Si te portas bien, no te mato: de narcos y obispos confundidos

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Están ocurriendo cosas importantes, y casi todas, como es de esperarse, fuera de las campañas. Las declaraciones de un obispo sobre un acuerdo con narcotraficantes de Guerrero es una. Veamos. El narcotráfico no es sino una empresa. Empresa ilegal, por supuesto, pero los incentivos de los narcotraficantes son económicos; más específicamente, los “cárteles” o “grupos de narcotraficantes” han sido definidos como entidades violentas de naturaleza económica. Por eso fue tan estéril declararles una guerra en el sentido convencional, político del término, y por eso la mera supresión de la oferta no lleva aparejada una disminución de la demanda, sino sólo un aumento del precio de las drogas y una reconfiguración de los métodos del ciclo de producción, distribución y venta.

Digo lo anterior para tenerlo presente cuando se lean las declaraciones despreocupadas, hasta orgullosas, del señor Rangel, Obispo de Guerrero que nos vino a dar la buena nueva de que los narcos restituyeron el servicio de agua y luz eléctrica en un municipio de esa entidad (por lo cual les agradeció mucho, faltaba más) y que no asesinarán a los candidatos antes de las elecciones. Pero eso sí, su buena voluntad (de no matar, se entiende que eso es una concesión graciosa) está condicionada a que los políticos no compren el voto y que cumplan sus promesas de campaña.

Mediante esta ilación de frases, resulta que los narcotraficantes no son más que aliados de la democracia, ellos están a lo que el pueblo quiera, y si no se respeta la voluntad popular en las casillas, pues ya estarán ellos para ajustar las cuentas en la calle. Y como vocero, un obispo, que dice no estar en contra de conceder la amnistía a algunos de ellos, a los que sí sean buenos. Supongo que para esa selección también podremos echar mano del buen obispo, que oye las confesiones y percibe la bondad en quien la tenga. Asunto arreglado.

Podemos apuntar varias cosas preocupantes. Desarrollarlas sería imposible en este espacio, pero las dejo en el tintero:

En primer lugar, imaginen que no hubiese sido un obispo, sino un empresario, un político, un periodista o el señor de los tamales quien sale a declarar: “señoras y señores, no se preocupen, ya quedé con ellos de que no maten a nadie, sólo piden a cambio x, y, z…muy razonable”. De entrada se le requeriría a esa persona que detallara quiénes son esos narcotraficantes, por qué cree que puede realizar acuerdos políticos con ellos (sí notan que es un acuerdo político, ¿verdad?) que en la forma no tienen ningún reparo en reconocer que la ley es una simulación, que el monopolio de la violencia legítima lo tienen ellos, los narcos, y en el fondo son afines, más bien, a una amenaza terrorista: “nuestra violencia puede parar, pero para ello los políticos tienen qué hacer esto o aquello, porque bajo nuestra perspectiva no lo han hecho, y es lo correcto”. En fin, ese hipotético vocero sin investidura religiosa seguramente estaría declarando en la SEIDO.

En segundo lugar, y aquí está más interesante, nos permite estudiar un aspecto de los grupos criminales que no está suficientemente desarrollado: al ser una entidad empresarial, en su médula, para mantenerse ordenadas y rentables, para seguir existiendo, seguro cuentan con áreas tradicionales, que sorprenderían por ordinarias; departamentos de finanzas, de contabilidad, alguien que revise y decida sobre canales de distribución, y también de comunicación social. Es este último aspecto el que, en nuestro país, tristemente, ha tenido más éxito para los criminales. La propaganda que les hace el señor obispo Rangel (porque eso es, propaganda) no es más que un botón de muestra. “No todos son monstruos”, dice. No, nadie lo es, son seres humanos, unos que se dedican a un negocio fuera de la ley, y cuya operación conlleva otra serie de delitos, como el homicidio, pero esto parece no importar; no son más que mexicanos, como tú y como yo, que están “hartos de las promesas incumplidas” es el mensaje. Ahora resulta.

En tercer lugar, una cosa es reconocer que la ley tiene alcances siempre limitados, siempre imperfectos, que los gobiernos tienen fallas en su aplicación (las normas jurídicas, si nadie las pudiese violar, serían más bien leyes naturales), y otra, muy otra, es claudicar por completo y asumir que la violencia y los homicidios son actos sobre los que debe negociarse con grupos e individuos que lo único que tienen es armas, pero no representatividad de ningún tipo. En su gratitud por la misericordia que los delincuentes mostraron al devolver ¡la luz y el agua!, este señor está aceptando que la única ley que vale es la del más fuerte.

Los estadounidenses, con todo lo que se les puede criticar, que no es poco, siempre han sido más cuidadosos en retratar a los criminales en la cultura popular. Hay un par de ejemplos de idealización, ampliamente controvertidos, pero en su industria de masas ha habido un ejercicio consistente en retratar a los héroes, a los buenos, como personas dentro de las instituciones policiales o militares, con pasado militar o policial, o renegados que salieron del sistema por considerarlo corrupto y ahora privilegian la justicia sobre la ley. Pero ninguno de ellos se enriquece a costa de negocios ilegales, y menos de drogas. Harry el Sucio, John Rambo y sus numerosos clones no tienen problemas en hacer sus propias reglas, pero los fans tendrían un enorme problema si Harry se corrompiera selectivamente o Rambo matara por dinero. Es una gran diferencia.

En América Latina se producen cada vez más series, películas, documentales, que discreta o burdamente retratan a los criminales como héroes incomprendidos, justicieros, hasta galanes cuyo único crimen es ser un poco temperamentales. Esta “humanización” del delincuente ha ido aparejada, además, con una deshumanización del policía, del soldado y de cualquier agente del estado cuya función sea combatirlos. La cultura de masas es un vehículo ideológico poderoso, que moldea la forma de pensar de la gente, y la predispone a favor o en contra de las leyes, las instituciones, y de su propia nación. Los mercaderes de la simpatía criminal deberían pensar en las consecuencias que tendrá su propaganda en el tejido social. Y también el señor Rangel.

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