IDENTIFICAN SEIS ESPECIES DE ESTRELLAS DE MAR EN OFRENDAS DEL TEMPLO MAYOR DE TENOCHTITLAN

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Decenas de miles de placas calcáreas de carbonato de calcio, que ahora se sabe corresponden a los endoesqueletos de antiguas estrellas de mar, han sido identificadas por especialistas de los institutos Nacional de Antropología e Historia (INAH) y de Ciencias del Mar y Limnonología (ICML) de la UNAM, en lo que se ostenta ya como el primer reconocimiento de estos invertebrados en contextos del Recinto Sagrado de México-Tenochtitlan.
El anuncio de este hallazgo fue hecho por el arqueólogo Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor (PTM); los investigadores Francisco Solís Marín y Carolina Martín Cao Romero, del ICML; y la bióloga Belem Zúñiga Arellano, del PTM, durante una conferencia abierta al público y desarrollada como parte del ciclo titulado Templo Mayor. Revolución y estabilidad.

Como un primer punto, Leonardo López Luján indicó que el trabajo entre ambas instancias se remonta al 2007, cuando labores de investigación en la zona poniente de la fachada principal del Templo Mayor —debajo y al oeste del lugar donde en 2006 se descubrió el monolito de la diosa Tlaltecuhtli— toparon con la recurrente presencia de las citadas placas calcáreas, cuyas dimensiones iban de los dos a los 15 milímetros.

Posteriormente y dado que los elementos se localizaron desarticulados, es decir, no en forma de esqueletos armados, se dio paso, en colaboración con el ICML, a la limpieza y separación por tamaño y forma de cada una de las 49 mil 633 placas encontradas en campo.

Carolina Martín Cao abundó que en aras de identificar a qué especie pertenecían las estrellas de mar, se tomaron ejemplares modernos resguardados por la colección de equinodermos del ICML, a los cuales les fue retirada la piel en laboratorio con el fin de acceder a sus endoesqueletos y poder contrastarlos con los elementos arqueológicos.

Así, comentaron los especialistas, fue posible reconocer seis especies de estrellas de mar en 13 de las 54 ofrendas excavadas en torno al monolito de Tlaltecuhtli. Cinco de ellas (Luidia superba, Astropecten regalis, Phataria unifascialis, Nidorelia armata y Pentaceraster cumingi) proceden de las costas del océano Pacífico, y una más (Astropecten duplicatus) del Atlántico.

Dado el éxito del reconocimiento en laboratorio, el estudio se amplió a las salas y colecciones del Museo del Templo Mayor (MTM), en placas calcáreas halladas por proyectos arqueológicos anteriores. Ello sumó una cifra de cinco mil 436 elementos y “dio un total de 55 mil 69 placas, distribuidas en 20 de los 204 depósitos rituales localizados hasta la fecha en la Zona Arqueológica del Templo Mayor”, señaló Belem Zúñiga.

Los investigadores afirmaron que los recolectores prehispánicos pudieron obtener las estrellas de mar caminando sobre las playas, o bien, mediante buceo libre a profundidades de aproximadamente 20 metros.

Leonardo López y Belem Zúñiga mencionaron que las estrellas de mar, al ser animales exóticos, es decir, no endémicos de la Cuenca de México y distintos a los hallados en contextos domésticos y rurales del periodo Posclásico Tardío (1325-1521 d.C.), eran colocadas al fondo de ofrendas para recrear el inframundo acuático de dioses como Tláloc.

Plantearon la posibilidad de que los mexicas hubiesen transportado estos animales en colectores cargados con agua salada, y que los resguardaran hasta la fecha de su uso ceremonial en el llamado Vivario de Moctezuma, un sitio que se sabe contenía estanques de agua salada y se localizaba en el terreno que hoy ocupa el Museo Nacional de las Culturas.

Tal teoría, aunó Francisco Solís, se fortalece sabiendo que la estrella de mar puede sobrevivir varios meses sin alimentarse, o bien que es un ser “oportunista” en su dieta, pues en función de su circunstancia opta por ser carnívoro, herbívoro, carroñero o caníbal.

Pese a lo descubierto, los expertos apuntaron existen aún interrogantes. Una de ellas, planteada por Leonardo López, es por qué los mexicas, a diferencia de pobladores de ciudades anteriores en el tiempo, como Tula, Cacaxtla, Teotenango y Teotihuacan, no dejaron ninguna evidencia artística, arquitectónica, cerámica o textil de las estrellas de mar, que ahora se sabe conocían y usaban con fines religiosos.

Los especialistas finalizaron su conferencia con un llamado a impulsar la conservación de las mil 800 especies de estrellas de mar que existen a nivel global —228 de las cuales habitan en México­—, así como de los equinodermos en general (erizos, pepinos y galletas de mar, entre otros), seres que, dijeron, son clave para el ecosistema e incluso ayudan a disminuir el pH del agua marina.

En este sentido, anotaron que la venta ilegal de estos animales, usualmente extraídos de su hábitat para ser convertidos en souvenirs y que son sensibles incluso al contacto humano, ha causado que migren a profundidades mayores o que reduzcan notoriamente su tamaño al no poder completar sus etapas de crecimiento.

Ejemplificaron lo anterior con las propias muestras arqueológicas del Templo Mayor, cuyo análisis revela debieron pertenecer a estrellas de mar que en promedio tenían 28 centímetros de diámetro, y que contrastan con ejemplares modernos que no rebasan los 13 centímetros. Se sabe de especies en aguas mexicanas, dijo Francisco Solís, que no han sido vistas por biólogos y otros expertos en los últimos 50 o 60 años.

Cabe destacar que esta investigación se publica en su totalidad en el número 150 (marzo-abril de 2018) de la revista Arqueología Mexicana. Asimismo, los investigadores comentaron que mientras continúan los exámenes de microscopía en la citada colección, se tiene el proyecto de integrar lo descubierto al discurso museográfico de la Sala 6 del MTM, donde se exhiben numerosos animales y objetos rituales encontrados en el Recinto Sagrado de la antigua capital tenochca.

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