María Méndez tiene 39 años y aprendió a bordar desde los siete gracias a su mamá. Desde entonces hace blusas con bordado estilo rococó, margaritas, nudos, crucetas o cadenas en el telar de cintura pero apenas gana 150 pesos por prenda. Por eso, dice, nunca ha sentido que su trabajo sea valorado. “Cuando alguien viene y te regatea ya no quieres hacerlo, pero por la necesidad tienes qué hacerlo”, contó.
Ella es originaria de Aguatenango, una comunidad del municipio de Venustiano Carranza de Chiapas, donde 8 de cada 10 personas se encuentra en situación de pobreza. Fue por eso que cuando unos empresarios chinos llegaron a comprarles blusas, no importó que les pagaran poco y el trabajo fuera mucho.
Se llevaron los diseños para replicarlos en forma masiva, denunció.
Cada vez que María y las 20 mujeres que trabajan en conjunto en la comunidad, se enteran que otras marcas plagian sus bordados sienten tristeza. “Sólo vienen para el beneficio de ellos mismos. Por eso no podemos salir a delante”, narró.
Una de esas marcas es la española Zara que incorporó al mercado una chamarra con el bordado tradicional de la comunidad de Aguacatenango. Se trata del segunda ocasión que la empresa utiliza textiles tradicionales sin tomar en cuenta a las artesanas, en 2016 lo hizo con una blusa de la misma comunidad.
Se trata de un plagio y una muestra de que a estas marcas “no les llega el mensaje de que tienen que ser respetuosos con las comunidades”, aseguró Adriana Aguerrebere, directora de la organización Impacto, encargada de vincular a productores y consumidores para generar comercio ético.
Éste no es el primer caso de plagio. Sólo entre 2012 y 2017 ocho marcas internacionales han plagiado los bordados de artesanas mexicanas, según una revisión de la organización Impacto, pero la lucha parece inagotable.
Zara es una muestra de estas tendencias donde el consumidor reclama autenticidad, pero al robar el arte colectivo resulta incongruente. “Las empresas simplemente ven un beneficio económico. Al dejar atrás el beneficio social de desarrollo integral de comunidades donde ellos son dueños del conocimiento colectivo, también dejan atrás el enfoque de beneficios sociales, ambientales, integrales de desarrollo de las diferentes comunidades tanto de México como del mundo”, advirtió Aguerrebere.
En otros casos como ocurrió con un plagio de la marca Mango se pudo revertir el abuso luego de que una legisladora envió una carta a la compañía, sumado a la presión social en redes. La marca quitó la blusa del mercado y ahora existe la intención de desarrollar un proyecto con artesanas Oaxaca a partir de este incidente.
Aunque existen iniciativas como Impacto, que busca vincular a las artesanas con diseñadores y marcas que valoren el trabajo y entren en un esquema de comercio ético donde las mujeres reciben pago por hora y no por prenda, aún falta mucho por hacer.
Con información de Animal Politico