Hace 500 años, el 6 de mayo de 1518, se ofició la primera misa en México, a la llegada de la expedición de Juan de Grijalva, sobrino del gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, en el litoral de Yucatán.
El explorador llegó con el sacerdote Juan Díaz, natural de Sevilla, quien escribió el diario de la expedición, donde dejó constancia por escrito que el 6 de mayo de ese año, en Cozumel, celebró la primera misa en tierras mexicanas, contó el coordinador de la Comisión Diocesana de la Pastoral de la Comunicación (CODIPAC) de la Arquidiócesis de Antequera-Oaxaca, Guadalupe Barragán Oliva.
“Se puede decir que, a partir de aquel jueves 6 de mayo de 1518, Cristo tomó posesión del que habría de ser Su Reino, un hecho de incalculables consecuencias dentro de la historia de la Iglesia a nivel universal”, señaló.
Sin embargo, lamentó que a este acontecimiento tan grande no se le ha prestado la merecida atención, porque representa una fecha digna de recordarse con todos los honores, pues se trata del día exacto de la presencia de Cristo por primera vez en nuestra tierra.
“Hace ya quinientos años el Padre Juan Díaz oficiaba aquella Primera Misa, estaba abriéndole las puertas de la Iglesia a millones de personas que, una vez bautizadas, darían origen a un gran pueblo del cual brotarían infinidad de héroes, marcados todos ellos con la señal de la Cruz”, señaló.
En Oaxaca
Según historiadores de Oaxaca, el 25 de noviembre de 1521, día en que llegaron las fuerzas expedicionarias de Hernán Cortés, el mismo sacerdote Juan Díaz ofició aquí la primera misa en la margen derecha del río Atoyac y al pie de un árbol de huaje, donde posteriormente se construyó el templo de San Juan de Dios.
De acuerdo con la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca (FAHHO), en el lienzo que se encuentra en el templo sobre ese acontecimiento, el autor Urbano Olivera representó un escenario dentro de un paisaje, rodeado de cerros, a la orilla del río y al pie de un árbol de huaje.
Y creó un escenario entre el cielo y la tierra, en el que un sacerdote secular oficia la misa en el momento eucarístico, frente a un sencillo y pulcro altar rodeado de un grupo de hombres armados.
A sus espaldas, los soldados, españoles enfundados en armaduras, atienden al sacramento. Frente al cura se aprecia un grupo de indígenas ataviados con plumas en la cabeza y vestidos con pieles de animales; algunos portan lanzas, escudos, arcos y flechas.
En el mismo plano, cuatro personajes, dos soldados españoles y dos indígenas, actúan como metáfora de la conversión católica: los primeros están armados y atienden a la liturgia de la misa y simultáneamente custodian a los indígenas que, curiosos y sorprendidos, participan de la acción sacramental.
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