Los milagros no existen”, afirma Enrique Dussel
México ha pasado, en poco más de 15 años, de ser el último país del mundo en aceptar la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) al buscar en Pekín una solución de urgencia al giro en la política comercial estadounidense.
Apremiado por el alarmante giro unilateral de la Administración Trump, México ha mandado en las últimas fechas importantes mensajes de acercamiento al gigante asiático. El último en hacerlo ha sido el canciller, Luis Videgaray, hombre clave en el Ejecutivo de Enrique Peña Nieto. “Uno de nuestros objetivos es lograr un mayor equilibrio en el comercio con China”, aseguró recientemente el canciller. La realidad, en cambio, dista mucho de ser tan sencilla, según media docena de expertos consultados por EL PAÍS: dar una vuelta a la matriz exportadora mexicana –hoy el 80% de sus ventas exteriores van dirigidas a EU y Canadá– y redirigirla a China no es cosa de semanas ni de meses. Pekín es solo una solución de largo plazo.
“Los milagros no existen”, afirma Enrique Dussel, coordinador del centro China-México de la UNAM y uno de los mayores escépticos con el cambio de parecer de las autoridades mexicanas. “No tengo nada que objetar a la diversificación de las exportaciones, pero parece que solo miramos a China desde que Trump nos sacó la lengua”.
Aunque la presencia económica del gigante asiático en el país norteamericano no es, ni mucho menos, una novedad –desde 2003 es su segundo socio comercial–, la relación entre ambas naciones es muy desequilibrada: por cada dólar que México exporta al gigante asiático, recibe importaciones por valor de 13. Y esta disparidad, lejos de equilibrarse, ha tendido a exacerbarse en los últimos años, en los que el país norteamericano ha perdido una oportunidad de oro para posicionar sus productos en China.