El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) repite, este 1º de enero, en el aniversario 25 de su histórico levantamiento en armas, sus críticas ácidas y frontales a Andrés Manuel López Obrador. Declaró, para tal efecto –en vísperas del año nuevo desde la comunidad de La Realidad–, el subcomandante Moisés: “Figúrense cómo [López Obrador] está de loco que dice que va a gobernar para ricos y pobres. Sólo un loco que está mal de su cabeza puede decir eso; no trabaja su mente, es descerebrado […] No sabe ni entiende lo que está diciendo […] Es muy mañoso, porque [dice] que está con el pueblo de México y sigue engañando a los pueblos originarios […] Vamos a pelear; vamos a enfrentar, no vamos a permitir que López Obrador pase aquí sus proyectos de destrucción. No le tenemos miedo a su Guardia Nacional, que cambió de nombre, para no decir Ejército […] Vienen por nosotros, los pueblos originarios”.
No se trató, como es palpable, de una crítica específica a uno o dos de los proyectos que actualmente perfila la nueva administración federal (se incluyó entre las menciones el rechazo al Tren Maya, por ejemplo), sino de una crítica global a lo que representa la denominada Cuarta Transformación: en la perspectiva zapatista, ésta no es una fórmula real transformativa, sino una especie de estafa política que llevará al país hacia el desastre; acaso hacia el desastre mayor de nuestros tiempos.
¿Cómo leer ahora ese discurso? ¿Puede el zapatismo actualmente existente descalificar de dicha forma el empuje ciclónico de los más de 30 millones de votantes que inclinaron radicalmente la balanza mexicana del poder? ¿No hay detrás de dicha manera de pensar y de decir una especie de amlofobia, indescifrable en el terreno del debate racional y del balance objetivo de los hechos? ¿No cree seriamente el EZLN que ahora habría más y mejores condiciones que en el pasado salinista-zedillista (cuando se abrió el curso de las armas, primero, y luego el de las negociaciones políticas que llevaron a la firma de los Acuerdos de San Andrés) para abrir una o varias mesas de diálogo que permitieran abonar positivamente al curso prefigurado de una transformación?
La dificultad para encontrar en sus entrelineados críticos alguna respuesta a estas preguntas resulta ahora descomunal. Parecería que en la historia del EZLN hay una especie de esquizofrenia o de dualidad que se presenta bruscamente en dos fases muy distintas o diferenciadas. La primera de sus épocas fue fértil en propuestas y en capacidades para aportar elementos importantes al desarrollo de una nueva cultura de la izquierda. En el 25 aniversario del aquel levantamiento heroico del 1º de enero [de 1994] cabe ahora, sobre tales méritos primarios, alguna consideración. Sobre la última fase de su desarrollo y sus posicionamientos actuales, tan distintos a los de antes, ya habrá tiempo de informarse, y, consecuentemente, de reflexionar.
II
No puede escatimársele mérito alguno al (primer) EZLN. Su fórmula de construir “Un mundo en el que [cupieran] muchos mundos” establecía una marca política y conceptual perfectamente definida contra el proceso de globalización. “Mundialización” y no “globalización”: la primera era –es– justo la perspectiva rebelde y de “los de abajo” para abrir una línea de luchas prometedoras o con futuro en el mercantilizado espacio redondo del planeta. Rechazaban con ello la perspectiva romántica de la reivindicación ceñida a “lo local”, a la simple “defensa del terruño”, a la pureza de las relaciones primarias o primigenias contra la “contaminación” de las pujantes fuerzas de “lo externo”. Experiencias como la suya permitieron entender que los procesos transformativos de la época plus-moderna tendrían que pensarse desde el ámbito móvil o fluido –así éste fuera territorializado– de las realidades “glocales” de la esfera mundial.
No fue por ello una casualidad que su lucha –armada y pacífica, en la secuencia conocida– se ubicara desde la primera hora de la madrugada del 1º de enero de 1994 como expresión de un movimiento internacional: en el gozne de los tiempos que entonces empezaban a vivirse, representaron la reivindicación “clasista” de lo indígena sumada a la lucha mundial –no clasista– de “los sin rostro”: la de los quídam o cualsea; o la de los “nobody” o “excedentarios” retratados en los análisis iluminadores de Viviane Forrester, Ulrich Beck o Giorgio Agamben. Fueron precursores o ecos prefigurativos, en esa perspectiva, de movimientos internacionales como el de los Indignados, o el de los jóvenes mexicanos del #Yo soy 132.
III
En su tránsito rebelde, acaso sin habérselo propuesto, los zapatistas empezaron a desmontar algunas de las verdades o conceptos con las que venía navegando la izquierda política y/o la entonces denominada izquierda social. Una de ellas fue la de la “acumulación de fuerzas”, de molde movimientista, idea que se acompañaba generalmente con la de la necesidad de construir “un aparato” sólidamente estructurado, político-organizacional. “Guerra de posiciones” o “guerra de movimientos”, con sus modalidades cíclicas, de “olas” (se hablaba, por ejemplo, de una nueva oleada de luchas, etcétera), con tantos más cuántos efectivos movilizados en protestas cuyo éxito se medía por el número de participantes o contingentes que participaban en la acción, y por la perdurabilidad de tales procesos de movilización.
El EZLN no echó por la borda la mencionada concepción, pero dio a la “acumulación de fuerzas” una nueva perspectiva, de mucha mayor significación: cuando integró en su lógica de acciones el factor de “la potencia” y, en éste, el de las capacidades para dar al factor de lo simbólico las mayores preeminencias. Cruzó o combinó, en la realización de dicho logro, el impacto de la naturaleza misma de sus actos (no era poca cosa ver sobre el terreno a un ejército de indígenas armados, surgidos “de la nada”, en plena insurrección) con sus capacidades para hacer uso “de las tecnologías multimedia del ‘tiempo real’” (Giacomo Marramao). Logró con ello internacionalizar su lucha en unas cuantas horas, en un proceso en el que fue capaz de sumar las voluntades y las simpatías más dispares y diversas, y poner en jaque así en pocos días al Estado nacional.
Entraron por dicha vía, de manera directa y sin reservas, al campo de la biopolítica (Michel Foucault), terreno en el que hoy por hoy, en el mundo plus-moderno, se juegan las luchas esenciales por la transformación (en el que se juega “la vida misma”, para ponerlo en términos de Giorgio Agamben).
¿Es ésta una herencia a la que el EZLN está dispuesto a renunciar? Esperamos que no. Por el bien de México y de la Cuarta Transformación.
(Con información de aristeguinoticias)