciones y sus linderos. Mientras todo lo anterior transcurre, el dilema del Auditorio “Che” Guevara, tomado desde hace décadas por los alumnos, parece no tener una solución clara que venga desde adentro.
El poder de los mercaderes
Situada a un costado de la Biblioteca Central, la facultad de “Filos” comenzó a dar clases en las instalaciones de Ciudad Universitaria durante el año 1954, aunque en realidad fue constituida con el actual nombre en 1924, gracias a un decreto presidencial que modificó la entonces Escuela Nacional de Altos Estudios, promovida por el secretario de educación Justo Sierra.
Aunque por esos años no albergaba a la comunidad actual, mientras avanzaba el tiempo y se consolidaba la oferta educativa, el número de alumnos creció hasta llegar a los más de 11 mil con que cuenta actualmente sólo en el sistema escolarizado de ambos turnos, y por ende las necesidades de estos se incrementaron, ya fueran escolares como comprar un libro a buen precio o comer con poco dinero.
Esa coyuntura fue aprovechada por comerciantes ajenos a la universidad que poco a poco se adueñaron de los espacios. Según confiaron alumnos y personal docente a Letra Roja, algunos “puesteros” colocados dentro de la facultad y a lo largo del corredor que lleva a la avenida Circuito Escolar, llegaron a los pocos años de que la escuela abrió sus puertas sin siquiera contar con el visto bueno de la dirección.
En un recorrido cualquiera por la Facultad, es posible apreciar a los vendedores de libros, café, comida de varios tipos, cigarros, dulces, artesanías, discos y películas pirata, ropa e incluso los muchos dedicados a vender pipas y “sábanas” de papel especiales para fumar mariguana.
Julia, estudiante de la licenciatura en geografía, está consciente del problema administrativo que los ambulantes representan, aunque lo sobrepone a la ayuda que representa para muchos. “Aunque es una escuela pública sabemos que estudiar no sale nada barato (…) entre copias y pasajes se va el dinero, y si aquí podemos comer con veinte pesos… por eso nadie reclama ni les dice nada”, platica sobre los precios que manejan dichos comerciantes.
Más analítico del problema, Antonio Rosales (nombre ficticio solicitado por cuestiones de seguridad) quien imparte clases en la carrera de Estudios Latinoamericanos, cree que esta situación hace años que se le salió de las manos a la Universidad y ahora no saben cómo lidiar con ella.
“La Universidad tiene protocolos muy claros sobre los concesionarios y todos aquellos que desean vender en las instalaciones, pero es común que éstos no se respeten, salvo algunos que tienen un local establecido dudo que los demás cuentan con una autorización firmada”, explica el joven profesor sobre
“Todos alguna vez les hemos comprado, lo que me digas, pero no se trata de señalar a la comunidad, muchos de los que venden son también exalumnos, la cuestión es que algunos se ponen violentos y no dejan que alguien fuera de su gremio venda sin su autorización (…) me tocó ver como una ocasión corrían a uno de los tacos (de canasta) que se puso en el estacionamiento con todo y bicicleta, como una especie de mafia”, indica el docente.
¿Núcleo de lucha?
Lejos de territorio puma, Filosofía y Letras pierde la espiritualidad que ahí se siente y en cambio, se llena de críticas por parte de quienes pagan impuestos para sostenerla. A la distancia, es vista -en detrimento del alumnado- por algunos sectores sociales como una escuela donde las clases son sólo comparsa para el consumo de drogas, gracias a las decenas de alumnos consumidores y dealers repartidos por todo el campus central, como informó Letra Roja en su momento.
Aunque exagerada, esta estigmatización es apoyada por sucesos como los que ocurren en el auditorio “Che” Guevara”, donde hace poco fue detenido un supuesto narcomenudista apodado “El Yorch”, quien se hacía pasar por vendedor de tacos. Al momento de su detención, llevaba más de 50 dosis de cocaína lista para venderse, así como mariguana y pastillas psicotrópicas.
Fundado con el nombre oficial de Auditorio Justo sierra, este recinto perdió todo vínculo administrativo con la Universidad tras la huelga estudiantil de 1999. Mientras duró el paro de aquellos años, este espacio fue refugio de Consejo General de Huelga, cuyos miembros actualmente se adjudicaron salones en otras facultades como Ciencias Políticas y Sociales.
Desde entonces, varios grupos y colectivos han controlado el auditorio, con la consigna de que se trata de un espacio autónomo de la UNAM que debería ser administrado por los alumnos, aunque lo cierto es que actualmente se encuentra más restringido que nunca y muchos de los que por ahí han pasado, ni siquiera estudiaron en la Universidad.
Al respecto, Julia cree que se desvirtuó el verdadero motivo por el que se “tomó” en un principio y se lamenta las condiciones actuales. “Muchos de los okupas ni son de aquí y tienen el auditorio como un chiquero, que huela a mota es lo de menos, luego huele, pero a comida echada a perder”, se queja la estudiante para luego asegurar que desde que entró supo que ahí convergían algunos vendedores de drogas.
En torno a la situación del “Che”, incluso se han organizado debates entre alumnos para comentar las posturas a favor y en contra. Hay muchos que defienden la autonomía del recinto como un espacio común para los universitarios, sin importar que en la actualidad sirva más de bodega para los ambulantes que otra actividad.
Por otro lado, un gran sector de los estudiantes, abogan para que el auditorio quede libre de colectivos como los Okupas o el conocido como Okupache, y en su lugar sea verdaderamente administrado por alumnos para llevar a cabo actividades culturales o debates que involucren a todos, como ocurrió durante las manifestaciones del 132, cuando fungió como fortaleza del comité de Filosofía y Letras.
“La situación es delicada, no sólo se trata de sacar a los colectivos o quienes sean que hayan tomado control, aquí (en la UNAM) se cuidan mucho las formas. A mí como a muchos estudiantes no me gusta el uso actual, pero tampoco acudo al término secuestro como lo ha hecho la prensa amarilla de la ciudad (…) es peligroso y llama a la violencia”, arguye Antonio sobre lo que considera una de las grandes deudas de la Facultad con sus estudiantes, y remata:
“Espero que si las autoridades toman una decisión de tajo no involucre a la fuerza pública, sería muy lamentable, ésta debe diseñarse desde dentro, entre alumnos, directivos y planta docente, de lo contrario supondría una de las mayores derrotas en la historia de la Universidad”.