LOS SONÁMBULOS: SOBRE LAS BESTIAS ¿SOLITARIAS? DE ECATEPEC ( Y DE OTRAS MÁS)

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Desde que era “Procurador de Justicia”, Alejandro Gómez Sánchez, ahora Fiscal, ha dado pruebas de su propensión a la falsificación. Lo hizo en el caso de las ejecuciones sumarias en Tlatlaya, cuando elementos del Ejército fusilaron a integrantes de una banda de secuestradores.

Ahora, en el caso de la pareja feminicida de Ecatepec hay un intento persistente, cobijado en filtraciones, con líneas muy seleccionadas para alimentar el sensacionalismo en la prensa, incluso hasta con videos donde el multihomicida se solaza de sus atrocidades, todo para querer convencer de que estamos frente a unas bestias solitarias, capaces sólo de no devorarse entre ellas y a los suyos.

Recuérdese a Gómez Sánchez tras los hechos del 30 de junio del 2014 en una bodega en el poblado de Tlatlaya, afirmando que “de las diligencias practicadas por el ministerio público del fuero común, no se desprende indicio alguno que haga presuponer o que nos haga pensar en la posible ejecución o el posible fusilamiento”.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) lo tuvo que desmentir: al menos 15 de los 22 civiles fallecidos fueron ejecutados por militares (lo que no exime a los facinerosos de sus actos criminales).

El rigor como sabueso justiciero no es lo suyo, aunque todos los días la dependencia que encabeza envíe comunicados con capturas de peligrosos sujetos que, si son culpables, van a desparramar la ya de por sí desbordada capacidad de las cárceles mexiquenses (estrategia de propaganda justiciera “plagiada” al actual Secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, quien como procurador aprehendió a más de 180 mil sujetos durante el sexenio de Arturo Montiel Rojas, cuando en las prisiones no caben más de 22 mil).

Ahora, en el caso de la pareja feminicida, conformada por un sujeto llamado Juan Carlos Hernández Béjar (“Llámenme el terror verde”, declaró ufano al agente del ministerio público) y una mujer de nombre Martha Patricia Martínez Bernal, las filtraciones han ido del horror sobre algunos datos (el hallazgo de depósitos con restos humanos en la vivienda) al terror a futuro, alimento para el amarillismo:

“¡Quería matar a cien mujeres!”, rezaron los titulares (los hechos aquí ya no cuentan sino las intenciones; es de suponer, pues se trata de eso, que los encabezados habrían sido más escandalosos si el feminicida hubiera declarado que iba no por cien, sino por mil, o dos mil, o tres mil o… total, y para darle un aire más siniestro, agregar que entre las posibles víctimas estaba la progenitora de algún funcionario de gran nivel).

La”filtración” del video en el cual la bestia se regodea, difundido en redes sociales y en algunos medios, no parece propiamente ser parte de la acción de un “traidor”, como ha dicho el fiscal, sino parte de un juego por remarcar a una bestia solitaria algo más que descerebrada (y su fiel acompañante, claro, con el cráneo vacío).

¿Qué interés movió al supuesto delator? ¿Hacer famoso su anonimato?, ¿remarcar su mediocridad como funcionario o simplemente seguir las instrucciones?

¿Hay algo más que no se quiere que se sepa? ¿Es cosa de santeros, de trata de personas para el tráfico de órganos, de venta de infantes? ¿En serio actuaban solitos y nadie más lo sabía?

Ojalá el ex procurador y ahora Fiscal no tenga que ser desmentido ni salir a justificar su incompetencia, tal como sucedió en el caso de Tlatlaya.

Lo que es un hecho es que los feminicidios son un fenómeno que ha rebasado cualquier política preventiva y de procuración de justicia, esto frente a una sociedad desarticulada y cada vez más bestializada, expuesta a lo que el esposo de una víctimas sugirió como “circo mediático de terror”.

Porque, parafraseando a una pensadora respecto de la banalidad del mal, lo más grave de las bestias supuestamente solitarias de Ecatepec, es justo que hay muchas como ellas en las calles y en muchos hogares, y que no son, como se quiere vender, psicópatas, enfermos, desviados, etc., sino que son estremecedoramente “normales”, dicho esto en el sentido más retorcido de las comillas.

Si se observa con detenimiento, resulta terrible pensar que mujeres fueron víctimas de actos bárbaros sólo por su condición de mujeres. Y que una mujer participó en los mismos.

Hay que decir algo que parece una obviedad pero que ante los hechos resulta obligado remarcar: esas mujeres tenían no sólo nombres y apellidos, sino también familias, madres, padres, hermanos, hermanas; tenían hijas, hijos, esposos, amigos, amigas, vida e ilusiones.

Y todo eso les fue arrebatado por lo más normal que salta a la vista: por ser mujeres, motivo no menos estúpido que todos los demás.

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