En el sistema político mexicano la alternancia llegó para quedarse, y ha ocurrido en todos los ámbitos de este atribulado país, pese al disgusto de muchos que hubieran preferido mantener el régimen de partido de Estado que caracterizó al periodo de la posrevolución. La llegada de Vicente Fox significó el cambio que por fortuna se arraigó entre los mexicanos, y ahora nos permite una nueva alternancia en el poder con altas expectativas para el ganador de la contienda presidencial, y una capacidad de maniobra que se podría antojar peligrosamente abrumadora.
Para decirlo de otra forma, hace mucho tiempo que en México no se presentaba una mayoría absoluta que pudiera permitir la reconfiguración del esquema gubernativo y legal a capricho del gobernante en turno, lo que desde luego representa un reto a la vez que un enorme riesgo por las implicaciones caudillistas y absolutistas de Andrés Manuel López Obrador, quien se ha distinguido por encabezar un movimiento voluntarista que ha respondido únicamente a sus intereses personales por el poder.
Las presuntas reformas que enviará al Congreso y las que realizará a su llegada al poder dibujan un régimen en el que los gobernadores se verán avasallados y sometidos a los designios del tabasqueño que pretende, y con justificada razón, otorgar un giro a las atribuciones del Gobierno Federal para evitar esos lamentables procesos de corrupción, entre los que, hay que señalar, ha participado él mismo y muchos de sus más cercanos colaboradores.
La falta de contrapesos podría propiciar una nueva etapa en el presidencialismo de este país y alcanzar visos de “dictadura constitucional”, ya que ese bono democrático que logró el señor López en los pasados comicios le alcanza para satisfacer cualquier ocurrencia que pudiera tener, o aquellas que le aconsejen sus más cercanos colaboradores, o los corruptos del pasado ahora redimidos por la generosidad de la rutilante estrella del sistema político mexicano. En lo personal me resultó patético observar a uno de los hombres más corruptos de este país dándole la bienvenida a la comitiva estadounidense.
Eso habla de la decadencia del actual sistema político mexicano, y no creo que por haber triunfado Andrés Manuel López Obrador en su tercer intento las cosas vayan a cambiar. No se puede esperar decencia de los corruptos del pasado, y mucho menos cuando la Ciudad de México y quienes aquí vivimos y trabajamos, ha sido plataforma de lanzamiento para alcanzar la riqueza y el poder. Las llamadas mafias no son más que organizaciones clandestinas de criminales, y quien se especializó en el tema en estos últimos años es quien ahora se apresta al arribo del poder presidencial.
Esos a quien Andrés Manuel López Obrador tildó durante muchos años como integrantes de “La Mafia del Poder” se tendrán que retirar durante los siguientes seis años, pero el hueco será llenado por muchos de aquellos que en la Ciudad de México alcanzaron la misma especialización y gozarán de las mieles de ese poder en los siguientes seis años. Los previsible es que sigan haciendo lo que bien saben hacer, porque con sus antecedentes no creo que se hayan convertido en “angelitos”. Por cierto, premiar la corrupción con una Jefatura de Gobierno significa más de lo mismo. Al tiempo.