#Video #Internacionales Maestro crea robot para dar clases en las zonas más pobres de su país

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La pandemia de coronavirus ha provocado un despertar tecnológico masivo, pues en todo el mundo se están dando caso de elementos robóticos que ayudan a la gente en estos tiempos de crisis, por ejemplo: el dispositivo en Monterrey que atiende a los pacientes de un hospital, el perro electrónico que patrulla las calles en Singapur y las creaciones que ayudan en las labores de limpieza ante el covid 19.

Ahora, a esta lista de inventos con fines benéficos, se suma Kipi, una robot ecologista hecha con chatarra reciclada que recorre los Andes peruanos con su creador, un joven profesor al que ayuda a llevar educación a donde no llega Internet, radio ni televisión.

“Soy una robot especial. Fui creada y programada para cantar, bailar y aprender con estudiantes con necesidades especiales”, dice Kipi para presentarse a los alumnos del maestro Walter Velásquez cuando llega a las comunidades rurales de Colcabamba, en Huancavelica, región del centro de Perú a 3 mil metros de altitud.

A Kipi la controla Velásquez desde su teléfono móvil a través de una aplicación que ha programado con software libre para enseñarle palabras, y cada vez es más autónoma y bilingüe. Ya mantiene conversaciones sencillas en castellano y en quechua, la lengua materna de sus alumnos.

“Para mí, salió muy bonita. Kipi es una niña andina que lleva mensajes positivos y educativos ante esta pandemia. Viaja y comparte alegría y esperanza. Además, es muy ecológica porque tiene un panel solar y se autorrecarga durante el viaje”, destacó su creador.

Ese panel solar en forma de mochila, tan necesario para mantener a la robot con vida en esas comunidades campesinas donde no hay electricidad, es el origen de su nombre, pues, en quechua, Kipi significa cargar, como cargan sus cosechas los campesinos andinos sobre sus espaldas.

Cuarentena, la inspiración para Kipi

Esta androide fue concebida en el laboratorio de creatividad del colegio Santiago Antúnez de Mayolo. Con la cuarentena por el covid-19, las clases se suspendieron, las aulas se vaciaron y prácticamente la mitad de los 60 alumnos a cargo de Velásquez regresaron a sus comunidades campesinas, que se encuentran a varias horas del pueblo por caminos de tierra.

Sus familias tampoco volvieron para recoger los materiales educativos que el Ministerio de Educación repartió durante el confinamiento ni tampoco los alimentos de Qali Warma, el programa social del Gobierno que da desayuno a unos 3 millones de estudiantes.

Con tanta pobreza en esas comunidades, donde a veces no tienen para comer, y no venían a recoger los libros y alimentos. Entonces, o te quedas de brazos cruzados y se malogran los alimentos, o haces algo y los llevas para que coman”, se planteó Velásquez. Y agregó: “Si ellos no venían a la escuela, era el momento de que la escuela fuese a las comunidades”.

Cómo se creó Kipi

Mientras el docente reparaba radios viejas y las repartía para que pudiesen escuchar los contenidos de Aprendo en casa, el programa de educación a distancia del Gobierno, se encontró con una niña con necesidades especiales. Entonces pensó en “algo más llamativo y atractivo que emocione e invite al alumno a aprender”. “Vi una galonera, un pedazo de radio y salió nuestra robot Kipi tan especial. Así nació para llevar mensajes de aprendizaje, ecología e igualdad”, narró Velásquez.

En cada visita Kipi despierta inmediatamente la atención de los niños y niñas del lugar. La curiosidad se vuelve en un asombro enorme al escucharla hablar con su voz metálica. Así les presenta retos educativos. Además, gracias a varias memorias USB, recita cuentos, poemas y canciones.

“Le puedes poner cualquier contenido y Kipi lo expresa, porque es una robot, y esa es su función y la nuestra es procesar esa información”, contó Velásquez.

Una robot para las zonas marginadas En pocas semanas, Kipi ha recorrido buena parte de los paisajes de Colcabamba, en Tayacaja, una provincia que sirve de ruta de la droga del Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), donde se produce gran parte de la cocaína que exporta Perú y es el reducto del remanente del grupo terrorista Sendero Luminoso.

“Es una zona muy tocada por el narcoterrorismo, la pobreza y las conductas de riesgo. Tuve alumnos con muchos problemas. Hay casos extremos e historias de mis alumnos que me conmueven demasiado. Algunos han visto morir a sus padres baleados o están desaparecidos”, explicó Velásquez.

“Todo eso lo tienen guardado como recuerdo en el corazón”, apuntó el docente, que trata con iniciativas como Kipi que sus estudiantes procesen estas emociones e inquietudes, rompiendo el paradigma de la educación tradicional y “sacando el chip de que fallar es malo, porque fallar es solo una forma más de aprender”.

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