Con la mandíbula apretada, Timothée agarra con fuerza la manga de su chaqueta de chándal mientras una aguja con tinta entra en la piel para dibujarle un ángel desde el codo hasta el hombro. Como muchos jóvenes no esperó a ser mayor de edad para sucumbir a la moda de los tatuajes y el piercing.
Es el séptimo tatuaje de este joven, que acaba de cumplir 18 años. Primero fueron los nombres de sus padres en el interior de la muñeca, a los 16 años, y luego otros seis, además de sendos piercing en la nariz y en el trago de la oreja.
En total, Timothée ha gastado 2.750 dólares hasta ahora, y va a continuar. “El próximo será una frase a lo largo de la columna vertebral”, dice, convencido de que no lamentará nunca haber hecho todas esas inscripciones en su cuerpo.
La encuesta más reciente hecha en Francia, en 2010 por el instituto Ifop, estimaba que el 10% de los franceses tienen un tatuaje. Y la proporción es mayor cuanto más jóvenes son las personas (22% de los 18–24 años, 2% de los de más de 35).
Marina se ha hecho por lo menos un piercing por año. La nariz a los 13 años, luego el labio inferior, las orejas, las cejas, la lengua…y un tatuaje en la muñeca a los 17.
Entre los senos, en la sien, Clémentine, de 17 años, tampoco esperó a cumplir la mayoría de edad. Ya a los 12 insistió para que sus padres le permitieran hacerse un piercing septum, una “anilla de vaca” en el cartílago bajo el tabique de la nariz. Ellos se negaron. Pero terminaron aceptando uno en la sien a los 14.
– ‘Signo de liberación’ –
La joven se hizo su propia expansión lobular, y multiplicó los piercings. Después de años de peleas, los padres acabaron por aceptar que se perforara el septum cuando su hija aprobó el bachillerato.
“Era una manera de decir ‘es mi cuerpo, y hago lo que quiero con él’. No podía aceptar que me negaran eso”, explica Clémentine.
“Para los adolescentes, se trata de un intento de reapropiarse de un cuerpo del que no se creen los autores”, sostiene el sociólogo David Le Breton, autor, entre otras obras, de “El Tatuaje” y “La sociología del cuerpo”.
“Firmar el propio cuerpo, decir ‘mi cuerpo sólo es mío’ es un signo de liberación, una manera de entrar en la propia historia personal”, agrega.
Los adolescentes son tenaces, pero en Francia la ley prohíbe piercings y tatuajes a los menores “sin el consentimiento escrito” de sus padres o representantes legales.
Además, los propios tatuadores piden a menudo la presencia de uno de los progenitores durante la sesión.
Lo mismo ocurre en otros países de Europa, donde al menos 100 millones de personas están tatuadas, es decir entre 10 y 20% de la población, según datos publicado en 2015 con ocasión del II congreso europeo de tatuajes.
En Estados Unidos, uno de cada cinco adultos está tatuado, según un sondeo Harris de 2012, y no hay ninguna ley federal sobre las modificaciones corporales, pero la mayoría de los estados autorizan los tatuajes de menores con el consentimiento paterno.
Por tanto, aunque sean rebeldes, los adolescentes tienen que pasar generalmente por una negociación con los adultos.El problema es que, para evitar someterse a la autoridad paterna, muchos prefieren dirigirse a tatuadores clandestinos sin muchos escrúpulos.
– ‘Tuneo corporal’ –
La madre de Timothée, Séverine, inicialmente dudó, sobre todo por temores de índole “profesional, no tenía que ser aparente, no en el rostro ni en el cuello”. Pero no sólo terminó cediendo, sin que ella misma se apuntó -como su marido- a los tatuajes.
Corinne Dubosque, tatuadora en el extrarradio de París, afirma que, antes de dar su acuerdo, alguno padres vienen a observar cómo se realizan los tatuajes. “Los padres se dicen que el menor va a tatuarse de todos modos y prefieren que lo haga en condiciones higiénicas”, comenta.
Charlotte, que empezó con el piercing a los 15 años, se hizo varios tatuajes y finalmente, hace dos meses, optó por un “labret vertical”, una perforación que atraviesa el labio inferior de lado a lado.
“Mi cuerpo no me gusta forzosamente, lo mejoro para que me guste. Es un trabajo de largo alcance, que dura años y cuesta caro”, explica esta estudiante de artes plásticas en el este de Francia.
Para Timothée, se trata de un “tuneo del cuerpo”. Clémentine, por su parte, sostiene que no hay en sus decisiones ni “símbolo de resistencia”, ni “valores políticos”, solamente “estética”.
Y también un efecto de moda, señala David Le Breton. Las generaciones jóvenes, explica, son sin duda las “más propensas a imitar a sus pares, a un actor, a un cantante o a un futbolista”.