Entre 2013 y 2018 en México se cometieron 89 homicidios tipificados como feminicidio de acuerdo con las 28 fiscalías del país.
Esto es una muestra de la violencia que viven las niñas en México. En lugares como Aguascalientes, por ejemplo, el feminicidio se tipificó en agosto de 2017, por lo que sólo tienen abierta una carpeta de investigación; los asesinatos que ocurrieron antes, que involucran la muerte violenta de una niña o mujer y que por tanto deberían catalogarse como feminicidios están perdidos en investigaciones catalogadas de otra manera.
El 23 de octubre de 2017 se encontró el cuerpo de una niña de dos años en Mexicali, Baja California. La causa de muerte fue traumatismo craneal: es decir, que alguien golpeó con tanta fuerza su cabeza que logró dañar su cerebro.
En la mayoría de los casos reportados en la región, los cuerpos fueron hallados en las casas de las propias víctimas, aunque también se recuperaron cadáveres en otros sitios: en la escuela, el parque, el centro de salud, la calle, la tienda, el transporte público.
Los presuntos asesinos, en muchos de los casos personas cercanas, los propios padres, pero también figuran padrastros, tíos, novios, ex novios, hermanos, primos, otros familiares, vecinos, amigos, conocidos, desconocidos.
De los 89 feminicidios que se cometieron en México, en 43 se proporcionó alguna información sobre la etapa del proceso judicial en que estaban los casos y sólo en ocho estaba especificado que ya había una condena. El resto siguen “en proceso”.
México: el feminicidio que sentenció a una familia completa
“Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar: tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar, guarda, niña, un gentil pensamiento al que un día te quiso contar un cuento”.
Así versa el final del primer poema que Fátima leyó en su vida. Aquel que habla de una princesa que vio una estrella y se la quiso quedar. Los libros eran uno de sus pasatiempos preferidos. A sus 12 años prometió a sus papás que sería doctora y los curaría de todas las enfermedades.
A simple viste parecía una adolescente, pues medía 1.67 y era más robusta que la mayoría de sus amigas, pero en sus ojos se reflejaba la inocencia de una niña.
Fátima vivía en una comunidad de 300 habitantes en la parte alta de la carretera de Naucalpan-Toluca, ubicada en el Estado de México. En sus calles todos se conocían. Algunos incluso desde niños. La mañana del 5 de febrero de 2015, la pequeña de 12 años se fue a la secundaria.
A las 14:15, hora en la que generalmente regresaba a casa, nadie pudo ir por ella a la parada del autobús. No había de qué preocuparse, Fátima sólo tenía que caminar un llano enmarcado por casas que conocía desde niña; no tardaría más de 20 minutos. Pasó más de una hora y Lorena, su mamá, sintió una punzada que le decía que su hija no estaba bien. En el pequeño camino que Fátima tenía que recorrer, tres de sus vecinos la interceptaron. Le faltaron 12 metros para estar a salvo.
La voz de Lorena es pausada. En cada palabra se escucha el dolor al recordar la forma en la que le arrebataron a su pequeña compañera.
A las 15:40 comenzó la pesadilla. Nadie entendió la desesperación de Lorena cuando salió a buscar a Fátima. Bajó corriendo el llano de aproximadamente 300 metros; en el trayecto sus ojos intentaban enfocar a su hija. Nada.
Lorena se fue por el camino principal, mientras que su hijo Daniel, de entonces 11 años, corría por otra de las calles preguntando por su hermana. Cuando Lorena llegó al primer punto del camino se detuvo para observar una pequeña casa que era la última al bajar y la primera al subir. Ahí tenían que haberla visto.
Desde la entrada vio a un joven de 17 años, a quien ella conocía desde niño y que vivía con su hermano mayor. Le preguntó por la menor y él negó haberla visto. Fue a buscar a una compañera de Fátima y cuando le confirmó que regresaron juntas y que esa pequeña casa al inicio del camino fue el último punto en el que se separaron, su corazón comenzó a acelerarse y a presentir lo peor. Ambas volvieron y ahí estaban Luis N. y el menor; ambos sostuvieron su versión. Pero la compañera de Fátima aseguró que ellos y otro hombre las vieron e incluso las molestaron.
La voz se comenzó a correr: “Se robaron a Fátima”. Las campanas de la iglesia repicaron. Todos los vecinos salieron a buscarla. En los matorrales, en un río cercano, en las alcantarillas. Su nombre resonaba en las calles. Lorena recorrió los mismos pasos que su hija y ahí, a escasos metros de la casa en la que preguntó por ella, encontró la sudadera que llevaba puesta. En el frente tenía una mancha de sangre. Entre el pasto había un cuchillo ensangrentado.
Regresaron a la casa de los dos hermanos. Un tercer hombre salió corriendo por la puerta trasera y huyó hacia el bosque. El joven de 17 años intentó hacer lo mismo, Lorena se interpuso en su camino, pero la empujó hacia atrás. En sus manos llevaba la mochila de Fátima.
Lorena corrió tras ellos pero los perdió de vista. Mientras tanto, la comunidad entera rodeaba la casa para que Luis N. no saliera. Lorena entró esperando que ahí estuviera Fátima. Llegó a la parte de atrás y vio la ropa de los tres hombres en un charco de lodo y sangre.
A las 17:30 encontraron rastros de sangre en una zanja de alrededor de 1.20 metros de profundidad. Allí, Lorena alcanzó a ver la pequeña mano y el tenis de su niña.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, llegó hasta la orilla de la carretera. La noche empezó a cubrir cada kilómetro del poblado. A sus espaldas se desataba el mismo infierno. “A mi hija estos cobardes, misóginos, la destrozaron”.
Llegó la primera ambulancia y les confirmó que Fátima estaba muerta. Después vio a las patrullas, pero los tres hombres estaban en manos de la comunidad. Lorena les perdonó la vida y se los entregó a las autoridades. Hoy se arrepiente.
El cuerpo de Fátima era la prueba del odio y la misoginia. Su madre relata que tuvo que escuchar la declaración del médico forense en la que describió que a su hija le cortaron 10 centímetros la mejilla, el cuello, le fracturaron la clavícula, los tobillos, las muñecas, le abrieron las entrepiernas 10 centímetros cada una, le hicieron una herida de 30 centímetros en el pecho, la apuñalaron 90 veces, le sacaron un ojo, le tiraron todos los dientes, la violaron vaginal y analmente y como ella seguía luchando le tiraron tres piedras en la cabeza, una de 36 kilos y dos de 32. En palabras de su madre, “la trataron como basura”.
Casi cuatro años después, la justicia no llega. Uno de los presuntos responsables está en proceso; otro tiene una condena de 73 años y el que era menor de edad saldrá libre en 2020 porque no puede estar más de cinco años en el tutelar por la edad que tenía cuando cometió el crimen. Mientras tanto, la familia de Fátima fue amenazada y tuvo que huir de su hogar.
Pero dos cambios de casa, pérdidas de trabajos, de escuelas, de oportunidades y del “sol de su casa” no los han hecho renunciar a la búsqueda de justicia para Fátima, pues saben que miles de familias en México comparten su dolor y conseguirla es un pequeño paso para que la paz también les llegue a ellos.