Desde diversos templos, los “profetas de los últimos” tiempos lanzan su septenario apocalíptico, más en calidad de amenaza que de advertencia, aunque su doctrina cabalgue desde hace 40 años en los lomos del célebre Caballo Negro, signo de hambruna y pobreza:
En el caso de que en los comicios presidenciales triunfe el candidato de la presunta “izquierda”, Andrés Manuel López Obrador, si se cambian las políticas fiscales en nuestro país faltarán “juanes” y cronistas deportivos para narrar las batallas de los ejércitos en el Armagedón contemporáneo para ir contra la moderna prostituta babilónica de la idolatría (en termino políticos, “populismo” o bagatelización de la limosna presentada como “política asistencial”).
También, si se da marcha atrás a las “reformas estructurales”, principalmente la energética, ya no habrá Jeremías que proteja el Arca de la Alianza y sus tablas mosaicas. Temibles y no tan nuevos dragones harán sentir su flamígero aliento, se anuncia, a pesar de que estos fabulosos animales ya comenzaron a hacerlo, justo con esas “reformas”.
Por si faltaran jinetes (neoliberales), alguna bestia (tecnocrática), o dragones (conservadores), que para el caso son lo mismo en distintas representaciones, se desliza la amenaza de que cambios “inesperados” podrían incluir “medidas que debiliten la salud financiera de Petróleos Mexicanos o de la Comisión Federal de Electricidad”, a pesar de que el primero está desmantelado, ya no aporta a la Hacienda Pública sino que por primera vez en su historia le quita (echa mano de reservas internacionales) y la segunda no es mas que un membrete para la subcontratación de empresas privadas ya metidas en el negocio ·de clase mundial”, con pasivos de escándalo que, como siempre, se “hicieron deuda pública” (más de un billón de pesos entre lo que queda de ambas paraestatales)
Todo esto, y más, dicen los sacerdotes a través de sus falsas videntes agencias calificadoras de riesgos, podría afectar las expectativas de crecimiento del Producto Interno Bruto (mediocre 2 por ciento en las últimos 36 años neoliberales, sólo impulsado por el crecimiento demográfico) y complicará más hacer frente a la deuda pública que, dicho sea de paso, alcanzó 10 puntos porcentuales más del PIB durante el sexenio encabezado por Enrique Peña